Josué Sabillón Casco[1]
Las migraciones masivas provocan cambios en las dinámicas familiares, y se produce lo que se ha teorizado como la transnacionalización de los cuidados. Pero esta viene acompañada de la feminización de los cuidados, perpetuando así las desigualdades de género en el acceso al empleo, la participación en la vida pública y la distribución equitativa de las responsabilidades familiares.
Introducción
Las remesas en Honduras y Nicaragua se han convertido en un aporte de gran importancia a la economía familiar. En el primero, el 46.6% de los consultados en la Encuesta Semestral de Remesas Familiares del Banco Central de Honduras (BCH) a enero 2022, considera que estas transferencias mensuales son la principal fuente de recursos para quienes las reciben, mientras que el 41.2% las ve como un complemento a la fuente primaria de ingresos del hogar. Solo un 10.3% indicó que las remesas no son importantes en el ingreso familiar. Al mirar con más detalle, el 90.9% de los encuestados indicó que las remesas familiares se destinan principalmente a cubrir necesidades básicas o de consumo corriente como alimentación, tratamientos médicos y educación (Banco Central de Honduras, 2024).
Siguiendo lo anterior, en promedio, los hombres, que representan el 62.1% de los emisores de remesas, envían un monto mensual de USD 629, mientras que las mujeres USD 383; estas perciben un ingreso promedio de USD 2,799, en tanto que los hombres perciben USD 4,214.
La mayoría de las mujeres se desempeñan en actividades de servicios (muchas veces en los cuidados), mientras que los hombres, especialmente, trabajan en el área de la construcción. Las principales receptoras de remesas son las madres, que representan el 39.8%, seguidas por las y los hermanos con 16.9%. Además, se envían remesas a padres, hijos y cónyuges; estos últimos reciben un monto promedio relevante de USD 969, seguidos por los hijos con un promedio de USD 764.
Los datos anteriores son similares para los años 2023 y 2022, según la misma encuesta. El 87.4% y el 79.6% consecutivamente, utilizan las remesas para cubrir necesidades básicas o de consumo corriente, lo que se conoce como «los cuidados».
Las remesas siguen fomentando la familiarización y feminización del cuidado. La primera se refiere al proceso mediante el cual responsabilidades como el cuidado de niños, personas mayores o enfermas, se asumen principalmente en el ámbito familiar, en lugar de ser provistas por instituciones públicas o privadas. Esta tendencia implica que las familias son las principales proveedoras de cuidados, lo que puede representar desafíos en términos de equidad de género y conciliación laboral-familiar.
Así, la feminización de los cuidados hace referencia a que, históricamente, estas tareas han sido asociadas principalmente con las mujeres, tanto en el ámbito doméstico como en el profesional. Esto indica estereotipos de género arraigados, que asignan a las mujeres la responsabilidad principal de cuidar a otros, perpetuando desigualdades de género en el acceso al empleo, la participación en la vida pública y la distribución equitativa de las responsabilidades familiares (Martínez Franzoni, 2021).
Similar situación reporta el Banco Central de Nicaragua (BCN). En su informe al primer trimestre de 2024, las remesas han ido en aumento durante el mismo período de estudio que en Honduras. En 2022 ingresaron USD 632.6 millones, pero en 2023 fueron USD 1,020.3. En 2024 el incremento fue de 11.8%, para un total de USD 1,140.9.
Las remesas provenientes de Estados Unidos representan alrededor del 80% del total de estas, entre 2022 y 2024. En paralelo, Costa Rica sigue manteniendo una presencia constante en torno del 8% del total. Por su parte, España, aunque con una contribución menor, mantuvo una participación cercana al 6% (BCN, 2024). Contrario a lo reportado por el BCH, en el caso de Nicaragua no fue posible encontrar el uso que se le da a las remesas.
El objetivo de este ensayo es revisar las remesas como un factor condicionante en la reproducción de la familiarización y feminización de los cuidados en Honduras y Nicaragua. Para ello, se tomarán en cuenta algunos hitos históricos en ambos países a partir de 1980, cuando comienza el modelo rentista-transnacional, siguiendo a Segovia (2021), hasta 2024.
Breve contextualización de la situación en Centroamérica antes de 1980
Durante el período 1944-1980, Honduras y Nicaragua experimentaron un crecimiento económico significativo en línea con el resto de Centroamérica, pero este crecimiento estuvo acompañado de altos niveles de pobreza y desigualdad en ambas naciones.
Honduras registró un crecimiento económico promedio anual de 4,2%, lo que lo ubicó por debajo de Costa Rica, Nicaragua y El Salvador en términos de dinamismo económico. La concentración del ingreso en los estratos medios y altos era evidente, con una baja participación de los sectores más pobres de la población. La falta de equidad en la distribución de la riqueza contribuyó a mantener altos niveles de pobreza en el país.
