Gustavo Zelaya[1]

A partir de Morazán se trata de construir una República concebida como algo más que una organización política: deben cambiar las formas de convivencia y gobierno y la esencia, material y espiritual, para construir una sociedad que supere el caudillismo, el autoritarismo y la subordinación a las grandes potencias.


Trataré de mostrar la importancia de la Ilustración en la formación de las ideas políticas de Francisco Morazán (1792-1842); algunos elementos del proceso de la Independencia (1821) y la Federación Centroamericana (1824-1838), y limitaciones de ese proceso. Además, dos aspectos de la personalidad de Morazán y los cambios profundos por los que luchó, así como el papel de Ramón Rosa (1848-1893) en el desarrollo inicial del morazanismo y en la posible herencia histórica. Finalmente, algunas consideraciones morales sobre la vida de Morazán.

El lugar de la Ilustración

Los siglos XVIII y XIX fueron influidos por la ciencia y la filosofía moderna, y algunos intelectuales desarrollaron una pasión por las ciencias naturales hasta convertirlas en sustitutas de la teología; parece que instalaron nuevos dogmas: a la razón como un asunto de fe, a las capacidades intelectuales y a la educación como el único medio de regenerar la humanidad. Todo eso: ciencia, política, el método, el papel central de la razón y la autonomía del sujeto, fue concebido como la fuerza del progreso.

La acción ilustrada tuvo gran impacto en América, contribuyó a la búsqueda de soluciones a los problemas sociales, y descubre que la ignorancia era el factor determinante del atraso. Esta pretensión fue común tanto a ilustrados europeos como latinoamericanos, de modo que la cultura fue considerada factor determinante para superar el atraso y obtener la libertad.

En Centroamérica, en especial en la Universidad de San Carlos de Guatemala, fundada en 1681, se estudiaba sobre todo la filosofía escolástica, pero también a Descartes y a Newton; los experimentos de Benjamín Franklin y la física experimental; tradujeron y discutieron textos en idioma español, lo que significó dejar de lado el latín por ser exclusivo de ciertos sectores sociales, y así extender la cultura.

Parecía que existía un ambiente y una academia adecuada; pero, a la par de la brillantez universitaria y de una elite muy reducida, el régimen colonial se apoyaba en la ignorancia y la pobreza para mantener sometidos a los pueblos. En esa realidad se formaron los universitarios de San Carlos que trataron de discutir problemas políticos y sociales para superar el desorden colonial; cuestión que no significaba transformar radicalmente la sociedad y el gobierno, sino instalar a los sabios en el poder político para impulsar las reformas necesarias.

En esa universidad se formaron personajes como José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera y Juan Lindo, protagonistas intelectuales y políticos del siglo XIX. Y por medio de Herrera, Francisco Morazán conoció las expresiones avanzadas del pensamiento ilustrado como las obras de Rousseau, Montesquieu, Diderot y D’Alembert. También estudió gramática latina, dibujo y derecho civil.

Herrera, junto a Morazán, fue el principal autor de la primera Constitución del Estado, efectiva hasta la separación de Honduras de la República Federal de Centro América. La Constitución fijaba los derechos fundamentales y limitaba los privilegios de la Iglesia católica. Contenía la abolición de la esclavitud, mucho antes que lo hicieran Rusia en 1861 y los Estados Unidos en 1863. Entre otros, estableció los derechos de que gozarían los prisioneros y acusados en espera de sentencia, el respeto a la privacidad de los ciudadanos, determinando que solo podían decomisarse como prueba los papeles personales en caso de traición a la patria y que su publicación era imprescindible para constatar la verdad.

Organizaron Tertulias Patrióticas para conocer el contenido de la Constitución y se oficializó la celebración de la Independencia el 15 de septiembre de 1825. Al inicio, la lucha de los criollos era por la igualdad de privilegios, igualdad de la colonia frente a la metrópoli, igualdad con la oligarquía tradicional. De manera general, en ese ambiente se formaron las ideas políticas de Morazán.

La Independencia y la Federación

La discusión acerca del impacto de la Independencia requiere mencionar algunos momentos de ese proceso. En tal sentido, puede afirmarse que la Independencia de Centro América no fue efecto de conflictos anticoloniales que influyeran radicalmente en la formación de la conciencia nacional, sino que sus resultados pueden verse en la fragmentación, en las diferencias regionales y en la lucha por el poder entre grupos económicos y políticos que intentaban sustituir a los viejos funcionarios coloniales sin provocar cambios profundos en el sistema social. Casi de inmediato, se fueron notando las diferencias con la anexión a México y la separación de todas las provincias del antiguo Reino de Guatemala.

Los intentos separatistas y anexionistas tuvieron su contraparte en grupos políticos que pugnaron por una Centroamérica unida, concibiendo sistemas políticos fundamentados en el centralismo o en el federalismo. Es el caso de Valle y Morazán, que compartían la necesidad de sostener la unidad de la región, pero con formas diferentes. Representaron bandos políticos muy frágiles, fundamentados en ideas compartidas como el racionalismo moderno. Existió, entonces, un núcleo ideológico avanzado como eran las ideas ilustradas y liberales, que generó propuestas alrededor de la noción de libertad y cierta evolución en la conciencia.

