Miércoles, 08 abril 2020

¿Qué celebramos en Semana Santa?


¿Qué no debe faltar en Semana Santa? ¿Qué es aquello de Semana Santa sin lo cual sería cualquier celebración, menos semana santa? ¿Qué es lo esencial de la semana santa? Algunas personas dirán que lo esencial son las procesiones y las tradiciones sobre la pasión del Señor. Otras dirán que el descanso. Las procesiones son muy buenas, y ayudan a la devoción popular. El descanso es muy bueno, y necesario. Pero no son lo esencial de Semana Santa. Este año no habrá procesiones masivas, y sin embargo, hay Semana Santa.

La Semana Santa es el corazón de nuestra fe cristiana, en ella hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La esencia de esta celebración se encuentra en responder a la pregunta de cómo ser fiel a Jesucristo en nuestra historia personal, familiar, comunitaria y social. Y cómo ser fiel a través de los diversos acontecimientos, como, por ejemplo, en este tiempo cuando nos amenaza una pandemia.

La Semana Santa nos impulsa al compromiso con quienes hoy padecen en carne viva el Víacrucis por estar infectados del Covid, o por padecer hambre porque han perdido sus fuentes de ingresos. Es decir, lo esencial de la semana santa es volvernos al Evangelio para seguir en nuestra historia presente a las mujeres y hombres crucificados, y animarnos en la esperanza de la resurrección, sin abandonar el compromiso con el camino de la cruz.

La Semana Santa es la memoria de la condena, pasión, tortura y muerte de Jesús. Pero es una memoria que tiene un rumbo muy definido: el triunfo de Dios sobre la muerte, y por ello, la liturgia de la Semana Santa culmina con el domingo de Pascua, precedido por la imponente liturgia de la Vigilia Pascual, en la cual se testimonia el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la persona nueva sobre la persona vieja, de la Vida sobre todos los signos de muerte.

Los cristianos confesamos a Jesús Hijo de Dios que nació pobre, creció en edad, sabiduría y en gracia de Dios, predicó el Reino de Dios, fue capturado y condenado a muerte de cruz por los romanos confabulados con las autoridades políticas y religiosas judías, murió con terribles gritos de dolor y de desesperación, fue enterrado, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Cuando lo mataron muchos lo abandonaron, pero otros le siguieron, especialmente mujeres. Su espíritu impregna a quienes hoy lucha por la justicia.

Esta confesión es la que celebramos en la liturgia de la Semana Santa y a través de ella buscar ser fieles al Evangelio en la realidad presente. Por eso mismo, la Semana Santa debía ser entonces un momento muy especial para que la Iglesia renueve su compromiso, como lo dice nuestro mártir jesuita, Ignacio Ellacuría, de luchar para bajar de la cruz a los empobrecidos que hoy son crucificados.

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