En Nicaragua, el crecimiento económico anual promedio fue de 5,6% en el mismo periodo, lo que lo posicionó como uno de los países con mayor dinamismo económico en la región. La concentración del ingreso y la desigualdad social eran rasgos persistentes en la sociedad nicaragüense, con una distribución desigual de la riqueza que dejaba a una parte significativa de la población en condiciones de pobreza. Así, el crecimiento en ambos países no se tradujo en una mejora sustancial de las condiciones de vida de la mayoría de la población (Rovira Más, 2005).
Por otra parte, según Lehoucq (2014) citado por Salvador Martí i Puig y Diego Sánchez-Ancochea (2014), durante el período comprendido entre 1900 y 1980, América Central experimentó regímenes autoritarios el 72% del tiempo, mientras que el resto se caracterizó por situaciones semidemocráticas. Los autoritarismos se oponían a la organización de elecciones libres en una cruenta lucha de clases para mantener vigentes los intereses de los grupos agroexportadores.
En ese contexto, los gobiernos de la región no incentivaban el desarrollo de instituciones democráticas. La élite política y económica mantenía el control, limitando la participación ciudadana y perpetuando un sistema de exclusión y desigualdad, lo que contribuyó a continuar con la fragilidad de las instituciones estatales y la falta de representatividad en la toma de decisiones. Costa Rica se destacó como una excepción, gracias al subtipo de modelo agrario exportador, que permitió la consolidación de un régimen democrático.
En contraste, El Salvador y Guatemala se caracterizaron por políticas que favorecían a la élite económica. En Nicaragua y Honduras, la influencia de Estados Unidos y las élites locales, alineadas con los intereses transnacionales, logró la consolidación de regímenes autoritarios y excluyentes: patrimonial en Nicaragua, y la considerada como «república bananera» en Honduras (Martí i Puig, y Sánchez-Ancochea, 2014).
Por último, se asume un modelo liberal-democrático en lo político como única opción para su reconocimiento internacional, pero no era el anhelado por las élites ni por las izquierdas centroamericanas. Las primeras querían un sistema de participaciones restringidas, y las otras la revolución. Todo esto ofrece algunas claves para entender la crisis de la región (Torres-Rivas, 2009).
Las remesas, una de las respuestas a la crisis heredada
A partir de los años 1980 se da una nueva inserción en la economía mundial de los países centroamericanos, basada en la competitividad otorgada por bajos salarios, y no por un aumento de la productividad.
En Honduras, el modelo rentista-transnacional destaca por su fuerte dependencia de las remesas familiares y la habilitación de nuevos espacios de acumulación a través de actividades extractivas como la minería, que provocan conflictos sociales y ambientales que llevan, incluso, al asesinato de defensores. Por otro lado, el gobierno hondureño ha impulsado políticas de apoyo a la agroindustria del café, posicionando al país como un importante productor a escala regional y mundial. Todo lo anterior, en el marco de la vulnerabilidad de los llamados commodities (Segovia, 2021).
En Nicaragua, este modelo se caracteriza por una marcada especialización en actividades agropecuarias, muchas de las cuales son controladas por grupos económicos transnacionales, especialmente de Costa Rica, El Salvador y Guatemala.
Además, se ha señalado que el control económico está concentrado en los grupos gobernantes, quienes han establecido alianzas con los principales grupos económicos locales para la distribución de los espacios de acumulación económica mediante la compra de empresas relacionadas con la leche y el ganado, entre otras. Entretanto, se ha reportado que solo el 2% del crédito se destina para el agro, lo que permite fortalecer el mercado externo, pero obliga a importar por encima del mercado interno. Mientras, la banca privada incrementa su capital de manera acelerada (Vargas, 2021).
Ante las situaciones mencionadas, se puede intuir que las políticas sociales a las cuales se ha asociado históricamente el trabajo de los cuidados han sido insuficientes, sobre todo porque las desigualdades también se filtran en la organización familiar y social del cuidado, enfoque que muchas veces es ignorado en la creación de políticas explícitas para la familia, así como en las políticas implícitas que surgen con cada transformación de modelo.
Las remesas forman parte de una de las llamadas triple transición ocurridas en Centroamérica (Martí i Puig, y Sánchez-Ancochea, 2014). Este dinero, proveniente de migrantes que trabajan principalmente en EUA, se ha convertido en un pilar clave para la estabilidad económica de numerosos hogares en Honduras y Nicaragua.
Las remesas benefician a las familias receptoras, al proporcionarles recursos para cubrir necesidades básicas como alimentación, vivienda, educación y salud. Además, tienen un impacto a nivel macroeconómico, sobre todo en relación con el Producto Interno Bruto (PIB). Así, han demostrado ser una fuente de financiamiento estable en comparación con la Inversión Extranjera Directa (IED) o la ayuda internacional. La estabilidad en los flujos de remesas ha permitido a muchas familias y comunidades planificar a corto, y a veces a largo plazo, y mejorar sus condiciones de vida.
