Miércoles, 22 julio 2020 | ![]() |
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Luces que despiertan dignidad y alumbren los caminosEl papa Francisco representa, sin duda, una palabra acreditada. Desde su primera aparición en el balcón vaticano para pedir del pueblo de Dios su bendición, pasando por el llamado a la conversión dentro de la Iglesia, hasta su cercanía con los pueblos amazónicos amenazados, y su clara preferencia por dar fuerza y legitimidad a los movimientos populares del mundo, el papa Francisco se ha erigido como fuente de unidad y aliento para una humanidad hundida en pandemias y dinamismos deshumanizadores. El papa Francisco ha dado muestras de su preferencia tanto por la gente anciana como por la juventud. Se queja que los ancianos sean olvidados, y peor sean hoy el sector más vulnerable ante la pandemia. Y se queja que las juventudes sufran en carne propia la exclusión de un mundo que las expulsa por demandar empleo y espacios propios de decisión. El papa Francisco sabe despertar credibilidad eclesial en toda la sociedad, con palabras que penetran en el corazón de los conflictos, y citamos textualmente algunas de ellas: “Pienso que el llamado liberalismo salvaje convierte a los fuertes en más fueres y a los débiles en más débiles y a los excluidos en más excluidos. Se necesita gran libertad, ninguna discriminación, no demagogia y mucho amor. Se necesitan normas de comportamiento y también, si fuese necesario, la intervención directa del Estado para corregir las desigualdades más intolerables”, hasta aquí la cita. Con el papa Francisco la Iglesia entera ha experimentado un nuevo amanecer. No sabemos qué será de la Iglesia después de su paso como primado de Roma. Pero nadie puede dudar que su presencia ya dejó una impronta con huellas imborrables y fructíferas. Sus palabras, sus gestos y sus opciones han despertado esperanzas que hacía mucho tiempo se habían marchitado. El papa Francisco nos ha ido mostrando, a lo largo de sus años como pontífice, una iglesia con sabor a Evangelio, a pueblo y a ternura. Unos sabores que se van haciendo música y consuelo cuando se juntan con el caminar de las comunidades eclesiales de base, especialmente en nuestro continente americano. Millones de gentes en el mundo cargan con una pandemia y un estado de postración como resultado de un sistema inhumano y productor de discriminación. Estos pueblos humillados no necesitan solo consuelo para un más allá. Necesita de una Iglesia con un liderazgo que cuestione de frente a quienes, como en Honduras, añaden sufrimiento y muerte cuando debían salvar vidas y promover la dignidad humana. Necesitamos de un liderazgo eclesial que desde su caminar y compromiso con la gente humillada y maltratada, cuestione el sistema injusto e inhumano. Necesitamos de liderazgos eclesiales que desde su misión y función clerical no solo repitan las palabras del papa Francisco, sino se jueguen la vida por hacerlas realidad. Necesitamos de liderazgos eclesiales que hoy sean brazos, piernas, ojos, oídos y corazón del papa Francisco, para que su palabra profética se encarne y sea luz que brilla en todo su esplendor en las tinieblas hondureñas.
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