La integración de los pueblos y la formación de la identidad sigue siendo un gran problema de la región, pero los próceres sugirieron formas de discusión. Morazán, el 16 de julio de 1841, sostuvo la idea de patria entendida como Centro América, sin limitaciones nacionales y con un sistema democrático apoyado en la «profesión de los derechos del pueblo –la ley de libertad de imprenta–, la que suprimió las comunidades religiosas, la que creará la academia de ciencias… los códigos de pruebas, de procedimientos y de juicios»[1]. Esa es la patria que se extiende por toda la región. Pero buena parte de ese pensamiento ilustrado permaneció concentrado en elites que llegaron a suponer un avance social desde el poder y sin la participación de grandes grupos de población.

La Asamblea Nacional Constituyente de 1825 pretendía democratizar el juego político, abolir la esclavitud, implantar la libertad de imprenta, reconocer los derechos individuales, prohibir la portación de títulos de nobleza y los privilegios opuestos al principio de igualdad ciudadana; debilitar a los grupos oligárquicos al ordenarse la renovación de las municipalidades; se limpió el aparato burocrático de españoles y de afines al viejo sistema; se decretó la colonización de las tierras baldías y la apertura de los puertos; se proyectó la construcción del canal interoceánico en Nicaragua; se reformó la educación y el sistema de sueldos en el ejército.

El proyecto federal exigía la formación de un organismo estatal que sirviera para ejercer el poder, un sistema de finanzas públicas y una burocracia entrenada. Ninguno de estos requisitos fue cumplido y en ello influyeron al menos tres factores: 1) Las convulsiones políticas crearon inestabilidad administrativa, provocaron improvisación en los funcionarios y favoritismo al otorgar empleos; 2) el crecimiento del aparato burocrático no se correspondía con las finanzas del Estado; 3) la inestabilidad del empleado público y la supresión de plazas debido a las dificultades financieras. Un informe de Morazán, de 1836, se refiere a los funcionarios federales que llevaban de ocho a diez meses sin recibir sueldos[2].

Una de sus preocupaciones fue crear la fuerza armada definitiva; su base era el «Ejército Aliado Protector de la Ley», que había triunfado en 1829 bajo la hegemonía salvadoreña y con elementos de casi todos los Estados. El fracaso de este intento puede explicarse tomando en cuenta factores como la inexistencia de una carrera militar y de una tradición nacional, pues la mayoría de los oficiales durante la colonia eran españoles; la desconfianza de los Estados respecto del poder central limitó la cantidad de elementos militares del ejército federal; incluso, llegaron a tener más capacidad de organizar su ejército que el mismo gobierno central.

El hecho de una independencia que «no fuera resultado de una guerra anticolonial, que hubiera creado un sentimiento real de solidaridad nacional, tuvo como consecuencia que la sociedad llegara a la época independentista dividida por profundos intereses… la lucha por la nacionalidad estuvo subordinada a una… lucha por el poder, la cual se manifestó claramente después de 1821; primero en el proyecto anexionista de la oligarquía guatemalteca; luego en el separatismo en lugares como León y Comayagua; finalmente en el fraccionamiento político estatal del Reino de Guatemala. Frente a estas tendencias existieron… corrientes políticas… débiles, (que) trataron de mantener la antigua unidad a través de la implantación de un sistema político que se consideró adecuado». Este es el criterio del historiador guatemalteco Julio César Pinto Soria[3]. Por otro lado, un historiador norteamericano opina que

La independencia… comenzó entonces con partidos políticos basados en verdaderas diferencias económicas que luchaban por el control… La cuestión del libre comercio se convirtió no sólo en un asunto económico, sino también político y social, ya que amenazaba la posición de los comerciantes, artesanos y productores protegidos bajo el sistema español… A este conflicto económico, se les añadió el idealismo político y las filosofías ajenas a las tradiciones de la región, lo que trajo como resultado un comienzo turbulento e inestable para la federación[4].

El sistema federal, como aparato administrativo, al proporcionar cierta cohesión política, garantizaría la integridad de las fronteras del nuevo Estado. Tal objetivo implicaba algunas dificultades como el hecho que, frente a una economía débil, había también límites geográficos inestables. Se perdió Chiapas, más vinculada a México que a Guatemala; Belice estaba en manos inglesas y territorios como La Mosquitia, estaban amenazados. La actividad económica se concentraba en las zonas centrales y en la costa del Pacífico, la región del Atlántico estaba descuidada y despoblada. Aunque se intentaron políticas de colonización y reforzamiento militar, la situación se mantuvo; de ahí que en las dos décadas siguientes las fronteras se deterioraron.

Otro objetivo de las instituciones republicanas fue asegurar a la nueva elite un ejercicio incuestionado del poder, cuestión que fue complicado alcanzar en parte porque la clase política era muy frágil. Se esperaba que las reformas resolvieran este problema para consolidar esos grupos en el poder. Pero el principal actor político había sido el grupo oligárquico tradicional y un resultado de sus maniobras fue la Independencia de 1821 y luego la anexión de Centroamérica a México.

