Mateo Crossa[1]
Hoy, la industria de la maquila pasa por uno de sus momentos más desafiantes: no sólo hay señales de una crisis cíclica, sino de una profunda transformación de la industria de ropa a escala internacional impulsada, entre otras cosas, por la «moda rápida». Este artículo nos permite entender a qué se debe esta situación de crisis y desempleo, y los desafíos que implica para obreras y obreros.
Preámbulo
Honduras es el país del Triángulo Norte centroamericano en el cual la industria maquiladora tiene el mayor peso dentro de la estructura económica, exportaciones y empleo. Esta industria es un eje de acumulación de la economía hondureña que representa un cuarto de las exportaciones, 130 mil trabajos fabriles directos, y un peso importante en el producto interno manufacturero.
En torno de esta actividad se articulan los grandes grupos oligárquicos hondureños y grandes corporaciones transnacionales, particularmente de la industria textil y de confección. Y en torno de esta industria se han forjado algunos de los movimientos obreros más importantes de la historia reciente de este país centroamericano.
Sin embargo, hoy esta actividad manufacturera para la exportación está cruzando por una etapa de enorme incertidumbre, que no solo se refleja en la contracción de cifras macroeconómicas, sino fundamentalmente en el aumento acelerado de despidos. Solo en 2023 la industria maquiladora registró una contracción de al menos 35,000 empleos, lo cual hoy representa un cuarto de la población obrera de esta actividad en el país. Las señales de alarma están puestas por todos lados, pero pocas han sido las explicaciones que nos permiten entender a qué se debe esta situación de crisis y desempleo.
El objetivo de esta contribución es poner algunas reflexiones sobre la mesa para comprender cuáles podrían ser las causas principales de este escenario crítico. Para ello partimos por exponer algunas notas sobre el desarrollo histórico de esta industria. Posteriormente, se analizará lo que sucede en la industria de confección a escala global y algunas de las tendencias más importantes que se están produciendo a escala internacional en esta actividad manufacturera. Esto, con el fin de exponer algunas ideas que permitan comprender la realidad concreta y actual de la maquila en Honduras.
De poder cumplir con este objetivo, deseamos que este escrito sirva para que las trabajadoras y los trabajadores de la maquila en Honduras puedan tener más herramientas que fortalezcan su proceso organizativo y de lucha frente a este escenario adverso.
Algunas pautas históricas de la maquila en Honduras
Para comprender la situación actual de la industria maquiladora en Honduras, es necesario hacer un rápido recorrido por la historia de esta actividad manufacturera, con el fin de entender cuál fue su origen y su desenvolvimiento, previo a la situación actual.
La industria maquiladora en Honduras y en Centroamérica nació en la década de 1980, en el contexto de una crisis económica global a la cual, las grandes corporaciones de origen estadounidense, respondieron llevando la producción a las economías de la periferia mundial, donde los salarios son de 15 a 20 veces más bajos que en Estados Unidos.
En este contexto de reestructuración de la economía mundial, el gobierno de Estados Unidos puso en marcha, a principios de la década de 1980, la Iniciativa de la Cuenca del Caribe impulsada por el presidente Ronald Reagan para marcar la pauta de un programa de políticas económicas de ajuste estructural para Centroamérica y el Caribe cuyo fin era, por un lado, aislar al gobierno sandinista triunfante en Nicaragua y, por el otro, vincular de forma subordinada a las economías centroamericanas bajo el comando de los capitales estadounidenses.
Fue en este entorno que Reagan, dirigiéndose al Congreso de su país, habría dicho en 1983 que «la paz y la libertad de la Cuenca del Caribe son de nuestro interés vital». Así se inauguró lo que algunos economistas denominaron Reagonomics para Honduras, cuyo objetivo era convertir a Honduras en un bastión de contrainsurgencia comandado por el aparato militar estadounidense y, al mismo tiempo, un enclave maquilador exportador volcado enteramente a proveer de bienes manufacturados al mercado estadounidense.
Así, en la década de 1980, en medio de guerras populares y revolucionarias que recorrían a los países del Triángulo Norte centroamericano, influidos por el triunfo de la Revolución sandinista, se instaló la base militar estadounidense en Palmerola, la cual fungió como el centro de operaciones de la contrainsurgencia en Centroamérica; junto a ello, se aprobaron regímenes de exepcionalidad arancelaria que abrían el cauce para que las corporaciones transnacionales colocaran sus operaciones maquiladoras en Honduras.
