Jueves, 26 noviembre 2020

De la oscuridad a un nuevo amanecer

Somos noche escura hondureña. Hemos hecho de nuestro país, un lugar de angustias, miedos e incertidumbres. Un mundo hondureño cruzado por la desconfianza, y por un sistema en donde la corrupción y la impunidad gobiernan y conducen la conducta y decisiones oficiales.   En una noche oscura así, es muy difícil descubrirnos como pueblo de hermanas y hermanos.

En medio de tantos gritos de angustia de nuestra gente enferma y damnificada, estamos llamados a sembrar y a empujar amaneceres. Porque a fin de cuentas, somos un pueblo de amaneceres, y no para vivir eternamente en las oscuridades. Somos comunidad hondureña de fe, porque aunque no estamos llamados a vivir toda la vida con triunfos, jamás viviremos en la derrota eterna. Nuestra fe se sostiene en el triunfo de la vida, y en cualquier situación por oscura que sea, siempre encontraremos la senda que nos ha de conducir a despertarnos con luz propia.

Basta con escarbar en el Evangelio de Jesús para alimentar nuestras luchas y esperanzas. Las bienaventuranzas, por ejemplo, son proclamadas por Jesús a las muchedumbres enfermas, hambrientas, tristes, abatidas y marginadas. A toda esa gente Jesús anuncia que Dios trae una oferta que es buena noticia para ellas, porque dejarán a fin de cuentas de vivir en noches oscuras, porque los amaneceres siempre esperan a los pueblos tristes y deprimidos.

Eso sí, para que las promesas de las bienaventuranzas se hagan realidad, es condición que existan personas, grupos, comunidades que siembren y empujen dichas promesas y crean en ellas. Dios nunca actúa fuera de las realidades humanas e históricas. Estas comunidades, grupos y organizaciones son ya amaneceres, porque viven hacia adentro lo que buscan sembrar y empujar en toda la sociedad.

Los nuevos amaneceres serán sembrados y empujados por mujeres y hombres que transmiten verdad a través de sus vidas. No bastan las apariencias, no basta que la gente diga que cree en Dios. No, no basta. Puede ocurrir que las expresiones religiosas sean parte de las apariencias, y lo religioso incluso ser algo engañoso. La práctica de la justicia significa solidaridad, compasión y cercanía con la gente que sufre, y decidirse a correr con ella sus riesgos. La práctica de la justicia no basta con organizar ayudas para la gente enferma, desempleada y damnificada. Eso lo hace mucha gente, y es cosa buena.

La práctica de la justicia ha de llevar a defender los derechos de la gente oprimida, y hacerlo ante quienes sostienen el poder para intereses extraños a la gente sufrida. Las personas, grupos, comunidades y organizaciones que se deciden a vivir, sembrar y empujar los nuevos amaneceres hondureños, nunca podamos aplaudir y cantar enteramente en paz mientras existan grupos humanos que demandan la permanente solidaridad y nuestra práctica de justicia.

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