Juan Antonio Mejía Guerra*
Los expedientes judiciales dan fe de las actuaciones apátridas y pro transnacionales de las autoridades judiciales, municipales, policiales y militares que, con Aura Minerals, consumaron la destrucción del cementerio de Azacualpa. Su restauración es una obligación jurídica, pero también una condición indispensable para que la comunidad recupere uno de sus más importantes bastiones existenciales.
La madrugada del 22 de febrero del año en curso, un equipo de ingenieros y maquinistas al servicio de Aura Minerals, acompañados por el alcalde de La Unión, Copán, y resguardados por soldados y policías, ingresaron al cementerio de la comunidad de Azacualpa y procedieron a su inmediata destrucción.
Desde ese momento, el cementerio de Azacualpa se convirtió en epicentro de una lucha con muy diversos frentes de ataque, ante los cuales la comunidad ha actuado en su propia defensa, resguardando para sí el derecho a la vida por encima de otros no menos importantes. Azacualpa defiende el derecho a reproducir libre y autónomamente su cultura Maya-Chortí con todas sus tradiciones, instituciones, principios y valores. Nadie tiene potestad para sojuzgarla, peor aún con la aviesa intención de arrebatarle lo que es suyo.
Ninguna transnacional puede erigirse en juez de Azacualpa para dictaminar lo que procede, menos aún por encima de lo que permite el Estado de derecho de la nación hondureña. Este atentado contra el templo ancestral de este pueblo, como lo es su cementerio, no es sino uno más de los innumerables atropellos que por cuatro décadas han tenido que sufir Azacualpa y el resto de las comunidades del sector en el municipio de La Unión, departamento de Copán.
¿Por qué se llegó a estos niveles de devastación ambiental y destrucción de pueblos y sus culturas? ¿Cómo es que ahora, la única comunidad sobreviviente aferra su existencia a la defensa de su cementerio? ¿Qué raíces culturales subyacen a esa resistencia, que con tan digna terquedad envalentona a la comunidad de Azacualpa a persistir en su lucha?
Todo inició el 27 de enero de 1983, cuando el Estado de Honduras concesionó cien hectáreas del yacimiento mineral de San Andrés. El 18 de noviembre de 1992, la concesión fue ampliada a trescientas hectáreas, localizadas precisamente donde se asentaban las comunidades de Azacualpa, San Andrés, San Miguel y Platanares. El 11 de marzo de 2003, una nueva Licencia Ambiental incorporó a la concesión el tajo de extracción «Water Tank Hill»; y así sucesivamente, la concesión ha venido despojando a las comunidades de sus territorios.
Las transnacionales mineras Greenstone, Yamana Gold y ahora Aura Minerals, cobijadas bajo el nombre de MINOSA, se han beneficiado de la extracción continua de hasta setenta mil onzas anuales de oro y otro tanto de plata, percibiendo anualmente por su venta entre cien y ciento cincuenta millones de dólares por cuatro décadas.
La voracidad con que estas transnacionales han actuado, llevó a la desaparición de las comunidades impactadas. En 1997 fue destruida la comunidad de San Miguel junto con su cementerio. En 1998 fue destruida la comunidad original de San Andrés y su templo del siglo XVIII. En 2006 la comunidad de Platanares pasó a la historia. Y desde 2012 se anuncia la determinación de destruir Azacualpa, la única comunidad que queda en pie, cuya destrucción iniciaría con el cerro del cementerio comunitario. Desde entonces, esta comunidad de origen Maya-Chortí se mantiene en resistencia, que no ha cesado hasta el presente.
Ingeniería letal del colonialismo extractivista en Azacualpa
La dinámica perversa de despojo material y espiritual, destrucción de bienes naturales y valores cosmogónicos y la apropiación puesta en práctica por Aura Minerals y el resto de transnacionales mineras extractivistas que le precedieron, se caracteriza por la implementación de tres momentos colonizadores: desterritorialización, colonización de almas y colonización cultural.