En 1984 se puso en marcha el Régimen de Importación Temporal (RIT), que eximía de pago de aranceles y de Impuesto Sobre la Renta (ISR) a las empresas que operaran en el país para la exportación. Pocos años después, en 1987, se aprobaron las Zonas Industriales de Procesamiento (ZIP) que hacían extensivo el RIT y permitían que los parques industriales fueran administrados por empresas privadas.
A partir de la década de 1990, la industria maquiladora se convirtió en eje de la reproducción de la economía hondureña. Es cierto que los primeros parques industriales nacieron en los años 1980 (el primer parque industrial se instaló en Puerto Cortés en 1983 y fue propiedad estatal de la Empresa Nacional Portuaria) pero, a partir de 1990, esta industria tomó un protagonismo indiscutible, impulsada por una política económica de corte neoliberal, que puso en marcha en 1990 el gobierno de Rafael Leonardo Callejas (1990-1994).
Lo que se conoce como el «Paquetazo», aprobado en 1990, fue realmente un paquete de medidas de ordenamiento estructural que viabilizaron el desarrollo del neoliberalismo en Honduras. Entre la descarga de agresivas políticas de apertura, destacó la firma de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, préstamos con el Banco Mundial, alzas tarifarias en servicios básicos, congelamientos salariales y la devaluación de la moneda nacional de 2 a 5.3 lempiras por dólar. De igual manera se frenó la reforma agraria, que se había impulsado desde 1974, haciendo del campo hondureño un gran reservorio de mano de obra barata expulsada de las zonas rurales.
Este ajuste dio cabida al impulso de la industria maquiladora de exportación que se materializó en la creación de Zonas Industriales de Procesamiento controladas por oligarcas como las familias Canahuati y Kattán, dueñas del Parque Industrial ZIP Choloma y el Parque Industrial ZIP Inhdelva, respectivamente, dos de los parques industriales más grandes de Honduras que, nacidos bajo la sombra del paquetazo neoliberal, se convirtieron en iconos y emblema del enclave maquilador hondureño.
1990 fue la década del auge de la industria maquiladora. Durante estos años la región industrial del noroccidente del país, particularmente el valle de Sula creció exponencialmente. Esto se debe, entre otras cosas, a la cercanía con Puerto Cortés, el cual representa la salida marítima más importante del Triángulo Norte de Centroamérica.
Miles de familias campesinas migraron a esta región para proletarizarse como fuerza de trabajo en la industria maquiladora. Miles de mujeres jóvenes (muchas menores de edad) se incorporaron a los pisos de las fábricas maquiladoras, al grado que esta industria pasó de tener aproximadamente 30,000 trabajadores a principio de los años 1990, a 120,000 a inicios del siglo XXI. Es decir, que la fuerza de trabajo de esta industria se cuadruplicó.
China entra al ruedo y la fiesta terminó
El auge de la industria maquiladora de los años 1990 empezó a decaer en 2005. Este año marcaba el fin del Acuerdo Multifibras (AMF) y, con ello, la plena incorporación de China al mercado mundial. El AMF se puso en marcha en 1973 y representaba un límite arancelario a la entrada de la producción de China al mercado estadounidense, mientras que Centroamérica y México gozaban de excepcionalidad y preferencia arancelaria para exportar a EUA.
Pero cuando este terminó y se liberalizaron todos los aranceles, China se incorporó al mercado mundial de prendas de vestir como la gran fábrica del mundo, con enormes repercusiones en las cadenas internacionales de la industria de ropa y amenazando a los países especializados en la producción de indumentaria para el mercado estadounidense. En algunos casos, como el mexicano, la industria de ropa quedó pulverizada. En otros casos, como el hondureño, la maquila de ropa sufrió profundas transformaciones, cuyo resultado fue agudizar la concentración de capital y las tasas de explotación.
En este escenario global adverso, la industria maquiladora pasó a ser controlada por un puñado de grandes corporaciones transnacionales que hoy tutelan el grueso de la producción maquiladora en el país. En particular, destacan las empresas Fruit of the Loom, Gildan y Hanes Brand; estas controlan al menos el 35% del empleo de la maquila en Honduras, y una parte significativa del empleo maquilador centroamericano. Se trata de grandes monopolios cuyo poder económico se asemeja al que tuvo la United Fruit Company durante los años más productivos del enclave bananero en Honduras.
