Nadie en sus cabales pone en duda la importancia de las elecciones en una sociedad democrática. Las elecciones son a la democracia como el pez al agua. Todo mundo que se diga demócrata no escatimará esfuerzos para proteger los procesos electorales.
Así las cosas, no deja de llamar la atención que en nuestro país, sean los sectores y los líderes con más tradición antidemocrática los que con más vehemencia promueven y defienden las elecciones y las llamadas reformas electorales. Y a esto también hemos de añadir que los más fervientes devotos de las elecciones y las reformas electorales sean justamente los que más están señalados por actos de corrupción, saqueo a instituciones públicas y por sus vínculos con el negocio del narcotráfico.
De igual manera, los mismos que hoy defienden las reformas electorales son los que se comprometieron hasta el tuétano con la ruptura del orden constitucional, y lo hicieron sin medir sus consecuencias, y hasta en nombre de un Estado de Derecho que luego se encargaron de hacerlo añicos, como ha ocurrido a lo largo al menos de la última década.
Los mismos que justifican la respuesta militar a la protesta social, e incluso hacen alarde de defender la democracia a través de la acción de lanzar bombas lacrimógenas indiscriminadamente, sin importar si ocurre en una calle o dentro de aulas escolares, promueven reuniones y conciliábulos entre diversos dirigentes políticos para alcanzar acuerdos en torno a las reformas electorales.
Y aún hay más. Precisamente la OEA, con su Secretario General a la cabeza, que ha avalado la reelección inconstitucional de Juan Orlando Hernández, hoy invierte millonarias cantidades de dinero en consultorías con el fin de presentar propuestas de reformas electorales a los mismos que todas las veces que han querido han violado la constitución para adulterar datos y para amparar la violación a la Constitución.
¿Qué hay entonces detrás de los angustiosos deseos y propósitos de estos sectores y oscuros personajes para que se aprueben las llamadas reformas electorales? En nuestro caso hondureño, las elecciones en lugar de ser sinónimo de democracia, se han convertido desde al menos las últimas tres contiendas electorales en un estricto instrumento que legitima el poder de los fuertes, los corruptos, los criminales y los impunes. Y hoy necesitan repellar ese proceso con unos cuantos y cuentos retoques que ellos llaman reformas, con el fin de quedar bien con esa llamada comunidad internacional, y así seguir engañando incautos, que en Honduras para bendición de un futuro transformador, cada vez quedan menos, y muy pocos.
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