Colonización por despojo de las comunidades y sus territorios. Suelos aniquilados, bosques arrasados, fuentes de agua destruidas y contaminadas, biodiversidad en extinción, agroecosistemas alterados e improductivos y pueblos condenados a traslados forzosos, representan su aniquilación material. La desterritorialización, mediante coacción y actos de barbarie, es y sigue siendo una exigencia de Aura Minerals y demás transnacionales mineras[1], seguida inmediatamente por la fase de reideologización o colonización de las almas.
Colonización y destrucción de las almas. No satisfecha con cuatro décadas de continua devastación y desterritorialización de Azacualpa y otras comunidades, Aura Minerals ahora arrebata el cerro del centenario Campo Santo de la comunidad, con el interés de sumar la destrucción espiritual a la ya devastada materialidad de las condiciones de vida de este pueblo de origen Maya-Chortí. Despojarlo de su Campo Santo y arrasarlo, con la intención de acabar con el último soporte que mantiene la cohesión del pueblo de Azacualpa, es destruir el espacio tan cargado de significación desde el cual la población amalgama simbólicamente su existencia vinculada a su territorio.
El cementerio (koimētḗrion, dormitorio), es el lugar sagrado donde se reposa, se trasciende la muerte y se nace a la vida eterna. Mientras exista el cementerio, en Azacualpa no habrá nada que pueda romper el ideal de santidad e inmortalidad por el cual se transita obligadamente por sendas de justicia y dignidad. Y es así como la destrucción del cementerio, sentenciada por Aura Minerals, viene a representar en el universo simbólico Maya-Chortí la devastación espiritual de lo que queda de la comunidad. De ahí el empeño de la transnacional minera por acabar cuanto antes con el Campo Santo.
El Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia (MADJ) interpuso una demanda ante la Corte Suprema de Justicia y logró un fallo de la Sala de lo Constitucional, en 2016, que reafirma el carácter indígena Maya-Chortí de Azacualpa; reconoce el cementerio como patrimonio de esa comunidad indígena, y ordena rechazar de plano cualquier exhumación, indicando que las autoridades municipales y públicas están obligadas a realizar cuanto sea necesario para garantizar la decisión del cabildo abierto de 2015 de proteger el cementerio[2].
No obstante, cinco años más tarde, el 20 de octubre de 2021, el juez de Letras de Santa Rosa de Copán, Rafael Rivera Tábora, autorizó exhumar y trasladar la totalidad de cadáveres que yacen en el cementerio de Azacualpa, violando los derechos de la comunidad y las reglas básicas del procedimiento[3]. A partir de entonces, Aura Minerals pasa de ser depredadora de sistemas ecológicos y se convierte, además, en asesina de reinos de vida eterna. Para atenuar el rechazo producido, Aura Minerals anunció la compraventa de cadáveres, ofreciendo trasladarlos a otro lugar y dar paso a la extracción de los 338 millones de onzas de oro que subyacen en el subsuelo del cementerio. Pero las familias de Azacualpa no aceptaron romper la paz de sus muertos.
La casta empresarial minera extractivista no entiende que el cerro del cementerio no tiene precio, justamente porque el Campo Santo es, con sus peculiaridades, lugar de encuentro privilegiado de las familias de la comunidad entre sí y con su historia; es un espacio selecto donde se tejen nuevas amistades fundadas desde esas eternas lealtades con que les educaron muchos de los que ahora reposan en el Campo Santo. El cementerio, más que un depósito de residuos humanos, es algo mucho más vivo y desde él se sustenta la memoria histórica del pueblo y su cultura. Su valor, por tanto, no es económico, sino cósmico y trascendental.
