Sábado, 12 Diciembre 2020 | ![]() |
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Llueve sobre mojadoPasó la temporada ciclónica por Honduras, pero las lluvias de la temporada de frentes fríos apenas comienzan y nos acompañan hasta principios de febrero del próximo año. Para gran parte del Valle de Sula, que sigue bajo los escombros de los huracanes Eta y Iota, la situación es desesperante. Los suelos ya están saturados, la amenaza de deslizamientos en la zona alta y de desbordamientos de ríos en la baja, sigue intacta, por lo que miles de personas aún no pueden regresar a sus casas. Los bordos de los ríos Chamelecón y Ulúa y sus canales de alivio registran al menos 140 rupturas, y un mes después del paso de los huracanes no hay señales de reparación de los mismos. Las riquezas del Valle de Sula están bajo el lodo y no se mira amanecer. Si la destrucción de los huracanes es un drama, no es menos dramática la gestión de la emergencia por las autoridades municipales y centrales. Sigue dominando la ausencia del Estado en toda la emergencia, y la poca ayuda de origen estatal, no llega en nombre del Estado, sino de manos de los activistas del partido en gobierno. La negligencia de este gobierno no es nada nuevo. Su comportamiento saqueador y criminal es rasgo distintivo de la gestión gubernamental de la última década. Para atender la crisis del Coronavirus el gobierno aprobó cerca de 100 mil millones de lempiras, y ocho meses después de la pandemia los hospitales móviles aún no están listos. La indefensión es el rasgo principal en los albergues y en los rostros de miles de damnificados. Se creó un Consejo consultivo para organizar la reconstrucción del país, sin embargo, esa instancia tiene un problema de origen, no tiene autonomía del gobierno y sus integrantes están condenados a servir de aduladores o blanqueadores de la corrupción de Juan Orlando Hernández. En resumen, la actual crisis humanitaria es el resultado de la conjugación de la pandemia, la destrucción del paso de los huracanes y el rostro criminal del gobierno. Ante esa realidad, lo urgente está en abrir caminos donde los diversos sectores sociales y la comunidad internacional asuman un papel destacable en la organización y gestión de la emergencia. Solo desde ahí se puede hacer frente a la desconfianza que la ciudadanía tiene de las instituciones públicas y crear condiciones para gestionar la ayuda internacional. De lo contrario, seguirá lloviendo sobre mojado.
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