Jueves, 11 febrero 2021 |
Terror, esa es la estrategia
El 7 de febrero apareció el cuerpo sin vida de la enfermera Keyla Patricia Martínez en la celda de la posta policial de la Esperanza, Intibucá. Keyla, estudiante universitaria de 26 años, fue detenida por la policía en la noche del día 6 de febrero y encerrada en una celda, en la cual apareció sin vida, y de acuerdo al Ministerio Público, fue víctima de estrangulamiento estando estrictamente bajo custodia policial. El asesinato de Keyla no es un caso aislado, es apenas la gota en medio del reguero sangre a manos de los cuerpos armados del Estado.
Su crimen trae a la memoria otros asesinatos de mujeres ocurridos en los últimos días y semanas, como lo ha denunciado la Representante Residente del Sistema de las Naciones Unidas en Honduras en su cuenta de twitter. No pocas de las muertes violentas de mujeres apuntan no solo a la mano de los hombres, sino a los vínculos con los cuerpos armados bajo protección directa de la institucionalidad del Estado.
Estos crímenes desnudan la Comisión depuradora, y da razón a todas las voces que denunciaron que el objetivo principal de la depuración de la Policía Nacional era quitar a todos a los policías que estorbaban en la tarea de tener todo el cuerpo policial bajo las órdenes de una sola línea del crimen organizado. Hubo relevo de mando en la dirección nacional, igual que en las Fuerzas Armadas y todo cuadró como en el mundo de Alicia el país de maravillas, los villanos hicieron por arte de magia que bajaran la tasa de homicidio y la droga dejó de pasar por Honduras. Un cuento que ni ellos se creen.
Mientras la memoria trae los rostros de Berta Cáceres, Blanca Jeanette Kawas y Ricci Mabel, los militares siguieron recibiendo premios hasta convertirse en el eje central que sostiene el régimen. Por eso no es casualidad que los ministerios de Defensa y Seguridad en 2009 tuvieran un presupuesto de 4,805 millones y en 2020 ascendió a 15,099 millones de Lempiras. A esto se suma los cuatro mil millones para la agricultura verde olivo. Son los consentidos de casa presidencial y son los verdugos de las mujeres y la población en general.
El espeluznante derramamiento de sangre de mujeres, que en sí mismo denuda la violencia patriarcal ejercida por los hombres en los espacios domésticos, y por la institucionalidad del Estado en los espacios públicos, oculta además, la noticia internacional de los vínculos del Titular del Ejecutivo con el narcotráfico. En la actual Honduras convulsionada, todos los caminos señalan a Juan Orlando Hernández como un auténtico problema en el país, y cada vez crecen la voces que demandan su salida, como el paso necesario para avanzar en la investigación de todos los crímenes de Estado.
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