En las provincias existía oposición a la formación de un sistema político centralizado; algunas razones consistían en la situación específica del istmo donde, adoptar este sistema significaba reconocer el predominio de Guatemala, y claudicar ante la oligarquía colonial. También debía tomarse en cuenta que se vivía la etapa de formación de los Estados nacionales y los futuros burgueses eran muy débiles para imponer su dominio y romper el orden colonial; por ello adoptaron el modelo federal para dos propósitos: mantener la unidad y sacar al istmo del atraso colonial. Algo en lo que en principio estaba de acuerdo Morazán; pero, después de darse cuenta de que la idea de la Federación parecía no funcionar, entre otras cosas por la desconfianza hacia el centro metropolitano, por la fuerza de los caudillos locales, por las dificultades en la comunicación y el escaso control de las finanzas del Estado, desiste de la propuesta federalista, tal y como lo sostuvo en su Testamento:

Muero con el sentimiento de haber causado algunos males a mi país; aunque con el justo deseo de procurarle su bien; y este sentimiento se aumenta porque cuando había rectificado mis opiniones en política, en la carrera de la revolución, y creía hacerle el bien que me había prometido para subsanar de ese modo aquellas faltas, se me quita la vida injustamente[5].

Puede afirmarse que la causa definitiva fue que no se formó una economía que trascendiera las fronteras de los Estados y se apoyara en el poder federal. Al fortalecerse los poderes locales, el poder central se volvió molesto y había que espaciar las reuniones del Congreso Federal cada dos años; así, las asambleas locales pudieron reformar sus constituciones sin las trabas de la ley federal. Además de la desconfianza que se tenía hacia el gobierno central, la guerra civil impidió la celebración de elecciones; por ello, en 1838, el Congreso Federal decretó que los Estados se organizaran como les conviniera. Esto desencadenó la separación definitiva.

En ese año, la situación sólo podía resolverse con las armas. Pero Morazán no pudo enfrentar el nuevo tipo de guerra: sin frentes definidos, con mucho pillaje, con fuerzas irregulares, con problemas de aprovisionamiento, tropas mal pagadas y con la autoridad desprestigiada. La respuesta conservadora consistió en establecer un gobierno dictatorial, apoyado en las viejas leyes españolas, devolvió a la Iglesia su función en el gobierno y restauró su influencia. Con Rafael Carrera en el poder la situación no cambiaría por treinta años y se mantuvo la estructura agraria como garantía necesaria para mantener el statu quo.

Doble aspecto de la personalidad de Morazán

Estos dos momentos sintetizan las ideas que forman el pensamiento de Morazán. El primero es el evolucionario. Su ideal es cercano al liberalismo de los siglos XVII y XVIII, que trató de aplicar a Centroamérica. No fue un ideólogo puro, académico, ni sistemático como Valle, pero sí fue hombre de ideas, conocedor del pensamiento avanzado. En él hay influencias inmediatas de Montesquieu y de Alexis de Tocqueville, de los enciclopedistas franceses y de Napoleón. Sus tesis políticas son una prolongación del pensamiento de otros ilustrados como Dionisio de Herrera, Mariano Gálvez y Pedro Molina, ideas que se expresaron como libertad de imprenta, libertad de asociación, libertad de creencia y de cultos, el juicio por jurados y el habeas corpus.

El segundo es el estadista. Intentó organizar el poder político a partir de una división del Estado con un poder judicial, un poder ejecutivo y dos cámaras; o sea, el Estado moderno que no se pudo implantar, ya que la Federación nunca tuvo paz ni recursos, y fue combatida desde su inicio.

Morazán dio pruebas de esas ideas avanzadas en sus escritos y en su acción de varias formas: Con su rechazo a la tiranía cuando se la ofrecieron, garantizó el libre sufragio, implantó la educación laica, decretó el matrimonio civil y el divorcio. Y algo grave en su tiempo: separó la Iglesia del Estado.

Se propuso poner en práctica esas propuestas por medio del Estado federal, aunque en el Manifiesto de David y en su Testamento reconoció que el federalismo había fallado por la hegemonía de Guatemala. Por ello, en 1842 creyó que, de restaurarse la unidad, la mejor forma de gobierno sería instaurar un Estado único, centralizado.

La propuesta de Morazán: cambios profundos

Desde aquel 15 de septiembre de 1821 a la fecha, sin perder de vista los relativos avances en la economía y en la política, parece que algunas cosas se mantienen sin alteraciones. Hay profundas diferencias sociales, la dependencia colonial ha sido sustituida por otra mucho más violenta y tecnificada llamada neoliberalismo con su forma extractivista; persisten las violaciones a los derechos fundamentales y el asesinato de personas defensoras del agua y del bosque.

