Jueves, 29 abril 2021 | ![]() |
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La maldad hecha gobierno
Ha pasado más de un año de la pandemia y sin temor a equivocarnos podemos afirmar que el Coronavirus es el mejor regalo que ha tenido el régimen de Juan Orlando Hernández. Un regalo inesperado que, siendo una oportunidad para mejorar su imagen, solo evidenció su instinto criminal y reafirmó que de ahí nada bueno se puede esperar. Es la maldad hecha persona.
Mientras gastaba millones en pertrecho policial y militar para fortalecer su estrategia de terror y de encierro de la población, llegó el virus y encerró a todo el mundo sin disparar una bala. Pero en vez de aprovechar para reorientar su mal gobierno, apostó por saquear los pocos recursos que aún quedaban en las cuentas nacionales. Cerca de cien mil millones de Lempiras andan flotando entre paraísos fiscales internaciones y caletas nacionales.
Mientras desaparecía el dinero de la emergencia, los hospitales se fueron llenando de personas contagiadas, la cifra de muertos fue creciendo, los centros de triaje nunca despegaron con las pruebas y el personal sanitario iba cayendo. Hoy solo tenemos números, que no son cifras oficiales, porque son más confiables las estadísticas de las funerarias que las patéticas comparecencias públicas de don Francis Contreras.
Mientras en otros países se organizaron paquetes de ayuda familiar, aquí se ofrecían bombas lacrimógenas para quienes salían a la calle a reclamar. Mientras en los países vecinos se facilitó una tableta para que los niños recibieran las clases virtuales, aquí estamos alcanzando el segundo año perdido para los estudiantes de primaria y secundaria. Mientras en los países vecinos están vacunando para salvar vidas, aquí están privatizando la adquisición de las vacunas.
La perversidad de Juan Orlando no es una cuestión de casualidad, es la construcción del perfil de la clase política hondureña de las últimas tres décadas. Políticos que siempre entendieron el Estado como negocio, se hicieron expertos en aprovechar cada crisis en ocasión para seguir saqueando, avalados por la comunidad internacional porque el latrocinio se hace en el marco de las recetas neoliberales, que asumen que “siempre habrá daños colaterales”. Aún es temprano para medir el impacto que nos dejará la pandemia, pero algo está muy claro y nos debería mover en estos tiempos electorales: cualquier posibilidad para enfrentar las secuelas de la pandemia pasa por construir Estado de derecho, y desde ahí combatir la corrupción e investigar y castigar a la banda de criminales que han conducido el país en la última década. Esa tendría que ser la principal razón de cualquier alianza electoral. No perdamos esta oportunidad, aún estamos a tiempo.

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