Por otro lado, el sector financiero ha desarrollado productos y servicios específicos para facilitar la recepción y el manejo de estos fondos. Sin embargo, no deben considerarse una solución definitiva a los problemas económicos, puesto que la dependencia excesiva de estas no estimula políticas públicas que fomenten el desarrollo económico sostenible y la creación del empleo local.
Lo expuesto demuestra que el modelo rentista-transnacional privilegia el consumo antes que la inversión productiva (Segovia, 2021). Este enfoque se traduce en una dinámica económica donde se prioriza el aumento de la demanda interna a través del consumo impulsado por las remesas y la disponibilidad de crédito para tal consumo, en lugar de promover inversiones productivas que impulsen el crecimiento económico a largo plazo.
Además, muchas veces son los bancos o las élites asociadas a ellos los dueños de las empresas que proveen servicios de consumo, formando así un círculo de rentabilidad que beneficia únicamente a dichos grupos. En este contexto, no se busca aumentar la productividad a través de inversiones en tecnología, capacitación laboral o infraestructura, sino seguir fomentando el sector servicios de consumo.
En Nicaragua, a partir de los años noventa se produce un incremento de la migración tanto interna como externa, convirtiéndose en una estrategia de supervivencia para muchas familias que buscaban escapar de la pobreza y la falta de oportunidades. Muchos nicaragüenses emigraron a Costa Rica, principalmente en ese tiempo (Rovira Más, 2009). Honduras siempre ha mantenido una migración preferente hacia los Estados Unidos, situación que ahora es similar para el caso nicaragüense.
Esta «preferencia» de hondureños y nicaragüenses de emigrar hacia EUA, debe enmarcarse en lo descrito por Alexander Segovia (2021) respecto a que ambos países se agrupan en el subtipo de modelo agrario-tradicional con mucha influencia de los Estados Unidos sobre sus territorios.
En el caso nicaragüense, con el triunfo de la Revolución sandinista en 1979, hubo una ruptura con el patrón de hegemonía norteamericana sobre su territorio (Rovira Mas, 2005). Contrario a lo ocurrido en Honduras, donde el territorio sirvió para preparar la contrarrevolución, así como para instalar bases militares. Aunque en bandos opuestos, estos dos países se encontraron bajo el fuego cruzado de los intereses norteamericanos sobre el territorio centroamericano.
El cambio de los nicaragüenses de migrar a Estados Unidos se aceleró sobre todo con la crisis de abril de 2018, aunque muchas personas buscaron refugio en Costa Rica, en primera instancia. Según estimaciones del Colectivo Nicaragua Nunca Más[1], desde abril de 2018 a diciembre 2022, al menos 462,810 ciudadanos salieron del país, a los que se suman 108,986 que salieron en los primeros cinco meses de 2023 con destino a EUA, Costa Rica, México y España.
Por su parte, Honduras, que desde los años noventa cuenta con una larga tradición migratoria hacia los Estados Unidos, incrementó su flujo con la crisis política de 2017 por la reelección del expresidente Juan Orlando Hernández. Se desarrolló una estrategia llamativa, las caravanas de migrantes, aun sabiendo que las leyes de los países en tránsito impedirían su paso. La población cruzó, se exponía, ya no se escondía para migrar, exigiendo así su derecho a emigrar (Frank-Vitale, y Núñez Chaim, 2020).
La transnacionalización de los cuidados
Estas migraciones masivas provocan cambios en las dinámicas familiares y de cuidados, y se produce lo que se ha teorizado como la transnacionalización de los cuidados. Esta se refiere al fenómeno en el que la provisión de servicios como el cuidado de niños, personas mayores o enfermas, se lleva a cabo a través de fronteras nacionales.
En el caso hondureño y nicaragüense, se da no solo por la necesidad de empleo, sino, además, por las situaciones políticas recientes y heredadas. Esto implica que mujeres que migran se convierten en trabajadoras del cuidado, brindando sus servicios a familias que los necesitan (Filgueira y Martínez Franzoni, 2019).
Lo anterior tiene implicaciones significativas. Por un lado, ofrece oportunidades de empleo, sobre todo a estas mujeres que buscan trabajar en el sector del cuidado en otros países. Sin embargo, también plantea desafíos en términos de separación familiar, explotación laboral, falta de protección y derechos laborales para dichas trabajadoras, así como para quienes cuidarán de los hijos y otros familiares que dejaron en el país de origen.
