Viernes, 31 julio 2020 | ![]() |
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San Ignacio de Loyola y la misión de la Compañía de JesúsLos jesuitas nacieron de la inspiración de San Ignacio de Loyola, nativo del País Vasco, un hombre profundamente religioso y visionario, quien supo unir la fe con el servicio, la oración con la acción. El tiempo de San Ignacio de Loyola se correspondió con la crisis que generó la Reforma Protestante. Ignacio de Loyola supo interpretar los signos de los tiempos que demandaban renovación en la vida y misión de la Iglesia. Fue un verdadero reformador de la Iglesia, desde dentro de ella. Abrió las puertas de la Iglesia a los desafíos religiosos y culturales del agitado siglo XVI. Siguiendo la consigna apostólica de Ignacio de Loyola de buscar la mayor Gloria de Dios y bien de las Almas, los jesuitas, muy pronto, extendieron su misión en Europa, a través del apostolado educativo, y en seguida extendieron su misión a los confines del Japón y de la India por medio de San Francisco Javier, entrañable amigo de Ignacio de Loyola y miembro del grupo fundador de la Compañía de Jesús. En América Latina fue universalmente destacada, la experiencia de las Reducciones del Paraguay, una propuesta de evangelización y sociedad alternativa a la propuesta española basada en la esclavitud y la explotación de los aborígenes. La población guaraní desarrolló en muy pocos años sus capacidades productivas, educativas, organizativas y espirituales como muy pocos pueblos lo habrían de lograr en la historia latinoamericana. Hoy en día la Compañía de Jesús a nivel de todo el mundo define la búsqueda de la mayor Gloria de Dios como un servicio a la fe y la promoción de la justicia, la inculturación y la reconciliación. Aquí en Centroamérica y en Honduras en particular, la Compañía de Jesús encarna esa misión de Fe y Justicia como saber escuchar y buscar respuestas a los clamores de las poblaciones marginadas urbanas y rurales. Una sola es la misión, una sola es la Compañía de Jesús, expresada en una diversidad de obras apostólicas. Cada obra ha de estar plenamente abierta a la dimensión universal de la Compañía, y en ella han de estar presentes todas las dimensiones que dan sentido a la misión universal. Una obra educativa o parroquial, por ejemplo, tienen su servicio específico a la Iglesia y a la sociedad en el campo de la educación y en la pastoral. Pero esa educación y esa pastoral parroquial, deberán tener en sí misma las dimensiones de espiritualidad, social, cultural que le son propias a la misión de Fe y Justicia de toda la Compañía. El talante de una obra de la Compañía de Jesús es su apertura. Apertura a los desafíos y clamores de la gente más oprimida; apertura a los desafíos de la Iglesia, y apertura a las otras obras apostólicas. Uno de los servicios testimoniales que las obras apostólicas pueden ofrecer a la iglesia y a la sociedad es su coordinación y vinculación internas. Ninguna obra apostólica se debe y se puede bastar a sí misma, ni debe relacionarse con las demás sólo a partir de lo que a ella le interesa. Las obras apostólicas se necesitan unas a las otras, y no hay obras apostólicas más importantes ni menos importantes. Todas se necesitan mutuamente, y en esa complementariedad se encuentra una de las mayores riquezas y servicio a la Iglesia y a la sociedad.
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