Datos macabros, como el incremento de los feminicidios y otras condiciones generadas por el golpe de Estado de 2009, son cuestiones que todavía hace falta modificar. Además, persisten las prácticas injerencistas del centro del poder mundial. Parece que poco ha cambiado; muestra de ello son las palabras de Morazán del 16 de abril de 1833 al dirigirse al Congreso Federal, proponiendo cambios profundos en el sistema de leyes:

El fuego de la discordia ha encendido en todas partes su funesta tea: las desconfianzas se avivan, el espíritu de partido y de localismo no conoce límites; el gobierno ha perdido su nacionalidad; el egoísmo ha tomado el lugar del patriotismo, y una fría indiferencia de los males públicos es el triste presagio de los sacrificios que aún esperan a los centroamericanos.

En tan difíciles circunstancias, en momentos tan críticos, ¿a quién deben acudir los pueblos si no es a sus Representantes? Ellos tienen la obligación de procurar su bien, y un derecho para imponer a los partidos y fijar la suerte de la República, acordando una medida grande y nacional que se halle en consonancia con la opinión pública.

Esta se ha declarado a favor de una Asamblea Constituyente; la mayoría de los Estados la solicitan… y los pueblos la esperan con impaciencia[6].

Esa era una de las herramientas de la Revolución morazanista, la «medida grande y nacional», el necesario pacto social para construir una sociedad fundada en nuevas relaciones de justicia y equidad. Otro instrumento era la ciencia, la educación y la creencia en la fuerza de la razón, cuestión que ya había expuesto desde 1823, cuando era síndico del Ayuntamiento de Tegucigalpa; ante la necesidad de nombrar un maestro y de instalar la escuela, decía:

La escuela que desgraciadamente no ha podido ponerse en práctica en esta ciudad, es aún más interesante. No hay pueblo por pequeño y miserable que sea que no tenga un Maestro para la Educación de la Juventud. ¿Y se podría creer que la rica Tegucigalpa, llena de tantos vecinos patriotas, no la tenga?[7].

Afirmaba que sin contratar al maestro y sin la escuela adecuada «no habrá jamás ilustración; no habrá buenas costumbres; no habrá igualdad ni en las personas ni en los intereses ni en los bienes; y estamos expuestos a que caiga sobre nosotros un yugo que no lo podamos sacudir jamás»[8]. Y esto que Morazán no pretendía ser profeta. Pero ese yugo de atraso material y de incultura lleva más de dos siglos de vigencia en buena parte de Centro América.

En junio de 1830, por medio de la Ley sobre la protección de los establecimientos de enseñanza pública, Morazán determinó que el poder de la educación era el fundamento de la vida democrática para «producir los hombres ilustrados que deben dictar leyes al pueblo centroamericano, dirigir los destinos de la patria, dirigir las diferencias domésticas de sus hijos y comandar sus tropas, destinadas a defender la independencia, la integridad de la nación y las libertades públicas»[9]. Sostenía que el efecto de la educación «sólo puede lograrse por medio de un plan general que al mismo tiempo que destruya los funestos abusos que ha introducido la ignorancia, se señalen en él los libros en que debe adquirir la juventud sus primeras ideas»[10].

 Esos principios cívicos no han sido parte de los grupos políticos y económicos que han controlado el Estado hondureño desde 1842. Y tal cuestión es bien clara al revisar las acciones de antiguos funcionarios públicos y empresarios que han puesto en venta el territorio nacional, atacan la educación pública, reaccionan contra la formación democrática y adversan al pensamiento crítico.

Con la educación y desde el Estado laico, Morazán pretendió abrir la política hacia el pueblo, garantizar derechos individuales, abolir la esclavitud, separar la Iglesia del Estado, eliminar privilegios y títulos nobiliarios y consolidar los municipios como fuente de poder popular. Esas fueron algunas de las razones de su asesinato.

La reacción contra el sistema impulsado por Morazán se endureció no sólo por el levantamiento campesino encabezado por Rafael Carrera, la Iglesia y las familias pudientes, respaldado por Inglaterra, y por carecer de suficiente respaldo político; el fracaso del proyecto morazanista también puede descubrirse en la incapacidad de desarrollar una base económica suficiente que impulsara el comercio y fortaleciera el poder federal; en especial, los cambios no lograron alterar la estructura agraria ni estabilizaron la sociedad.

El desarrollo del morazanismo

En 1841, Morazán escribió dos documentos fundamentales para la historia centroamericana: Manifiesto al Pueblo Centroamericano, conocido como «Manifiesto de David», y la primera parte de sus Memorias, que permanecieron inéditas hasta 1855, cuando fueron publicadas en las páginas del periódico El Rol, de San Vicente, El Salvador.

Treinta años después de haberse escrito y a 28 del asesinato de Morazán, esos documentos eran prácticamente desconocidos. Incluso se puede suponer que intencionalmente fueron mantenidos ocultos para impedir un mejor conocimiento de sus escritos y destacar únicamente su figura militar. Desde 1842 a 1872, la figura de Morazán y su legado fueron denigrados, en otra era obscura[11].

A partir de 1872 comienza el morazanismo, la exaltación de Morazán como pensador político y como símbolo de unidad e identidad. Fue reivindicado por el gobierno reformista de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa (1876-1883). Según Rosa[12], Morazán es la figura más brillante de la época heroica de Centroamérica (1822-1842); fue de los que en 1822 se opusieron a la anexión de Centroamérica a México.