A estos familiares, sin intención, se les excluye de las posibilidades de un mercado de empleo que, aunque precarizado en general, podría permitirles un desarrollo profesional en otros espacios fuera del cuidado en el hogar. Es así como las remesas se convierten en un factor condicionante para la familiarización y, sobre todo, la feminización del cuidado en Honduras y Nicaragua.
Aproximación a una conclusión
La llegada obligada de la democracia a Centroamérica implicaba la instauración de un sistema político basado en la participación ciudadana y el respeto a los derechos humanos, así como la apertura a la pluralidad política y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.
Sin embargo, no implicó una redistribución seria del poder, ni cuestionó los canales de influencia de las élites (Martí i Puig, y Sánchez-Ancochea, 2014), aunque sí hubo una ruptura en dichas élites sobre cómo venían operando desde el siglo XIX, y tuvieron que replantearse sus dinámicas de acumulación (Rovira Más, 2002). Además, en Centroamérica, la transición a la democracia se ha dado en contextos de conflictos armados, acuerdos de paz, presiones internacionales y movimientos sociales.
Como resultante del contexto previo a los noventa, quedó que la política social está asociada a intentar revertir el deterioro de los servicios que el Estado debía brindar, pero, con tanto conflicto en la región, esa tarea fue imposible. En el caso nicaragüense, hubo una migración fuerte hacia Costa Rica, así como la reducción en la calidad y accesibilidad de servicios básicos como educación, salud y seguridad social, que se habían logrado escasamente durante la revolución; esto impactó negativamente en la población, especialmente en los sectores más vulnerables (Rovira Más, 2009).
En Honduras, la estabilidad en cuanto al aumento de las remesas como fuente de ingresos para muchas familias, pone de manifiesto la negligencia del Estado en la implementación de políticas sociales efectivas durante este período. La población ha tenido que migrar para poder garantizar un mínimo de subsistencia (Martí i Puig, y Sánchez-Ancochea, 2014).
Las migraciones de hondureños hacia EUA han tenido un flujo estable a partir de la década de 1990, exceptuando el cambio en la dinámica a partir de 2017-2018 con las caravanas de migrantes y su evidente incremento. Y no es casualidad que los ciudadanos hondureños utilicen ese país como destino de trabajo.
Para entenderlo mejor, hay que tener en cuenta la inserción de Honduras en el subtipo de modelo agrario rentista y la influencia que tuvo EUA al punto que, como menciona Mahoney (2002), citado por Segovia (2021), las élites en Honduras carecían de las dos fuentes tradicionales del poder en Centroamérica: el control sobre la tierra y la influencia en la política interna, ya que las compañías bananeras y mineras tenían ese control.
En cuanto a Nicaragua, no debemos omitir la influencia de los EUA, al punto que, entre 1910 y 1933, sus tropas ocuparon el país con el objetivo de proteger sus intereses políticos y económicos en la región. Además, hicieron una sugerencia directa para que Anastasio Somoza García ocupara la presidencia de Nicaragua, lo que marcó el inicio de la dinastía de los Somoza (Rovira Más, 2005).
Lo anterior posiblemente contribuye a ampliar la mirada de por qué los hondureños y nicaragüenses emigran mayormente hacia EUA. La fuerte presencia de este país por medio de enclaves y ocupaciones directas en sus territorios, propició una especie de relación cercana, al menos de parte de hondureños y nicaragüenses hacia los estadounidenses, y no solo por la mayor oferta laboral en aquel país.
Sumado a lo anterior, estas migraciones y el envío de remesas reproducen una familiarización y feminización de los cuidados, ya que se observa una distribución desigual de los montos enviados y percibidos por hombres y mujeres. Las mujeres, en muchos casos, van a trabajar en áreas de servicio y reciben menor salario que los hombres, muchos de los cuales se ubican en la construcción.
No se pretende decir cuál trabajo merece más salario, pero sí reconocer que la producción fuera y dentro del hogar son trabajos necesarios para reproducir la vida. Por último, no hay que olvidar que sobrevivir de las remesas se convierte en una estrategia de vida para quienes no migran.
Bibliografía
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Filgueira, Fernando y Juliana Martínez Franzoni. «Growth to limits of female labor participation in Latin America’s unequal care regime». Social Politics: International Studies in Gender, State & Society 26, nº. 2 (2019): 245-75.
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Rovira Mas, Jorge. «Centroamérica: Política y economía en la Posguerra (1944-1979)». Diálogos. Revista Electrónica de Historia 6, nº. 1 (2005): 94-143.
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Vargas, O. R. Incubando la crisis de abril. Nicaragua 2007-2017. Managua: Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN).
[1] Ver en: https://colectivodhnicaragua.org/
[1] Profesor en el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), estudiante del Programa de Doctorado en Ciencias Sociales sobre América Central de la Universidad de Costa Rica (UCR).