Miércoles, 23 septiembre 2020 |
Tendencias centroamericanas para próximo futuroCentroamérica sigue atrapada en la inequidad y la pobreza. No hay señales claras que adviertan un cambio de rumbo o giro de timón en los sectores políticos y oligárquicos, y su subordinación al capital multinacional será lo que defina las reglas del juego tanto en lo político, como en lo económico y jurídico en la región. En toda Centroamérica se advierte que la clase política tiene problemas de recambio generacional, y lejos de potenciar la institucionalidad democrática, apuesta por debilitarla con la práctica consuetudinaria de la corrupción. La institucionalidad se define por su precariedad, sin capacidad para hacer frente a la conflictividad social, particularmente el fenómeno de las pandillas juveniles y el crimen organizado, los cuales ya van presentando zonas en donde el control se encuentra en grupos ligados al narcotráfico y el delito transnacional, y con estrechas relaciones con instituciones del Estado. Con la agudización de los problemas, más la llegada de la pandemia, el fenómeno de la migración seguirá en ascenso, así como la explotación sin control de los bienes naturales por parte de multinacionales y empresas extractivas. Esta prioridad empresarial contribuirá al aumento solo de flujos migratorios como mano de obra barata, sino el deterioro del medio ambiente, la vulnerabilidad y la alta peligrosidad que representan los fenómenos naturales como los terremotos y las inundaciones. Tras las inestabilidades sociales, políticas e institucionales, ya no se puede hablar de democracia, sino de un retroceso, un panorama involutivo. Más que estancamiento lo que existe es un proceso continuo de deterioro democrático. Una vez que las sociedades se cansaron de propuestas de derechas y de izquierdas, se decantaron por dar el poder en las urnas a nuevos caudillos con ínfulas mesiánicas. Los grupos políticos han sido incapaces de reconocer los conflictos que generan y mucho menos entender la institucionalización de la democracia como un proceso que ha de estar por encima de decisiones arbitrarias y personalistas. Los políticos se han convertido en un factor decisivo que impide que la democracia se convierta en mecanismo más abierto y de participación ciudadanía. A los políticos les interesa que la gente vote, y punto. Eso de la democracia es cuestión de demagogia que en los hechos es aplastada con las prácticas autoritarias y corruptas. La creciente presión de movimientos sociales, étnicos, género, ambientalistas y territoriales en el marco de una lucha por recuperar espacios públicos y desde la capacidad de ejercer poder y construirlo desde las “bajuras” ciudadanas locales, es una tendencia democratizadora por encima de la tradicional lucha por la “toma del poder”. Se perfila un tiempo de debate y de búsqueda, y es necesario alimentarlo y empujarlo. Necesitamos convertir este tiempo en construcción de nuevas propuestas políticas, económicas y culturales, porque necesitamos confrontar propuestas dignas y soberanas con el actual modelo de exclusión social y económica.
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