Esos intentos reivindicadores fueron relativizados, porque durante los años siguientes la política oficial, el sistema educativo y cierta parte de la historia tradicional, magnificaron la figura de Morazán por sus hazañas militares, lo pusieron en estatuas, en sellos conmemorativos, en ensayos donde se muestra al militar, sin destacar su dimensión política e intelectual; esa tendencia ha predominado durante más de cien años.

El ejemplo de Morazán, según Ramón Rosa

Ramón Rosa es fundamental en el rescate de la personalidad y obra de Morazán; lo definió como hombre de ideas y principios que se correspondían con la acción. Esa es la fuente de las enseñanzas de Morazán: combatió por una causa única y dejó lecciones históricas para el futuro nacional. Tal enseñanza fue escamoteada y se le denigró por treinta años. Es cuando se destruye su legado, se desorganiza al Estado y se da al traste con la Federación; el desorden aparece en cada Estado en forma de guerras civiles.

En vez de repúblicas modernas, aparece el regionalismo y el caudillismo; esas comunidades tendrían contenidos patriarcales, conservadores y estaban poco integradas. Ello permitió la intromisión de un Estado en otro, fenómeno que se notó más en Honduras, en parte por su posición geográfica y su condición sociopolítica.

Según Rosa, después de destruida la Federación, lo que siguió fue una caricatura de república, por dos grandes razones: en lo político, los caudillos se hacen del poder local; en lo ideológico, no hay verdaderos liberales ni conservadores; lo que existió fueron pretextos ideológicos para manipular y controlar el poder. Entonces, hay una falsificación del ideal morazanista y de las instituciones republicanas; por ello se requiere volver al pensamiento de Rosa y de Morazán, para recuperar con ellos el «sentimiento nacional» que ha tendido a desaparecer en la Honduras contemporánea. Las circunstancias extrañas de la Independencia retrasaron la aparición del sentimiento y de la conciencia de nacionalidad en Honduras.

En esa línea de pensamiento José Martí (1853-1895), elogiando a Morazán, sostuvo que

La Independencia, proclamada con la ayuda de las autoridades españolas, no fue más que nominal y no conmovió a las clases populares, no alteró la esencia de esos pueblos —la pureza, la negligencia, la incuria, el fanatismo religioso, los pequeños rencores de las ciudades vecinas: sólo la forma fue alterada. Un genio poderoso, un estratega, un orador, un verdadero estadista, el único quizás que haya producido la América Central, el general Morazán, quiso fortificar a esos débiles países, unir lo que los españoles habían desunido, hacer de esos cinco estados pequeños y enfermizos una República imponente y dichosa. Y lo hizo, pero los pueblos, que están generalmente formados por gentes vulgares, tardan en comprender lo que los hombres geniales prevén. La política de las rivalidades venció a la política de unión; la vanidad de los Estados fue más poderosa que la unión bienhechora. Morazán fue muerto y la unión se deshizo, demostrando una vez más que las ideas, aunque sean buenas, no se imponen ni por la fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio[13].

En tal sentido, Martí proclamó la importancia de «Resucitar de la tumba de Morazán a Centroamérica»[14].

El legado de Morazán y su vigencia

La tradición política visible desde el proceso independentista ha persistido y se ha enriquecido en estos tiempos, cuando el sistema social exige eficiencia, competitividad y libre mercado. Pero se puede introducir nuevos contenidos al humanismo de aquellos ilustrados para intentar crear una personalidad integral, que considere a la persona como un ser emotivo, racional, tolerante, solidario, respetuoso de los demás y de la naturaleza. Aunque en la compleja circunstancia hondureña, históricamente negadora de los derechos fundamentales, marcada por la corrupción, el narcotráfico, la impunidad, el atropello en asuntos de soberanía nacional, es complicado hablar de identidad nacional y cultura cívica, de humanismo y solidaridad.

Es difícil elaborar argumentos acerca de la vida civilizada cuando la muerte ronda por las ciudades y el campo. Sin embargo, todavía se trata de discutir y construir una cultura humanista y nuevos elementos de identidad que se entrelacen con los aportes más avanzados del movimiento independentista, donde se incluya la defensa del agua, del bosque, de las organizaciones populares y las comunidades; una conciencia de la historia nacional que permita poner en su lugar a gobernantes pasados y presentes.

Ese proceso debe considerarse como fragua continua, ya no al estilo de los independentistas del siglo XIX que pensaron en modelos políticos dirigidos por los ilustrados. Es un proyecto liberador que contiene al menos dos elementos centrales: uno es la noción de igualdad como valor fundamental, donde tendrán que edificarse condiciones materiales y espirituales que hagan posible el desarrollo para todos sin desventajas, tomando en cuenta las diferencias individuales, y con acceso al trabajo, a la cultura, a la salud, a la vivienda; algo impensable bajo el sistema colonial y menos bajo esquemas neoliberales. El segundo será la profundización de las prácticas democráticas, que se note en el acceso a los medios de comunicación en manos de grupos poderosos que han sido capaces de manipular procesos electorales y que han influido en el poder político.