Por otra parte, el fin del AMF y la incorporación de China al mercado mundial significó la profundización de condiciones precarias en la industria maquiladora, lo cual se reflejó en la intensificación de las jornadas de trabajo. Entre los mecanismos que desplegaron las corporaciones en el piso de las fábricas destaca la aplicación de nuevas jornadas de trabajo conocidas como 4 x 4, la implementación de trabajo modular (o trabajo en equipo) que busca incentivar la competencia entre trabajadores al imponerles metas de producción grupales, y una política de remuneraciones condicionada por las metas de producción y el buen comportamiento.
Es decir, una política de bonificación en la que los salarios e ingresos de los obreros no dependen del salario contractual, sino de bonos por buen comportamiento, alta eficiencia y alta productividad. Los resultados de esta intensificación exacerbada de las jornadas de trabajo se ven hoy en una crisis de salud laboral que ha puesto en jaque la vida productiva de miles de obreras y obreros que han sufrido desgaste prematuro de sus cuerpos y están incapacitados crónicamente para seguir laborando.
Entre 2005 y la actualidad la industria maquiladora en Honduras ha pasado por varios momentos de parcial crecimiento o de contracción, pero la tendencia general es de estancamiento. Hubo algunos años marcados por el cierre de plantas a causa de la gran recesión de 2008, o tiempos de contracción abrupta causada por la covid. También hubo periodos cortos de aumento en el empleo, al grado de alcanzar en 2022 un registro de 160 mil trabajadores. Esta última racha de crecimiento de empleos se debió en parte al fortalecimiento del mercado estadounidense de los últimos tres años. Pero estos periodos de contracción y crecimiento no representaron una transformación de las tendencias de estancamiento de la maquila en el país.
Pero fue partir de 2023 que el escenario para la industria maquiladora se tornó profundamente complicado. De forma inadvertida, muchas plantas maquiladoras en Honduras comenzaron a cerrar sus operaciones, al grado de haber dejado en el desempleo a al menos 32,000 obreras y obreros.[1]
En tan solo un año, el número de empleos se redujo un cuarto del total, haciendo que el escenario laboral y económico no sea promisorio. La situación de crisis en la industria maquiladora golpea a Honduras, como también golpea a todos los países del Triángulo Norte de Centroamérica, con cierres de fábricas y despidos de decenas de miles de trabajadores.
La «Moda Rápida» y el giro de tuerca de la economía mundial
Lo primero a destacar es que, para comprender el escenario en Honduras, se requiere entender las particularidades de las transformaciones que están ocurriendo en la industria de ropa a escala internacional. Es decir que, por el momento, no estamos ante una crisis que atraviesa diferentes sectores manufactureros, sino un escenario adverso que está afectando en particular a la industria textil y de confección.
Esto es importante advertirlo porque el grueso de la industria maquiladora en Honduras es de ropa, lo cual explica que sea en este país —y en Centroamérica— donde está habiendo cierres masivos de operaciones maquiladoras, lo que no está ocurriendo de la misma forma en países como México, donde el grueso del empleo maquilador está concentrado en actividades como la industria automotriz.
Al adentrarnos en las transformaciones que están ocurriendo en la industria del vestido, podremos observar que el fenómeno de contracción por el que atraviesa Honduras no acontece únicamente en este país, sino a escala mundial, en los principales países fabricantes de ropa a escala global. Es decir, las cadenas internacionales de la industria de ropa están cruzando por un escenario de profunda incertidumbre, que se refleja en una desaceleración generalizada del comercio mundial de la ropa y la reducción de operaciones manufactureras en todos los países fabricantes.
Tan solo en 2023, las importaciones de ropa de EUA cayeron en 25%, al haber pasado de 132 mil millones de dólares en 2022, a 99 mil millones en 2023 (precios constantes de 2022). El impacto directo de esta desaceleración de las importaciones está en los despidos masivos que han ocurrido a lo largo y ancho del mundo, incluso en EUA, donde han cerrado diversas plantas textileras (recordemos que Estados Unidos es una potencia mundial en la producción de tela). Es decir que, el despido masivo de trabajadores en la maquila de Honduras responde a la reducción del mercado en EUA, lo cual está afectando al mundo entero, no sólo a Honduras.
Sin embargo, este solo es el elemento aparente de lo que parece ser una transformación mucho más profunda de las cadenas globales de la industria de ropa. Dada la reducción del comercio internacional y el cierre de operaciones manufactureras, se podría afirmar que la industria de ropa está ante un escenario de crisis general; pero esta apreciación puede ser sólo parcialmente cierta, cuando se analizan con mayor profundidad las dinámicas que se están produciendo en la industria de indumentaria a escala mundial.