Colonización y sometimiento cultural. La enraizada convicción religiosa sincrética y popular del pueblo de Azacualpa es, por ahora, el único bastión que le permite continuar erguido ante las pretensiones insolentes de una empresa que lo despoja de todo cuanto posee. En este contexto, para Aura Minerals es imperativo acabar con el sistema cosmogónico que otorga al cementerio y demás espacios sagrados ese carácter de imbatibilidad cargado de fiereza y determinación innegociable. Sabiéndose incapaz de acabar con el cementerio como un simple terreno sin más, Aura Minerals da un paso más profundo al proponerse desarraigar a la comunidad de su acervo indígena y así dejar sin soporte el bastión subjetivo del cementerio.
Acabando con la cultura Maya-Chortí, o lo que queda de ella en la memoria histórica de los pobladores de Azacualpa, Aura Minerals espera reducirlos a meros estropajos, aptos para colonizarlos y volverlos sumamente dóciles al capitalismo extractivista. Sin embargo, para esta comunidad ser o no ser indígena no es facultad que pueda dirimirse en las oficinas imperiales de una transnacional minera, sino que es algo que atañe exclusivamente a la misma población que se autoexamina y determina su razón de ser.
Azacualpa en el universo histórico geográfico del pueblo Maya-Chortí
La comunidad Maya-Chortí de Azacualpa se asienta en el departamento de Copán, que es el hogar del 57 por ciento de las y los indígenas Maya-Chortí ubicados en territorio hondureño[4]. Si bien es cierto que las mayores concentraciones Maya-Chortí están en los municipios de Copán Ruinas, Santa Rita, San José, Santa Rosa de Copán, Cabañas, Florida y Nueva Arcadia, quedan otros poblados indígenas con poblaciones de menor calado diseminadas en el resto de municipios del departamento.
Azacualpa viene a ser uno de estos bolsones del pueblo Maya-Chortí, cuya afirmación e identidad refrendan la antropología y el derecho internacional indígena. Que Azacualpa no esté situada en los municipios de mayor concentración de población indígena Maya-Chortí, no es condición para denegarle su arraigo étnico. Repasemos algunos análisis pertinentes.
Azacualpa se ubica en el corredor geográfico histórico del pueblo Maya-Chortí
Arnulfo Ramírez Acosta, del Departamento de Arqueoastronomía y Astronomía Cultural de la Facultad de Ciencias Espaciales de la UNAH, considera que los chortís en Honduras son descendientes directos de los mayas y, además, su ubicación geográfica actual prácticamente sigue siendo la misma que ocupaban desde los tiempos de la invasión española:
Para la época [colonial] ocupaban una pequeña área geográfica entre el valle de Sensenti y el cauce superior del río Higuito en lo que actualmente son los departamentos de Ocotepeque y Copán, y una estrecha franja entre los departamentos de Cortés y Santa Bárbara, teniendo como límite natural el río Chamelecón y la Sierra de Omoa.
En general se puede decir que el área maya ocupada por los actuales Maya-Chortí en el período colonial no difiere mucho de la actual, comprendiendo una franja de unos 110 kilómetros de norte a sur y 72 kilómetros aproximadamente de este a oeste, a lo largo de la frontera entre Guatemala y Honduras[5].
En este contexto histórico, la comunidad de Azacualpa existe justamente dentro de los límites de ese mundo Maya-Chortí. Es decir que, Aura Minerals, desde la voz de sus adláteres, no puede ignorar la condición Maya-Chortí de Azacualpa porque, histórica y territorialmente, se encuentra dentro de los parámetros establecidos para el pueblo Maya-Chortí. El Convenio 169 de la OIT también permite reconocerla como tal, dados los factores objetivos, como el origen, territorio y cultura, entre otros. Y, a la vez, factores subjetivos como la conciencia de provenir de un pueblo indígena de Honduras.
Las prácticas agrícolas de la población de Azacualpa están en sintonía con la etnoagricultura del mundo Maya-Chortí
La agricultura de Azacualpa tiene mucho en común con los ciclos agrícolas Maya-Chortí, con algunos cambios tecnológicos. Pero ello no es determinante para denegar la condición Maya-Chortí a una comunidad por el mero hecho de actualizar sus prácticas agrícolas. Además, esta situación no solo ocurre en Azacualpa, sino que es una constante que atraviesa el resto de comunidades Maya-Chortí de Honduras y Guatemala; se trata, por tanto, de una característica más que Azacualpa tiene en común con el resto de comunidades Maya-Chortí.