 Y algo que en Morazán y Valle es esencial: La ética como categoría para el desarrollo social, no como herramienta exclusivamente racional ni para adornar el discurso, sino más bien como necesidad histórica. Con ella desenmascaraban las desigualdades y dejaban al descubierto la crisis moral de los grupos dominantes y la crisis política que va a caracterizar a Centroamérica.

Esto obliga a repensar la política de otra forma, ya no como actividad para lucrarse desde el poder, sino para construir nuevos elementos teóricos, prácticos, epistémicos, con las comunidades, desde las comunidades, no sólo como asunto académico, sino para potenciar la dialéctica entre la ciencia, la política y la necesidad de la ética como núcleos de la política seria, que no es más que aquella que hace posible la convivencia, el respeto, la solidaridad, la calidez y la edificación de una sociedad más justa y digna.

Ética, política y educación son componentes mínimos del proyecto liberador morazanista, sin las ilusiones abstractas de la modernidad. Las bases de esa aspiración fueron anticipadas por nuestros próceres, que creyeron que el progreso cultural era elemento básico para lograr la felicidad y obtener la libertad. Esa es una de las ideas que cruzan todo el pensamiento de Morazán y Valle. Son nuestros humanistas, que propusieron borrar las diferencias nacionales en Centro América para crear una sola nación. La herencia que nos deja Morazán puede verse en varios momentos:

      Combate la reacción representada por el Marqués de Aycinena, Rafael Carrera y el cónsul británico Frederick Chatfield.

•      Encabeza la primera reforma liberal en la región, cuando intenta fundar un Estado nacional fuerte con la forma de federación.

Otra fase de esa herencia es más gráfica, más aparente; es su imagen que puede encontrarse en billetes, logotipos, sellos postales, instituciones, ciudades, departamentos, escuelas, parques y calles, entre otras cosas que se encuentran en todos los países de la vieja República Federal. Ese legado también está presente en las artes; autores como Luis Andrés Zúniga y Pablo Neruda le rindieron homenaje; estatuas y bustos de Morazán se pueden encontrar en Chile, Panamá, El Salvador, Estados Unidos, España, Honduras, Costa Rica y Nicaragua, entre otros países.

Puede discutirse mucho más sobre ese legado, investigar su validez, de si es suficiente representarlo de esas formas, de si tiene impacto divulgar la obra de Morazán; discutir, por ejemplo, de qué manera el significado de su vida está presente en la historia nacional y en los idearios de los partidos políticos que tanto lo aclaman.

Algunas consideraciones morales sobre la vida de Morazán

El posible impacto de la vida de Morazán en el momento actual puede ser debatido, no solo por supuestos expertos, también por las organizaciones sociales y políticas; discutir su importancia y la necesidad de divulgar ampliamente el accionar político y el ejemplo de su coherencia. Especialmente, descubrir cómo está presente en y para las actuales generaciones.

La actividad política de Francisco Morazán dio paso a una idealización de su figura; fue erigido en una especie de mártir político gracias al esfuerzo de gobernantes conservadores y otros menos conservadores, como los identificados con las ideas liberales y positivistas. Incluso grupos que han controlado el poder, hacen creer que son herederos de sus ideas avanzadas.

En 2021, estos grupos organizaron la conmemoración del bicentenario de la Independencia en torno de la figura de Morazán, pero son los que hacen concesiones al capital extractivista, agreden comunidades que defienden bienes naturales, e impulsan propuestas neoliberales extremas con el nombre de Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDE).

Con la educación como herramienta liberadora y el Estado laico, Morazán pretendió abrir la política al pueblo, garantizar derechos, eliminar privilegios y títulos nobiliarios y consolidar los municipios como fuente de poder popular. Eso profundizó las conspiraciones en su contra y esa propuesta liberadora se convirtió también en justificación de su asesinato.

El interés de los independentistas por desarrollar la educación como instrumento fundamental del progreso, que se observa también en actuales funcionarios nacionales y en los llamados expertos en pedagogía, muestra elementos del atraso político todavía no superados y visiones muy parciales acerca del desarrollo social. En aquellos próceres se entiende esa insuficiencia porque su época no daba para más, pero ahora esa idea es muy debatible.

No es cierto que la educación lo pueda todo y que basta con ella para que seamos verdaderamente libres; no sólo debe cambiar el sistema educativo para superar el atraso. Los cambios sociales no se producen desde la educación ni con las leyes educativas como, por ejemplo, la que define a la universidad como la formadora de quienes van a transformar el país; no solo se avanza con un sistema educativo democrático, popular, opuesto a ideas neoliberales o similares, sino como resultado de una sociedad en proceso de transformación, logrando desarrollos materiales adecuados, para garantizar trabajo digno, seguridad, más derechos políticos y sociales.

Pues bien, el proyecto morazanista necesitaba de un organismo estatal para ejercer el poder central, finanzas públicas, burocracia entrenada. Nada de esto se obtuvo. Y algo que personajes como Ramón Rosa consideraban fundamental: la carencia de lo que él llamó «Sentimiento Nacional», eso que ahora conocemos como identidad nacional, ha hecho que la construcción de conciencia política sea de forma lenta y que se tenga dificultad para diferenciar entre la reacción conservadora y el progresismo político; incluso, impide identificarnos de mejor forma con el ideario morazanista.