Al observar con mayor detalle los patrones que se están configurando en esta actividad manufacturera a nivel internacional, se podrá vislumbrar que no solo estamos ante un escenario de crisis y contracción, sino también en un momento anticipado de reestructuración productiva internacional de esta actividad.
La posibilidad de plantear que estamos entrando a un periodo de reestructuración productiva global se hace visible ante el hecho de que, paralelamente a la contracción del comercio internacional, está surgiendo una tendencia disruptiva en la industria de ropa que parece poner en jaque las condiciones productivas que hoy prevalecen en las cadenas internacionales de la industria del vestido. Este elemento disruptivo es lo que se ha dado a llamar la «moda rápida» o fast fashion.
Mientras que las cadenas internacionales de producción, destinadas a la proveeduría del mercado de ropa en EUA están en franca desaceleración, y las operaciones de las grandes corporaciones de origen estadounidense están en escenarios de crisis y cierre de operaciones, la industria de la «moda rápida» avanza a pasos agigantados, con ritmos de crecimiento promedio anual de 15%.[2]
La moda rápida, cuyo epicentro se encuentra en China, controlada por grandes empresas globales de ese país (como Shein y Temu) es, sin duda, el elemento disruptivo que está poniendo en jaque a las grandes corporaciones de la industria de ropa de origen estadounidense, obligándolas a transformar sus estrategias empresariales de producción y comercio a escala internacional.
Así lo ha afirmado la Asociación de Empresarios Textiles de Estados Unidos (NCTO, por sus siglas en inglés) que representa el interés de las grandes corporaciones de esta industria en aquel país:
La industria textil de Estados Unidos ha cerrado la asombrosa cantidad de 14 plantas de manufactura en los últimos meses, citando el abrumador y creciente flujo de productos de moda rápida, sin aranceles y directos al consumidor, de minoristas chinos de comercio electrónico como Shein y Temu, como un factor importante que contribuye a esto.
Estas palabras no sólo evidencian el creciente escenario de disputa comercial en el que está entrando la industria de indumentaria en el mundo sino, particularmente, el papel cada vez más protagónico de las corporaciones de origen chino en este sector. Es decir, una nueva era de la disputa geoeconómica mundial en el terreno de la industria de ropa.
China tuvo un papel de enorme relevancia para las cadenas globales de la industria de ropa como país manufacturero. Como ya mencionamos, se convirtió en la fábrica de ropa del mundo entero a partir de que terminó el AMF en 2005. Sin embargo, a pesar de su protagonismo como productor, el tutelaje de las cadenas globales de valor siempre estuvo bajo el control de corporaciones de origen estadounidense y europeo. Al tener control sobre la esfera del comercio y venta de ropa, las marcas y tiendas departamentales norteamericanas y europeas concentraban el grueso de la ganancia, dejando a los productores de China en los eslabones más rezagados del proceso.
Nuevas reglas del juego
Con la emergencia de la moda rápida y el surgimiento de capitales de origen chino en la esfera del comercio, se da un giro de tuerca global en esta industria. La particularidad geoeconómica de este periodo, actualmente emergente, es que, por primera vez en la historia reciente de esta industria, los capitales de origen chino no sólo participan como productores y manufactureros, sino también como comercializadores, lo cual les garantiza una mayor retención de la ganancia global y un control mucho más ampliado de las cadenas internacionales de producción y distribución en el sector de indumentaria.
Shein, la corporación trasnacional de origen chino es el día de hoy la empresa de moda rápida más importante del mundo, con tasas de crecimiento en las ventas que superan a otras corporaciones como H&M o Inditex. El ascenso exponencial y monopólico de Shein resulta profundamente perturbador para las cadenas de producción y distribución de la industria de ropa controladas por las corporaciones estadounidenses, porque modifica la relación espacial y temporal entre el consumo y la producción. Es decir, transforma radicalmente el ciclo de reproducción de capital en la industria global de ropa, tal y como lo conocíamos hasta el día de hoy.
Las cadenas globales de la industria de ropa estaban articuladas en torno de grandes corporaciones comerciales que se encargaban de vender la indumentaria a través de tiendas departamentales o tiendas de moda. Sin embargo, con la moda rápida, el acto de consumir ya no se hace en espacios físicos de venta, sino a través de las pantallas, en el espacio virtual. El comercio electrónico es uno de los primeros elementos determinantes que definen el funcionamiento de la moda rápida: el comercio se realiza en línea (e-commerce) y no hay tiendas que intermedian la actividad de compra.
