Volver al maíz cuando azotan las ZEDE
En Francia y en otros países del norte se rinde tributo al pan como producto por excelencia, y como elemento básico de la alimentación y la cultura. Particularmente los franceses presumen con orgullo de hacer buen pan y de contar con el mejor trigo del planeta; en cada ciudad, por pequeña que sea, existen expendios de diversos tipos de pan, cuyos dueños se vanaglorian de elaborarlos conforme mandan las reglas, sin productos químicos o aditivos para hacer que duren más o tengan color o sabor especial.
En ese país el oficio de panadero es de los más celebrados y existe una historia muy rica al respecto. Se tienen, por ejemplo, memorias históricas de los primeros panaderos y de las primeras escuelas para enseñar el arte de hacer buen pan, y del invento de las máquinas y las fórmulas de hornear para lograr un producto a la altura de su exquisita cocina.
¿Por qué, dirá Usted, amable oyente y lector, nos metemos hoy con temas que podrían formar parte de programas culinarios, y no de una posición editorial de nuestra radio? Lo hacemos porque nosotros, las sociedades hondureñas, centroamericanas y mexicanas tenemos una planta de la que debemos también estar orgullosos: el maíz. Somos un pueblo que con orgullo hemos de decir que somos hijos e hijas del maíz, y toda nuestra cultura se ha tejido en torno a su cultivo, pues proporciona desde hace miles de años el alimento por excelencia, heredado como riqueza de nuestros pueblos originarios.
Los campesinos y pueblos indígenas de nuestro país y de otros países mesoamericanos, han sabido conservar el maíz durante siglos y les sirve para elaborar una variedad de comidas que podrían ser más extensas que las que se preparan con el trigo o con el arroz, grano básico de Asia. Y en estos tiempos, entre agosto y octubre, suelen organizarse ferias de elotadas, atoladas, todas en torno al cultivo del maíz y de la variedad de sus productos.
Al contrario del trigo tan defendido por los gobiernos europeos, nuestros funcionarios suelen mirar con desdén al maíz, al que tratan como símbolo de pobreza, de atraso y a lo sumo factor para promocionar un folclor discriminador. Los responsables de la economía y la agricultura, en lugar de defenderlas, atentan contra las variedades más ancestrales de semillas al alentar el comercio, la siembra y el consumo de maíz transgénico.
El bienestar, la calidad de vida y la soberanía patria descansan en bocas bien alimentadas, en comida bien preparada y de buen sabor. Los sustitutos engañosos del maíz atentan contra el campesino y en contra de lo mejor de nuestra tradición. Ese mensaje lo dejan bien claro los europeos con la defensa de su trigo y de su pan. Mientras tanto, un grupo de vende patrias firman con transnacionales y aprueban el despedazamiento de nuestro territorio con las ZEDE, que mandan al carajo el maíz y la tortilla y nos ponen a merced de una economía que amenaza nuestra cultura, la soberanía alimentaria, y en definitiva toda nuestra vida. Por ello, desde el amor al maíz es mucho más fuerte hacer nacional la consigna: defendamos el maíz y todos sus productos, ¡volvamos a la milpa!
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