Miércoles, 05 Agosto 2020

Salud y pueblo enfermo


La Organización Mundial de la Salud define la misma así: “Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades”. Esta definición se convierte en tarea urgente en un sistema público de salud injusto y excluyente, carente de medicina adecuada, como el nuestro. No debe sorprendernos que el mismo sistema de salud sea un factor para la muerte de mucha gente pobre, en lugar de ser factor posibilitador de esperanza y de vida, como ha quedado evidente con la llegada de la actual pandemia.

Un país como el nuestro, que debía tener muchos de sus recursos puestos en la salud preventiva, no tiene ni siquiera una política clara de salud curativa. Viene una epidemia como el dengue hemorrágico, y ni siquiera existen recursos para hacer frente a los criaderos de zancudos, y así nos agarró el Coronavirus, lo que desmiente el fácil argumento oficial que nadie en el mundo estaba preparado.

Nuestro sistema de salud expresa y refleja el concepto de salud que existe de fondo en los sectores exclusivos de la sociedad hondureña: la salud es privilegio de pocos, y para que este privilegio exista es necesario marginar de una atención digna a la mayoría de la población.  Nada hay más aberrante que la privatización de la salud en una sociedad con un pueblo enfermo.

En nuestro país necesitamos transformaciones a fondo del actual concepto de salud. Estas transformaciones han de estar unidas con un cambio amplio y profundo de las estructuras económicas y sociales del país. Transformaciones que tienen que ver con las políticas ambientales, la situación laboral, la seguridad social y ciudadana, la educación y los procesos de integración social y comunitaria, la reflexión sobre la cultura y la progresiva humanización de la misma.

Ante todo, la persona con su dignidad ha de ser el centro de cualquier propuesta de salud, por encima de ganancias, intereses gremiales, políticos y de puestos públicos. Entre los diversos grupos humanos, los que menos tienen, los desempleados, los sectores marginalizados del campo y de la ciudad, la juventud, las mujeres y los niños y niñas de entre los sectores excluidos, han de estar en la prioridad de cualquier política de salud pública.

La gente enferma ha de ser la privilegiada, y ha de ocupar el centro de todos los programas de salud, de los profesionales de la medicina, de los gremios de la salud y de las políticas públicas oficiales. Penosamente, para las transformaciones que el país necesita teniendo como prioridad a la gente enferma, se necesita que el actual sector que ha conducido al Estado hondureño a lo largo de los últimos años, se vaya para siempre de la administración pública.

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