Miércoles, 29 abril 2020

O volvemos a la normalidad, o nos re hacemos


Esta pandemia nos deja una provocación: abramos los ojos. Ni el dinero, ni el consumismo, ni la privatización de los bienes comunes y públicos, ni el individualismo, ni la acumulación de bienes, nos salvan. Nos conducen a la barbarie. Son falsos brillos.

A la gente se le persigue por tener hambre y reclamar comida. A los verdaderos corruptos y a los que chupan la sangre de la gente sencilla, no se les persigue. Se les rinde honores. A quienes desnudan sus prácticas corruptas, se les acusa de gente dañina. Los corruptos son honorables, y son vistos como coherentes, y los aplauden. A quienes los denuncian, los llaman incoherentes y revoltosos. Y quedan señalados.

Estamos en la encrucijada, ante dos caminos. Un primer camino: volver a una “normalidad” que produjo un pueblo hambriento y enfermo, políticos corruptos y narcotraficantes; privatizaciones y depredación de bienes comunes y públicos; y que produjo amplias poblaciones en orfandad. Segundo camino: rehacer la vida, las relaciones humanas, sociales e institucionales, el Estado, la política, y la economía, desde la solidaridad, el bien común y la democracia no solo representativa, sino, participativa y directa, como nuevo paradigma de una institucionalidad del Estado de Derecho.

¿Qué significa volver a la “normalidad”? aceptar que siga el continuismo de Juan Orlando Hernández y su club de aduladores ladrones y rapaces. Aceptar la lógica del sálvese quien pueda. Aceptar que los corruptos y ladrones sigan siendo los honorables y respetables de la sociedad, y es aceptar que la gente es pobre por haragana y designio divino.

Tenemos todo el tiempo por delante. Ya van emergiendo gestos desde la marginalidad de los poderes establecidos. Son gestos de mujeres organizadas para la solidaridad; Son gestos de comunidades campesinas y pueblos originarios que defienden y protegen sus ríos, sus fuentes de agua, y muy dueñas de sus culturas, celebran con alegría la vida.

Ya se va anticipando esa nueva sociedad, con gestos de una fe viva en el Evangelio, que rompe con pastores pisteros, y con fundamentalismos y fanatismos religiosos y políticos. Ya vemos que se asoma esa nueva sociedad, con esos gestos sencillos de una fe en comunidad que, sin aferrarse a confesiones, estrecha las creencias y promueve encuentros entre distintos, y anuncia la esperanza ahí donde solo se han presagiado fracasos.

Son luces que nacen desde los sin-poder, que emergen al margen del brillo del capital. Nos convocan a escapar del falso brillo de los templos de encantadores de serpientes que nos prometen una vida mejor desde un gobierno narco. Son luces que nos advierten de los falsos brillos de las manos limosneras y de las soluciones de un caudillo religioso, político o militar. Esta pandemia nos convoca, desde nuestra fe y testimonio, a encender luces que nos conduzcan hacia la sociedad de las ternuras y los abrazos compartidos desde la dignidad de los pueblos.

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