A través del manejo de una enorme cantidad de datos que se organizan y filtran por medio de algoritmos, las corporaciones de la moda rápida, como Shein, tienen la capacidad de alcanzar las pantallas y el interés de millones de consumidores en EUA y Europa. Esta inmensa empresa de la moda rápida emplea algoritmos para medir en tiempo real el interés del cliente y proporcionar retroalimentación a sus proveedores, permitiéndoles ajustar la producción de acuerdo con la demanda del mercado.
El consumidor, por su parte, después de navegar por una inmensa diversidad de modelos de ropa expuesta en las pantallas, elige y compra en línea la prenda que más le conviene. Y esa prenda le llega a la puerta de su casa en un promedio de tres días posteriores al pago.
El objetivo de la moda rápida es introducir colecciones de ropa que sigan las últimas tendencias de la moda, pero diseñadas y fabricadas de manera rápida y económica. Este enfoque permite al consumidor promedio acceder a las últimas novedades de la moda a precios bajos, acelerando exponencialmente la rotación en el uso de la ropa.
El modelo minorista de consumo en tiendas por temporadas parecería quedar enterrado frente al ascenso de este esquema de circulación de ropa rápidamente perecedera, en un contexto de acelerados cambios en la moda. En este sentido, moda rápida significa ropa de menor calidad, más barata y rápidamente desechable.
Pero, ¿qué sucede en la esfera de producción?
Una vez que el consumidor compra la prenda de vestir en línea, se pone en operación un enorme dispositivo de logística que hace posible que esa pieza de indumentaria se confeccione y se envíe desde China, vía aérea o marítima por los océanos del Pacífico, para entrar a las costas de Estados Unidos y ser llevadas, a través de paquetería, a la puerta del consumidor.
Para que esto sea viable, en China hay una enorme región industrial tapizada con pequeños y medianos talleres de ropa que están fabricando prendas de vestir de moda para proveer al mercado estadounidense. En otras palabras, se establece una relación en la que el consumo determina y condiciona la producción, con el fin de evitar los inventarios: en lugar de producir primero y comprar después, como ocurría con el tradicional esquema de tiendas de moda minoristas, con la moda rápida se compra primero y después se produce.
La provincia de Guangdong, donde se manufacturan estas prendas, cuenta con una enorme red de proveedores manufactureros donde laboran cientos de miles de obreros y obreras en condiciones de sobreexplotación; trabajan jornadas prolongadas e intensas para producir las prendas de vestir que compran, vía electrónica, desde Estados Unidos.
Mediante una red muy dinámica de logística y distribución, las prendas que se fabrican en estos talleres son almacenadas en grandes bodegas de Shein, ubicadas junto al puerto de Shenzhen y cerca de importantes aeropuertos de carga como el de Hong Kong, o el aeropuerto internacional de Guangzhou Baiyun, lo cual garantiza un rápido acceso marítimo y aéreo para llegar a Estados Unidos.
Una vez que llegan a EUA se desembarcan en los puertos del Pacífico estadounidense para almacenarlos ahí y, posteriormente, transportarlos a través de la red de distribución de paquetería para llegar en pocos días a la puerta de la persona que, días antes, hizo un clic en su computadora para comprar la prenda deseada.
Sorprendentemente, pese a las fuertes restricciones arancelarias en Estados Unidos, esta ropa entra aprovechando la disposición de lo que se conoce como «minimis»; es decir, sin pagar impuesto alguno. La disposición de minimis permite a las empresas enviar paquetes con un valor inferior a $ 800 a EUA, sin tener que incurrir en pago de aranceles y tarifas.
La pesadilla de los «minimis»
El propósito original de las disposiciones de los «minimis» era permitir a los turistas estadounidense, que compraban regalos en el extranjero, evitar pagar una tarifa al regresar a casa. Pero esa legislación arancelaria, destinada a la entrada minorista de visitantes y turistas, se ha vuelto una verdadera pesadilla para las corporaciones estadounidenses de la ropa, ya que por esa pequeña puerta se está colando el grueso de las ventas de empresas como Shein en Estados Unidos.
Se calcula que entre 2015 y 2023 hubo un aumento exponencial de entrada de paquetes a EUA desde China a través de la modalidad minimis, que pasó de 134 millones de paquetes a un billón respectivamente; es decir, un aumento de 740% en ocho años.[3]
Pero esta ropa no entra en las cuentas oficiales de las importaciones estadounidenses, lo cual nos daría elementos para afirmar que la caída de cifras oficiales de importaciones estadounidenses de ropa proveniente de China subestima por mucho el masivo y multimillonario comercio de ropa de la moda rápida que está incursionando a EUA desde China.
