Lunes, 27 Septiembre 2021 |
El fútbol ¿un encanto?
Es una de las mayores válvulas de escape, conducida, manipulada y exacerbada primordialmente por la “mancha brava”, es decir, las élites más revoltosas, de extrema derecha y bulliciosas, conformadas por políticos, militares, empresarios y medios de comunicación. Extrema derecha política, corrupción y fútbol van íntimamente unidos.
Los futboleros comunes y corrientes sin duda saben poco o nada de lo que ocurre en el país, no les preocupe, o manejan noticias de acuerdo al espectáculo o la morbosidad que despiertan. Su vida, con sus días y sus noches, gira en torno a los partidos de fútbol, tanto los nacionales como los internacionales, y quien es futbolero de pura cepa, sufre cuando pierde su equipo preferido o la selección, como sufre por igual cuando pierde el equipo favorito de España, Italia o Inglaterra.
Si hay fútbol, qué más da si hay o no hay empleo, o comida, o si se pueden o no pagar las jaranas. Con el fútbol se unen todas las ideologías, y pueden existir confrontaciones políticas en razón de visiones ideológicas distintas, pero al momento de un decisivo partido de fútbol, no hay banderas ideológicas que dividan. En el día a día alguien puede despotricar en contra de la oligarquía, pero si en la noche hay fútbol, todo mundo a gritar porras por el “equipo del patrón”, como canta el cantautor popular hondureño, Mario de Mezapa. Y todo mundo se vuelve solidario cuando los videos enfocan a los jugadores del Olimpia recibiendo coimas. Pobres olimpistas!
Un partido de fútbol transforma los rostros, las miradas, los sentimientos y el carácter de los futboleros. Todo se reduce a la única pasión en torno a un balón y muchos pies corriendo tras las jugadas. El fútbol es pasión que desborda y embrutece, ante la cual el mundo entero se rinde, empareja a analfabetas con profesionales, ambos por igual se embrutecen. Ante el partido, el futbolero se transforma en fanático, y sus sentimientos se exacerban como solo ocurre con un extremista fanático religioso o cachureco, porque a fin de cuentas el fútbol, la religión y la politiquería, se asemejan en desviar la atención de la realidad para concentrar la mente y el corazón en una única devoción. Son ahuyentadoras de la realidad, son válvulas de escape.
Quizás antes del partido, algunos aficionados tienen información de los dueños de los equipos de fútbol y de su relación con empresas que incumplen sus obligaciones laborales con los trabajadores, pero una vez que el equipo ingresa a la cancha, la mente se enturbia, y en la medida que avanza el partido, el futbolero va sufriendo una metamorfosis que lo puede conducir a un fanatismo con capacidad para ver en los contrarios como enemigos. Ya lo escribió alguien en un meme por las redes sociales: “Un pueblo sumergido en la mediocridad, se condena al fracaso y a la miseria cuando sabe más de fútbol que de sus propios derechos, cuando grita más fuerte un gol que una injusticia, y cuando le exige más a un jugador que a los políticos”.
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