Lograr la participación activa de las mujeres en las organizaciones comunitarias sigue siendo una tarea pendiente en Honduras. Con frecuencia, observamos que los Patronatos, las Juntas de Agua y las Asociaciones de Padres y Madres de Familia son dirigidos principalmente por hombres. En muchos casos, las mujeres solo ocupan cargos como secretaria, tesorera o fiscal. Ellas casi no tienen oportunidades de ser propuestas para presidentas.

Es fundamental reconocer que el fortalecimiento de estas organizaciones es importante para el bienestar de las comunidades. Los patronatos son responsables de gestionar proyectos comunitarios y fomentar la integración de la población en el trabajo colaborativo. Las juntas de agua deben colaborar con los patronatos para administrar adecuadamente el agua y los recursos naturales. Por su parte, las asociaciones de Padres y Madres de Familia tienen la importante tarea de garantizar que el derecho a la educación sea accesible y de calidad, así como de mantener buenas relaciones con los directivos de las escuelas y el personal docente.

Además, es esencial que las mujeres, los jóvenes y los campesinos se organicen y propongan ideas para desarrollar proyectos y actividades que les permitan alcanzar sus objetivos. Todas estas organizaciones requieren de una estructura clara, objetivos bien definidos en un plan de trabajo anual que distribuya las tareas según las capacidades de sus liderazgos y aquí el aporte de las mujeres es esencial.

Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué no se involucran más las mujeres? Para entenderlo, hablemos con un grupo de mujeres indígenas lencas que compartieron sus perspectivas sobre la importancia de estas organizaciones. “A nosotras nos cuesta salir de casa, tenemos mucho trabajo y, además, debemos pedir permiso a nuestros esposos, porque luego dicen que andamos en la calle o que tenemos a otro”, comentó doña Confesora, residente en la comunidad Zacatales en el municipio de San Francisco de Opalaca, departamento de Intibucá.

Otra participante añadió: “No sé leer ni escribir, por eso no participo mucho”. “A veces se me olvida todo”. “Nos toca trabajar en casa y, a veces, también en el campo”.

A pesar de estas dificultades, ellas reconocen que aunque no tengan estudios académicos, tienen conocimientos ancestrales y las experiencias vividas. Eso hace que durante las reuniones puedan platicar y comunicarse más entre ellas, ponerse de acuerdo para algunas actividades, liberarse de la timidez y disfrutar de momentos de risa. Ellas relatan que la vida en las aldeas es dura, marcada por la pobreza, la falta de carreteras y la escasez de programas que apoyen la producción agrícola y el acceso a servicios de salud y educación. Las municipalidades carecen de recursos económicos para implementar este tipo de proyectos y gestionan poco ante el gobierno central.

No obstante, las mujeres se esfuerzan por aprender y aprovechar las oportunidades que se les presentan. “Me gusta aprender cosas nuevas, por eso agradezco todos los talleres a los que me invitan. Hemos aprendido a elaborar medicinas naturales, lo cual es muy importante, porque nos ayudamos con los remedios que sabemos hacer, ya que aquí no hay farmacias y cuando alguien se enferma, hay que buscar quien lo lleve a la ciudad, lo que cuesta mucho dinero”, comentó Juana.

En estas comunidades remotas, los proyectos gubernamentales son escasos. Sin embargo, las mujeres son conscientes de que los políticos a menudo no cumplen sus promesas. “Escuchamos lo que dicen, y a veces les hacemos ver que les creemos, pero en realidad no lo hacemos. Por eso, en tiempos de elecciones, debemos ser cuidadosas al elegir”, afirmaron.

A pesar de las carencias, las mujeres tienen sueños. La mayoría aspira a que sus hijos e hijas puedan obtener un título y conseguir un buen trabajo para que puedan salir adelante. Otras desean aprender un oficio como por ejemplo repostería, costura entre otros, y que les permita generar ingresos para mejorar la alimentación de sus familias. También quieren seguir aprendiendo en la iglesia, ya que, para algunas, ser catequista, delegada de la palabra o formar parte del coro tiene un gran significado, llena su espíritu y les brinda satisfacción asistir y servir en la iglesia.

La comunidad Zacatales, Monte Verde y otras del municipio de San Francisco de Opalaca, departamento de Intibucá, reciben el apoyo de la Iglesia Católica y las Hermanas Educadoras del Notre Dame, quienes desde hace muchos años vienen visitando aldea por aldea, reuniéndose con mujeres, hombres, jóvenes y niños y apoyándoles en diversas áreas como salud, educación y formación comunitaria y en la iglesia.