La moda rápida está transformando la totalidad del esquema de reproducción de las cadenas globales de la industria de ropa, desde la producción, hasta la distribución y consumo. Partiendo de la idea de que el consumidor es el primordial eje articulador de la producción, China cuenta con una enorme red de productores manufactureros que permiten proveer a la formidable industria de moda rápida con ropa que hoy colma el interés de los jóvenes consumidores estadounidenses.
Esta no es ropa de alta calidad, sino prendas de vestir con una rápida obsolescencia simbólica y material. Una prenda de moda rápida se utiliza pocas veces para rápidamente caer en la basura y repetir el ciclo con la siguiente. Al consumidor no le interesa tener ropa de buena calidad, producida con buen algodón y elaborada con el interés de que sea un bien duradero, sino una mercancía barata, de rápido acceso, cambiable y desechable, que se utiliza y se tira, se utiliza y se tira…
Así es como funcionan hoy las corporaciones chinas de la moda rápida que están transformando la industria de ropa en el mundo y que están poniendo en jaque a las grandes corporaciones estadounidenses y europeas. La moda rápida está revolucionando la industria de ropa, transformando la totalidad de sus cimientos y forzando a que las marcas y las grandes corporaciones que controlaban el mercado mundial de la ropa en los años noventa y en las primeras dos décadas del siglo XXI se adapten a las nuevas circunstancias de competencia mundial.
Conclusión
En el contexto de las transformaciones globales de la industria del vestido, los trabajadores de la industria maquiladora en Honduras han tenido que enfrentar una de las crisis más profundas de la historia de esta actividad manufacturera. A lo largo de la historia de la maquila se han producido momentos de crecimiento y contracción de empleos, pero hoy esta actividad pasa por uno de los momentos más desafiantes, donde no sólo hay señales de una crisis cíclica, sino de una profunda transformación de la industria de ropa a escala internacional. O sea, una metamorfosis general de las cadenas productivas internacionales en la industria de indumentaria. Esta gran transformación está impulsada, entre otras cosas, por la «moda rápida».
Lo que podemos alcanzar a ver de este cambio es que, en aras de no sucumbir y desaparecer en este escenario de acelerada competencia capitalista global, las corporaciones estadounidenses exigirán a su Estado una política de protección que ponga freno a la inundación de moda rápida en EUA.
Además, estas corporaciones y marcas también tendrán que reestructurar sus estrategias empresariales para alcanzar los ritmos productivos y de circulación que tienen las corporaciones de moda rápida en China. Para ello emprenderán una recia ofensiva contra los trabajadores, como ya lo estamos percibiendo en Honduras, con cierres de fábricas y despidos de decenas de miles de obreros y obreras. Poder acoplarse al nuevo escenario productivo global requiere reducir inventarios, depender cada vez más del comercio electrónico y elevar las tasas de explotación.
Siempre que está en crisis, el capital desplegará todos los mecanismos a la mano para precarizar el trabajo y garantizar la continuidad de sus ganancias. Por tanto, difícil es saber qué va a ocurrir en el futuro próximo, pero lo cierto es que los grandes capitales globales de la industria de indumentaria van a desplegar una ofensiva certera contra el mundo del trabajo, en aras de sobrevivir en este contexto adverso de acelerada competencia por la conquista del mercado mundial.
La industria de ropa siempre ha sido punta de lanza en las transformaciones del capitalismo mundial. Hoy vuelve a colocarse como una actividad estratégica en las transformaciones de la economía internacional, lo cual tiene repercusiones certeras y profundas en miles de trabajadores a escala internacional, entre ellos los obreros y las obreras de la industria maquiladora de Honduras.
[1] Información tomada de https://tiempo.hn/32-mil-empleos-perdidos-en-2023-por-cierre-de-maquilas/
[2] Información tomada de https://www.modaes.com/empresa/fast-fashion-en-el-reino-de-gap-o-como-los-gigantes-pelean-en-el-mercado-mas-dificil-de-la-moda#26%Euromonitor%20International.
[3] Información tomada de https://apnews.com/article/china-trade-de-minimis-shein-c7652da74a12de2bf68032c40052ab47
[1] Profesor-investigador del Instituto Mora, México. Autor del libro Honduras: maquilando subdesarrollo en la mundialización. Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 2016.