Jueves, 28 mayo 2020

Del canto de los zorzales al canto de los hambrientos


Hemos perdido la pena, aquí estamos pidiendo comida porque si no nos morimos de hambre, y a renglón seguido dijo: nunca pensé que íbamos a llegar a esto, perdimos la vergüenza. Palabras de una joven a los micrófonos Radio Progreso. A ella y su compañero los despidieron al comenzar la pandemia, hoy junto a miles de personas están ubicadas en semáforos y calles en diferentes puntos de la ciudad inteligente.

En medio del drama actual vale recordar que San Pedro Sula es uno de los municipios más importantes de Honduras, cuenta con una población de más de un millón de habitantes, es el motor de la economía nacional, centro financiero y satélite de la costa norte hondureña. Sin embargo, esa riqueza está concentrada en unas pocas familias y esa realidad de desigualdad convierte a la ciudad en un escenario con dos dinámicas en paralelo: así como le bombea capital a la economía nacional, así bombea a borbotones miseria y muerte a la sociedad hondureña.

Al ser una ciudad que se fue desarrollando por olas de migrantes, primero el banano y luego las maquilas, una realidad que las autoridades municipales y empresariales nunca resolvieron, los nuevos inquilinos se fueron instalando donde pudieron con carencias de todo tipo. Estos sectores con el tiempo se fueron convirtiendo en los barrios más marginados y más violentos de la ciudad. En estos barrios es donde hoy viven los obreros de la violencia, en cambio los barones de crimen organizado cohabitan en los mismos barrios de los “honorables” empresarios y políticos de la capital industrial.

Con la entrada del neoliberalismo a comienzo de los noventas la ciudad se reafirma como centro de operaciones del capital nacional y transnacional. La ciudad se maquilló para estar a la altura de los centros financieros, y dicho maquillaje también implicó esconder la miseria. Se pavimentaron a doble carril las carreteras de salida de la ciudad al occidente, a Puerto Cortes y hacia el norte; se construyeron los bulevares y pavimentaron la ciudad y las calles de acceso a las zonas marginales.

Si en la última década la ciudad cambió el canto de zorzales por el sonido de la AK 47, con el Coronavirus la ciudad inteligente se transformó en la ciudad de los miserables. Antes, en la ciudad se decía que de la línea del ferrocarril para arriba era la zona buena y próspera y de la línea para abajo era la zona de los pobres y los violentos. Hoy, San Pedro Sula junto a Choloma albergan cerca del 50 por ciento de los 133 asentamientos irregulares estudiados por Hábitat para la Humanidad en el Valle de Sula. Población que vive en condiciones de miseria, en bordos de los ríos, a orilla de calles o en terrenos en litigio, toda esa población escondida por años hoy le dan un baño de realidad a quienes antes los negaron y los criminalizaron.

La emergencia del Corovavirus desnudó que la ciudad se ha construido en la lógica de esconder la miseria que alimenta y sobre la cual se sostiene, al tiempo nos ofrece una gran oportunidad para repensar la ciudad e impulsar políticas públicas para reconstruir sus tejidos sociales, económicos, políticos y culturales a partir de consensos y la participación de todos sectores sociales, consensos que nos permitan vigilar que nunca más la industria y el capital estén por encima de la gente, consensos que nos enseñe que su riqueza solo da belleza cuando toda su gente puede disfrutar de ella. El Coronavirus es un espejo y servirá para vernos en todo el siglo veintiuno.

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