Ramírez Acosta, refiriéndose a la influencia del calendario Tzolkin en las actividades agrícolas y religiosas de la población indígena Chortí del occidente de Honduras, considera que esta ha tenido que
… integrar rituales católicos con sus rituales ancestrales, creando así una religión híbrida o un sincretismo religioso. Las actividades agrícolas en su mayoría giran principalmente en torno al cultivo de maíz, teniendo que observar el cielo y su comportamiento para llevar a cabo su actividad agrícola, rituales de siembra y cosecha.
El Tzolkin se sigue respetando como algo sacro pero el grado de influencia en las actividades agrícolas y religiosas es muy bajo, relacionándose más con actividades agrícolas que religiosas[6].
De manera que, una vez más, no se trata del abandono de saberes ancestrales sino de su secularización. Esta situación, en otro momento, llevó a que las poblaciones Maya-Chortí de Honduras fueran tipificadas como comunidades constituidas por “campesinos de tradición Maya-Chortí”[7], que equivale a decir que conservan parte de su tradición cultural, pero sometida a los procesos contemporáneos de aculturación. En todo caso, se trata de una constante en el pueblo Maya-Chortí y, por tanto, es obvio que ocurra también en Azacualpa. Las innovaciones agrícolas, entonces, no son razón para retirar el estatus de pueblo indígena Maya-Chortí a Azacualpa.
La paz del cementerio es la paz de la comunidad
El pueblo Maya-Chortí es de los pueblos amerindios que, desde antes de la invasión europea, ya creían en la inmortalidad del alma y de ahí la necesidad de ofrendar paz a quienes pasan a la vida eterna. Fray Diego de Landa, desde 1566, describía el pensamiento Maya-Chortí sobre la vida eterna:
Esta gente ha creído siempre en la inmortalidad del alma… que después de la muerte había otra vida más excelente de la cual gozaba el alma apartándose del cuerpo. Creían que las almas buenas descansaban bajo la sombra del yaxche [árbol de Ceiba] que era el paraíso[8].
El cementerio representa ese espacio y momento definitorio donde se funden la vocación por la paz, la trascendencia, la comunión y la dignidad como valores supremos del pueblo Maya-Chortí. Su desaparición sería el acto de arrebato de lo “muy nuestro” del pueblo de Azacualpa. Devendrían “espíritus errantes”, convertidos en almas sin asideros, sin un lugar sagrado donde converjan el pasado (sus muertos), el presente (generación viviente) y el futuro (sus esperanzas).
El cementerio es ese lugar de interconexión, que genera dinamismos subjetivos a la vez que históricos, dando sentido a la existencia de un presente siempre abierto y desafiante. El cementerio libera del riesgo de quedar a merced de los embates de una sociedad avarienta capaz de arrasar con el espíritu siempre respetuoso y novedoso de los pueblos.
El cementerio es un espacio donde se celebra la vida continuamente. Más que un lugar colectivo donde se almacenan huesos de difuntos y tristezas de dolientes, el cementerio de Azacualpa es un lugar de encuentro permanente entre seres queridos y amistades, convidados por los difuntos por medio de la alegría que nos trae su recuerdo en medio de las vicisitudes de la vida diaria.
María Luisa Vásquez de Ágredos, catedrática del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valencia, describe el común de los cementerios mayas de antes y ahora de la manera siguiente:
Son numerosos los elementos que concentran los cementerios de las aldeas mayas actuales que contribuyen a configurar esa distinta escenografía para el descanso eterno de aquellos que ya no están entre los vivos, aunque hay uno que sobresale especialmente por encima del resto: el color, o más exactamente, el estallido de color que resuena en cualquier tumba, nicho, osario, cruz o símbolo; en la indumentaria y la alegría de todos aquellos familiares que visitan a sus difuntos, entre ellos los niños, que convierten este campo santo en un lugar de juegos y diversión; y en todo rincón, en especial si nuestra visita se produce a finales de octubre o principios de noviembre, coincidiendo con la celebración de difuntos. En efecto, y por contraste, todo exhala color y vida en el campo santo de las comunidades mayas actuales. La estética y la vida cotidiana de estos espacios se convierten en el mejor indicador para afirmar que la muerte entre los mayas de hoy se percibe como una vivencia próxima y familiar[9].