Rosa lo atribuyó al hecho de que la independencia nacional no haya sido resultado de fuertes luchas por ideas, de guerras independentistas y que se obtuviera sin «grandes sacrificios… la emancipación se operó en el seno de la paz y de la tranquilidad»[15]. En otro escrito, sostenía:

Vinimos a la vida de la independencia sin recibir un bautismo de sangre y de lágrimas… debe servir de punto de partida para explicar el egoísmo, la ceguedad y la resistencia que tuviera en su contra el General Morazán… y que hoy produce como fruto natural el escepticismo político más destructor de la dignidad, del verdadero progreso y el derecho de nuestros pueblos… me hace sentir con intenso dolor, que Centro América, en toda la América es el país en donde menos existe El Sentimiento Nacional, es el país en donde con más facilidad pueden imponerse, casi sin contradicción, las dictaduras más absorbentes, brutales y salvajes, y en donde la dominación extranjera puede enseñorearse a su placer aun trayéndonos el patriotismo de la servidumbre y de las humillaciones[16].

En tal sentido, Rosa también incluyó los esfuerzos por denigrar y desautorizar moralmente a Morazán y así ponerlo igual a cualquier otro gobernante proclive a la corrupción y al nepotismo. Ese afán descalificador ha sido practicado por muchos gobiernos al insistir en el Morazán militar o en el Morazán de las estatuas, los parques y los museos. Así ha sido el Morazán que prefieren los conservadores, cuando hay que considerarlo en su integralidad como militar, hombre ilustrado de ideas avanzadas, demócrata y con sólida catadura moral. En su valoración, Rosa sostenía:

Jamás hombre alguno de Centro América, fue tan combatido y ultrajado por sus enemigos; ni tan querido y admirado por sus amigos; para los unos era un monstruo, para los otros era un ídolo… Jamás personaje alguno de nuestro país ha producido choques más violentos de juicios, de opiniones, de sentimientos y de ideas[17].

Al respecto, Filánder Díaz Chávez, en contra de autores que descalifican a Morazán, desarrolló una réplica bien documentada a las acusaciones de enriquecimiento ilícito, formuladas por historiadores interesados en llevar agua al molino de quienes lo fusilaron y hoy pretenden eliminarlo de la conciencia y de los actos del pueblo centroamericano. Decía:

… el autor lo ha retratado (a Morazán) como un oportunista a la búsqueda de su propio provecho, cuyo empeño demoníaco por satisfacer su ambición personal fue la causa de la pérdida del paraíso centroamericano… La honestidad de Morazán no depende de la existencia o no del original, sino de la congruencia de pensamiento y acción que signó la vida del prócer, tanto en los asuntos públicos como de orden privado en que intervino[18].

Es muy probable que este sea el punto clave para valorar la vida de Morazán, para conocer su fortaleza moral que se erige desde la coherencia entre sus ideas y su práctica política. Sobre esto, Díaz Chávez propuso una especie de condición para quien pretenda seguir la huella de Morazán:

Y el que sea en realidad auténtico morazanista, ha de acumular en sí toda la riqueza viva de la enseñanza y la práctica heroica de Morazán… ha de rechazar interpretaciones falsificadas de Morazán que anteponen el militar al revolucionario; el idealista pasivo al hombre de acción… el Presidente de Centro América al estadista de los pueblos oprimidos[19].

En ese afán de valorar aspectos morales y políticos en Morazán y ubicarlo con justeza, sin demeritarlo y sin exagerar virtudes, Ramón Rosa elaboró una biografía que puede considerarse como un trabajo que marca pautas para conocer el pensamiento y la actividad de Morazán. Y es muy meritorio, ya que dos miembros de la familia de Rosa fueron rabiosos antimorazanistas.

Así, propuso asuntos de mucha vigencia para lograr un mejor conocimiento sobre Morazán; afirmaba que, «En 1834, pudiendo imponerse por la fuerza, deja libre a los electores de las autoridades supremas: es vencido por su competidor el sabio Valle»[20]. Morazán pudo utilizar el poder que ostentaba para manipular a su antojo ese proceso electoral en el que fue derrotado. Algo parecido hizo cuando la oligarquía guatemalteca ofreció apoyarlo y otorgarle el título de dictador, que rechazó de forma tajante.

Otro elemento planteado por Rosa, donde anticipa la importancia histórica del presidente de la Federación Centroamericana, afirma:

Dichoso Morazán tan odiado y tan amado, que por la virtud de su carácter ha tenido el raro privilegio de sobrevivir a las generaciones, y de ser a través de los tiempos vida, alma y fuerza de las más nobles aspiraciones de la patria[21].

