Miércoles, 09 Diciembre 2020    

En el día de lucha contra la corrupción

Desde nuestra fe cristiana confesamos a un Dios de Vida que nos ha donado todos los bienes y toda la creación para el buen vivir de todas las personas. Nadie puede disponer como suyos, sin atentar contra la voluntad divina, de los bienes y riquezas de la naturaleza y de la creatividad humana para su satisfacción exclusiva.

La administración de los bienes ha de realizarse a partir de la búsqueda del bienestar de las personas, y orientar la misma hacia la solidaridad humana y hacia la paz definitiva. Cuando los bienes y las riquezas los administramos para el bien de pocos dejando muy mal a mucha gente, estamos entonces siendo corruptos, porque la corrupción es el uso perverso de los bienes que Dios nos ha entregado para que los orientemos a la dignificación de todas las personas y el bien común.

Cuando se usan los cargos como privilegios y como oportunidad para sacar ventajas personales, familiares o de grupos; cuando se acaparan recursos y se desvían fondos públicos aprovechando puestos o títulos políticos, privados o religiosos se cae en la dinámica de corrupción. De igual manera, cuando nos escudamos en un cargo, puesto o título para recibir beneficios, prebendas o canonjías de parte de sectores económicos o de poder, también estamos cayendo en la esfera de la corrupción.

Cuando conocemos situaciones de corrupción o actos que están reñidos con la transparencia y la legalidad, pero nos quedamos callados porque quienes lo realizan tienen con nosotros lazos familiares o de amistad, y preferimos callar por evitar meternos en problemas, o porque sencillamente tenemos miedo y no queremos arriesgar el trabajo o la seguridad personal y familiar, entonces estamos participando irremediablemente de la corrupción.

De igual manera, cuando callamos ante los sobornos, y todavía más, cuando somos condescendientes con el pago de mordidas a empleados públicos de alto, medio o bajo rango, quizás bajo el argumento de agilizar un trámite o para ahorrarme el tiempo, estamos siendo partícipes de la corrupción.  Así como los cauces de los ríos que los hay muy grandes, medianos, regulares, pequeños y riachuelos muy chiquitos, así la corrupción existe desde la más grande hasta la pequeñita. Pero como todas las aguas de todos los ríos, sin determinar tamaños, acaban juntándose en el mar, todas las corrupciones, grandotas y chiquititas acaban desembocando en el mar de corrupción que ha inundado a la sociedad hondureña.

Y como de la corrupción nadie en nuestro país puede hablar sin estar salpicado de la misma, un punto de partida para hacerle frente es saber identificar a los responsables de las mayores corrupciones en el país, pero sin dejar de preguntarnos qué hacer para quitarnos las pelusas y las vigas de corrupción que tenemos en nuestras vidas, nuestras, familias, nuestras iglesias y en nuestras organizaciones e instituciones.

Porque de la corrupción nos vamos a librar cuando por igual luchemos contra la dinámica corrupta de la sociedad y contra nuestras propias prácticas y actitudes corruptas.

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