En otras palabras, el maya de ayer entendió la muerte a la luz de un sentimiento de cotidianeidad, no exento de ritual, que necesitó el color para poder expresarse tal cual era, aspecto que ha prevalecido hasta la época actual[10].
Esa alegría de encuentro en un paisaje multicolor de cruces de todas formas y lápidas pintadas, compitiendo con flores de todos los aromas y colores del cementerio de Azacualpa, fue severamente trastocada la noche del 22 de febrero de este año: “Nos dolió el alma al ver el desastre que habían hecho, por todas las partes la tierra estaba revuelta”, expresó Yesica Rodríguez, lideresa de la comunidad de Azacualpa, al contemplar el panorama desolador frente al cementerio.
El cementerio actual de Azacualpa acoge a todos y todas por igual. La antropología del pueblo Maya-Chortí destaca que, desde las últimas décadas del siglo XX y en lo que va del XXI, se asiste a un renacimiento maya que tiene mucho que ver con el “sentido y valores de la muerte”[11]. Desde esta perspectiva, “El cementerio [Maya-Chortí] se configura como un nuevo lugar donde se visualiza el cambio social en los órdenes estético y moral, donde se sintetizan y se acuerdan criterios de nuevas relaciones sociales interétnicas, interreligiosas o interclasistas”[12].
De manera que el cementerio es lugar de encuentro entre vivos y muertos, pero también un sitio en el cual se sintetizan y expresan nuevas relaciones sociales. Es decir que, de los diferentes encuentros entre vivos y muertos “resulta un sistema ético que ordena la vida en el mundo y da consistencia y legitimidad a los cambios sociales: el sistema”[13].
Con estos análisis procedentes de la antropología mayense, queda claro que la no exclusividad del cementerio de Azacualpa como lugar de entierro Maya-Chortí en el sentido más clásico, tampoco es razón suficiente para despojar a esta población de su talante étnico. Por el hecho de que las tumbas presenten bonitas cruces católicas, también adornadas con los atuendos más floridos según la tradición Maya-Chortí, no justifica cancelar el estatus Maya-Chortí de la población de Azacualpa.
Azacualpa tiene muchas similitudes con el resto de pueblos Maya-Chortí
Azacualpa y el resto de comunidades Maya-Chortí de Honduras comparten en mucho la problemática sociopolítica que enfrentan actualmente. Así lo evidencia el estudio sociodemográfico más reciente realizado en el mundo Maya-Chortí de Honduras, por la Agencia de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (2009)[14].
Este estudio indica que al pueblo Maya-Chortí le preocupa, primero, la “falta seguridad de tierras; segundo, la explotación de sus recursos naturales por parte de terceros” (p. V); tercero, el “debilitamiento de las estructuras de base, o creación de estructuras paralelas en las comunidades” (p. 39); y la intromisión de “entidades que intervienen en el territorio y la imposición de proyectos en su territorio” (p. 11). Como prioridad, los Maya-Chortí enfatizan en “recuperar tierras y evitar que las autoridades gubernamentales emitan permisos de explotación de bosques en sus territorios” (p. 11), a la vez que manifiestan “temor por represalias por reclamaciones y defensa de derechos” (p. 12). Y entre las principales barreras a superar este pueblo señala las “dificultades para administrar recursos, la falta de coordinación entre actores en el territorio y la mala relación con los Gobiernos locales” (p. 31). Sobre las situaciones de conflicto más comunes en sus territorios, los Maya-Chortí señalan “la imposición de megaproyectos y la falta de consulta y rendición de cuentas” por parte del Estado, transnacionales e instituciones financieras, a lo que se suma el poder judicial, generando “impunidad y la persecución al liderazgo indígena”. Al mismo tiempo, indican que estas acciones se promueven desde el sector privado, constituido por “terratenientes, ganaderos y empresas mineras” (p. 21).
