En un entrañable reclamo poético, la escritora nicaragüense Gioconda Belli hace alusión a los huracanes que azotaron, recientemente y sin pausa, a estas frágiles tierras centroamericanas: ¿Dónde escondo este país de mi alma para que nadie más me lo golpee?… ¿Qué nos estás diciendo vos, mi país de los aguaceros inclementes agitando tu pecho suelto en llanto?

No obstante, el llanto de Nicaragua, Honduras, Guatemala y de la región entera que nos describe Belli, no es solo el que duele por los vientos y las aguas rebasadas en un planeta que ya no logra sobreponerse a tanta devastación. Se llora a lágrima viva por una humanidad atrapada en la inequidad e injusta distribución de los bienes; destruida por autoritarismos disfrazados de democracias coloridas, acechada por la destrucción ambiental y por otras violencias que cercenan la vida de mujeres, niñas y jóvenes que no ven alguna esperanza de cambio.

El amor de Dios es para toda la humanidad, pero estando la humanidad acorralada como está, el amor se convierte en demanda de justicia para las víctimas de ese sistema productor de miseria, en el que las mujeres suelen ser las más vulnerables y acalladas. La Iglesia en seguimiento del Evangelio ha de llamar con valentía para que seamos fieles a la búsqueda del bien común y el amor preferencial por los pobres.

Nuestra economía tiene solución, pero únicamente desde la poderosa ética que emana del testimonio de nuestras hermanas y hermanos que se juegan la vida a diario y que, a pesar de sus desgarradoras carencias, apuestan por hacer el bien, por dar amor. No intentamos con esto romantizar la miseria, pero sí dar cuenta de que la lucha por alcanzar un sistema democrático realmente justo recae en el reconocimiento de los muchos aprendizajes que encontramos en la resiliencia y en la solidaridad de la gente sencilla. ¡Que ese sea el punto de partida para una estrategia colectiva y audaz, que dirija nuestra mirada hacia un horizonte imposible!

¿Cómo trabajar por una democracia que sea dramáticamente legítima e inclusiva, en la que impere el amor, la ternura y principalmente el bien común? Empecemos por democratizar la economía, para que no falte el pan en la mesa de las familias centroamericanas. Necesitamos un sistema en el que comulguen tres ingredientes: procesos electorales justos, democracia representativa y democracia participativa, como una fórmula que impacte significativamente nuestros países, en pequeña y gran escala.

Debemos comprometernos con un modelo que rompa con la lógica perversa que ve con desconfianza a quienes sostienen la vida con heroísmo y ética; mientras trata como honorables a aquellos que se enriquecen a costa de producir miserables por montones y a rienda suelta. La Iglesia y la Compañía de Jesús han de promover una economía democrática que atienda en primer lugar, a la población condenada a la informalidad, para que logre transformarse en fuerza promotora y constructora de nuevas sociedades, en las que cada persona ocupe un lugar digno.

De eso se trata la audacia de lo imposible, de no desfallecer, de colectivizar, de transformar, de incluir, de amar, de creer. Durante la Congregación General de la Compañía de Jesús, que tuvo lugar en Roma en 2016, el P. Arturo Sosa, S.J., electo en ese momento como Superior General, recordó lo que el P. Bruno Cadoré, Superior General de los Dominicos había denominado “la audacia de lo «improbable»” en una reflexión tan lúcida, como contundente.

El P. Sosa retomó sus palabras y nos desafió aún más: “nuestra audacia puede buscar no solo lo improbable, sino lo imposible”; y precisó: “cuanto hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que vive en paz en una casa común bien cuidada, donde hay lugar para todos, porque todos nos reconocemos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único Padre.”

¿Será que ahí debemos depositar la esperanza activa como pueblos centroamericanos?… Que de tan queridos, nos dolemos tanto; que de tan valientes, nos sobreponemos a la muerte y celebramos la vida; que de tan
golpeados, seguimos levantado puentes… ¿Será que así somos y no nos damos cuenta lo suficiente: audaces en medio de lo que parece imposible? Centroamérica llora, pero llora porque vive y vive porque ama y sueña.

24 de noviembre 2020