Otro morazanista contemporáneo, Rodil Rivera, sostiene:

Morazán no se engañaba, sabía muy bien que la razón primordial por la que los conservadores lo combatían no tenía nada que ver con la organización política de Centroamérica, del tipo que fuera, sino que radicaba en la propia esencia de su retraso ideológico y, por encima de todo, en la defensa a ultranza de sus negocios puramente personales. Por eso adversaban a muerte cualquier reforma a la arcaica estructura política y social que nos legó la colonia… los conservadores nunca fueron unionistas, y solo fueron partidarios de la independencia en tanto la vieron como el único medio de arrogarse las prerrogativas de que disfrutaban sus ascendientes españoles.

En su ensayo biográfico de Morazán, Julián López Pineda expresa con contundencia:

Los reaccionarios de aquel tiempo, como los de hoy, nunca fueron unionistas en el sentido de constituir una nacionalidad centroamericana: ellos lucharon siempre para evitar la independencia, y cuanto ésta se obtuvo, lucharon para poner a Centroamérica bajo la dependencia de una nacionalidad extranjera. Eran monárquicos y no estuvieron nunca de acuerdo con el sistema democrático adoptado para la constitución de la nacionalidad centroamericana[22].

Finalmente, a partir de la herencia de Francisco Morazán, podemos estar seguros de que todo lo que contribuye a desmantelar las condiciones de explotación y de inseguridad del pueblo, es moral; todas las condiciones jurídicas, políticas, sociales, que ayudan a superar el atraso cultural, económico, tecnológico, etc., y que sirvan para ir construyendo una sociedad más justa, respetuosa de las diferencias, más culta y que dignifica la existencia humana, tiene un profundo sentido moral; los próceres independentistas son prueba de ello, y toca a toda la sociedad enfrentar los obstáculos del desarrollo para edificar una mejor convivencia.

En conclusión, a partir de Morazán se trata de construir una República concebida como algo más que una organización política: deben cambiarse las formas de convivencia y gobierno y la esencia, tanto material como espiritual, para construir una sociedad diferente que supere el caudillismo, el autoritarismo y la subordinación a las grandes potencias.

Bibliografía

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Rivera, Rodil: Criterio. Hn. Apuntes sobre la rectificación de las ideas políticas de Morazán en su testamento. Tegucigalpa, 7 de septiembre de 2022.


[1]       Meléndez Chaverri, Carlos (1996): Escritos del General Francisco Morazán; véase: «Mensaje anual del Ejecutivo al Congreso Federal, acerca de la labor realizada», San Salvador, 21 de marzo de 1836, p. 293.

[2]       Ibid., véase: «Mensaje anual del Ejecutivo al Congreso Federal, acerca de la labor realizada», San Salvador, 21 de marzo de 1836, pp. 179-184.

[3]       Pinto Soria, Julio César (1987): Centro América: de la colonia al Estado nacional (1800-1840), Editorial Universitaria de Guatemala.

[4]       R. L. Woodward, Orígenes económicos y sociales de los partidos políticos guatemaltecos. 1773-1823, en Luis René Cáceres (comp.). Lecturas de Historia Centroamericana, ediciones del BCIE, 1989.

[5]       Morazán, Francisco (1992): Memorias, Manifiesto de David, Testamento. Secretaría de Cultura, Dirección General de Cultura, Tegucigalpa, p. 101.

[6]       Meléndez Chaverri, Carlos (1996): Escritos del General Francisco Morazán; Banco Central de Honduras, p. 165.

[7]       Ibid, p. 16.

[8]       Ídem.

[9]       Ibid, p. 59.

[10]     Ibid, p. 105.

[11]     Oquelí, Ramón (1985): «La fama de un héroe», Editorial Universitaria, Tegucigalpa.

[12]     Rosa, Ramón (1974): Historia del Benemérito General don Francisco Morazán, ex Presidente de la República de Centro América. Ministerio de Educación Pública, Tegucigalpa.

[13]     Martí, José (2011): Obras completas, Vol. XIX, Karisma Digital, Centro de Estudios Martianos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 96.

[14]     Ídem.

[15]     Rosa, Ramón (1974): Historia del Benemérito General don Francisco Morazán, ex Presidente de la República de Centro América; Honduras, Ministerio de Educación Pública, p. 83.

[16]     Rosa, Ramón (1980): Obra Escogida; Introducción, selección y notas de Marcos Carías Zapata. Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, pp.382-383.

[17]     Rosa, Ramón (1974): Historia del Benemérito General don Francisco Morazán, ex Presidente de la República de Centro América; Honduras, Ministerio de Educación Pública, p. 34.

[18]     Díaz Chávez, Filánder (1988): Pobre Morazán pobre. Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, pp.7-8.

[19]     Díaz Chávez, Filánder (1981): La Revolución Morazanista. Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, p. 280.

[20]     Rosa, Ramón (1974): Historia del Benemérito General don Francisco Morazán, ex Presidente de la República de Centro América, Ministerio de Educación Pública, Tegucigalpa, p. 31.

[21]     Idem, p. 35.

[22]     Rivera, Rodil: Criterio. Hn. Apuntes sobre la rectificación de las ideas políticas de Morazán en su testamento. Tegucigalpa, 7 de septiembre de 2022.


[1]       Profesor de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), jubilado.