Pobreza miseria y despojo coexisten en Azacualpa y el resto de comunidades Maya-Chortí de Honduras.
La pobreza generalizada es otra característica en común de Azacualpa con el resto de comunidades Maya-Chortí de Honduras. “Ser chortí hoy en día en Honduras (…), sigue significando pertenecer a una identidad semiexcluida de los discursos económicos, sociales, culturales y políticos nacionales”[15].
Seis de cada diez niños y niñas mueren antes de cumplir los dos años, y practican una agricultura de subsistencia en minifundios que no siempre se ubican en las mejores tierras, porque los valles y vegas de los ríos están en manos de terratenientes y ganaderos.
Reflexiones finales: Desde el cementerio se renace para vivir con dignidad
En esta contienda de 39 años de extractivismo, Aura Minerals queda retratada como una transnacional etnocida, irrespetuosa de “los derechos de las comunidades tradicionales y de los pueblos indígenas”, que se ha comprometido a respetar en su “Política sobre los derechos humanos”, de obligatorio cumplimiento para Aura Minerals, sus subsidiarias y funcionarios[16].
Esta transnacional irrespeta los principios rectores de la ONU sobre empresa y derechos humanos, además de violentar el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales, la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, y los Principios de Minería Responsable de Oro y el Estándar de Oro Libre de Conflictos del World Gold Council.
Aislada del resto del mundo Maya-Chortí, sin los soportes existenciales que le provee su raigambre indígena, Azacualpa sería más fácilmente reductible a una mera masa de seres humanos desnudos existencialmente, indefensos, temerosos y obedientes. Esta parece ser la hipótesis de trabajo de las acciones criminales de Aura Minerals en la comunidad de Azacualpa.
En este despojo y humillación a que Aura Minerals somete a Azacualpa se reconoce como culpable, además, al Estado de Honduras. Los expedientes judiciales dejan muy claras las actuaciones apátridas, pro transnacionales y, en cierta medida genocidas, del Juzgado de Letras de San Rosa de Copán, del actual alcalde del municipio de La Unión y de las autoridades policiales y militares, que se presentaron en el cementerio y, junto a Aura Minerals, consumaron su destrucción.
La restauración del cementerio es una obligación jurídica que manda “se proceda a restituir el cementerio de Azacualpa a las condiciones en que se encontraba”[17]. Pero también es condición sine qua non para que la comunidad recupere uno de sus más importantes bastiones existenciales, que confiere identidad, solidaridad, paz y justicia colectivas. La reconstrucción del cementerio marca el inicio de la desterritorialización de lo que hasta ahora ha usurpado Aura Minerals y demás transnacionales que han operado bajo la máscara de MINOSA.
El respeto al pensar y sentir de la cultura Maya-Chortí representa, para el pueblo de Azacualpa, un asidero de justicia y dignificación. De ahí la importancia de que se reconozca, formal y estructuralmente, su plena condición Maya-Chortí junto con los derechos que le asisten en perspectiva antropológica y de derechos humanos. Finalmente, la realidad en lucha de Azacualpa se convierte en una “copia al espejo”, sin más, de la realidad del universo Maya-Chortí de Honduras. Azacualpa no es sino un fiel retrato del sentir, pensar y hacer de las comunidades Maya-Chortí, que comparte con ellas su pasado, presente y desafíos futuros igualmente comunes. A la vez, el pueblo de Azacualpa recibe las mismas miserias y atropellos, se le inculcan los mismos temores y se le despoja de la misma forma que se hace con las demás comunidades Maya-Chortí de Honduras.
[1] Las cifras de la devastación material, apropiación indebida y despojo de los territorios de estas comunidades y sus bienes naturales se presentan en: Juan Antonio Mejía Guerra (octubre de 2020), “San Andrés y Azacualpa: cuatro décadas de lucha por el derecho a vivir con dignidad y justicia”, Envío-Honduras, Año 18, N°. 63, pp. 33-40.
[2] Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Expediente SCO-0122-2019.
[3] Expediente de autorización ilegal para exhumar, trasladar e inhumar la totalidad del cementerio, extendida por el juez de Letras Rafael Rivera Tábora, JLSRC-EXP-00545-2021.
[4] Datos elaborados con base en la información proporcionada por el último censo poblacional realizado por el INE.
[5] Arnulfo Ramírez Acosta (2010). “Influencia del calendario Tzolkin en las actividades agrícolas y religiosas de la población Maya-Chortí en la zona occidental de Honduras” en: Revista Ciencias Espaciales, Nº. 1, Facultad de Ciencias Espaciales, UNAH, p. 107.
[6] Ibíd., p. 104.
[7] Véanse, entre otros, Ramón Rivas D. (1993), Pueblos indígenas y garífunas de Honduras: una caracterización, Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, pp. 205-254.
[8] Fray Diego de Landa, citado en: Adalid Martínez Perdomo (1997). La fuerza de la sangre Chortí. Vigencia de la norma jurídica tradicional. Centro Editorial, San Pedro Sula.
[9] María Luisa Vázquez de Ágredos (primavera de 2009). “El color y lo funerario entre los mayas de ayer y hoy. Ritual, magia y cotidianeidad”. Península, Vol. IV, núm. 1, p. 61.
[10] Ibíd., p. 63.
[11] Julián López García (2007). “Los nuevos cementerios en la región maya-chortí de Guatemala”, en Juan Antonio Flores Martos y Luisa Abad González (Coords.) (2007). Etnografías de la muerte y las culturas en América Latina, Universidad de Castilla-La Mancha, Ministerio de Asuntos Exteriores y Agencia Española de Cooperación Internacional, Murcia, p. 333.
[12] Ibíd., pp. 335.
[13] Ibíd., pp. 334.
[14] USAID (3 de julio de 2019). Mapeo de grupos y organizaciones indígenas del occidente de Honduras.
[15] Ignacio R. Mena Cabezas (2008). “Tradición y cambio cultural en los Chortís de Honduras”, Gazeta de Antropología, N° 24 (2), Artículo 47, p. 5.
[16] Junta Directiva de Aura Minerals Inc. (7 de junio de 2021). Política sobre derechos humanos. Parte III y Parte IV.
[17] Juzgado de Letras de lo Contencioso Administrativo (21 de abril de 2022). Oficio N° 49-2022-SPS.
* Coordinador de Investigaciones del Departamento de Filosofía de la UNAH-VS y coordinador de investigaciones del MADJ y del Bufete de Estudios para la Dignidad.
Estimado ERIC,
Espero que todo esté bien. Soy Sam, trabajo para Revistazo y estoy terminando un articulo sobre la impunidad corporativa y la mina de Azacualpa, veo que has escrito sobre esto antes.
Me preguntaba qué información podemos señalar para demostrar que Azacualpa y el cementerio es un sitio indígena. Veo que en el censo no hay gente Maya Chortí en La Unión. Veo que esto se enmarca a menudo como una cuestión de derechos indígenas y quiero reflejar esto en mi escritura si este es el caso.
Si tienes algún documento o sabes de algún representante de la población Maya Chortí en La Unión Copán con el que pueda hablar sería estupendo.
Pueden contactarme en cualquier momento;
Correo electrónico: sawwoolston@gmail.com
WhatsApp: +44 7928993244
Mi artículo anterior para Revistazo está aquí: https://revistazo.com/vacas-de-cocaina-las-narco-fincas-que-destruyen-la-biosfera-del-rio-platano/
Gracias por su ayuda,
Un cordial saludo,
Sam