Efraín Aníbal Díaz Arrivillaga[*]

Frente al pesimismo que circula en el imaginario nacional, no debemos desmayar en la esperanza de la reconstrucción y regeneración de la nación, postergada por tantos años. Las crisis sirven para encontrar respuestas, pero lograrlo requiere talento e imaginación y, sobre todo, voluntad política y socialpara construir el futuro.


El necesario diálogo nacional

En el crispado contexto en que se debate la nación hondureña surgió de pronto –aunque con corta vida–, el tema tan llevado y traído del gran diálogo nacional. Digo esto porque todo quedó en declaraciones fugaces, como que se quiere y a la vez no se quiere dialogar, y al final quedó en el olvido. Así ha sido a lo largo de nuestra trágica y convulsa historia patria, al igual que el título de aquella famosa película de 1939, Lo que el viento se llevó.

Y no porque el diálogo no sea importante y necesario en una sociedad nominalmente democrática y pluralista, sino porque la ausencia de diálogo en nuestra sociedad deja entrever una intransigente rebeldía a democratizarse y abrirse paso a la modernidad política.

Pesan todavía conductas y actitudes que, como en el pasado, obstruyen cualquier esfuerzo, por modesto que sea, para sentar las bases de la transformación y la reconstrucción nacional.

El sectarismo, la intolerancia, la exclusión, la dependencia, el militarismo, la corrupción, el abuso de poder, la tentación autoritaria, el irrespeto a la ley, entre otros factores, oponen toda su fuerza ante un diálogo que nunca germina.

La búsqueda colectiva de la verdad, la escucha y el encuentro con el supuesto adversario político, lucen todavía lejanas en Honduras. Los políticos criollos todavía no han comprendido el valor del diálogo. En el entorno actual, no vemos un espíritu atento para decidir con prudencia, rectitud y sabiduría.

El debate político no existe en un ambiente tóxico y enfermizo, donde los políticos de oficio y la mayoría de los medios de comunicación hacen causa común para hacer del espacio público un escenario circense cargado de rumor y desconfianza, que impide el entendimiento patriótico y responsable para encontrar las salidas que el pueblo demanda.

Si hay una lección que aprender del triunfo arrollador de Nayib Bukele en El Salvador, es que los resultados de un gobierno a favor de las necesidades e intereses del pueblo cuentan. Los hechos pesan más que las palabras. Pero no por ello debe interpretarse como una carta blanca para barrer con todo o caer en la tentación mesiánica y autoritaria.

Lo que debe prevalecer es la eficacia, la eficiencia y el buen gobierno, con respeto a la pluralidad y tolerancia política. ¿O es acaso mucho pedir un cambio para una nación y un pueblo que demandan revertir las tendencias seculares de pobreza, desigualdad, inseguridad, violencia, corrupción, ignorancia, hambre, enfermedad y desaliento?

El Congreso Nacional puede dar el ejemplo

Después de casi cuatro meses de parálisis legislativa, se logró un frágil arreglo entre las distintas fuerzas y sectores políticos representados en el Congreso Nacional. Esto posibilitó un consenso mínimo para que ese poder del Estado volviera a funcionar, pero no existe garantía de que otra crisis no volverá a presentarse.

Los partidos políticos dialogan solo cuando se trata de elegir a los funcionarios de los entes que el Congreso nombra en elecciones de segundo grado, que el pueblo sabe es una repartición política de los cargos en las instituciones públicas.

La ausencia de acuerdos multipartidarios es evidente. No solo no hay voluntad política, sino que tampoco existe disposición para llegar a tenerla. Los actores políticos dicen estar dispuestos a todo, pero en el fondo no están dispuestos a nada.

Pareciera que hay un deseo malévolo de mantener una crisis que busca desgastar al gobierno actual, pero lo que logran, en definitiva, es poner en precario la credibilidad y confianza de la ciudadanía en los partidos políticos.

¿Qué está pasando en la Corte Suprema de Justicia?

Vientos huracanados traen noticia de otra posible crisis en ese poder del Estado. Real o no, la amenaza se mantiene latente. La rotación de los presidentes de las salas de la Corte ha causado malestar por el modo en que se llevó a cabo, consecuencia de la influencia política externa que esta padece desde su integración.

¿Preocupación jurídica, cumplimiento de la normativa o lucha de poder y polarización política en el poder Judicial? Esta es la pregunta obligada. Los ya conocidos supuestos de una trama atribuida al partido de gobierno para controlar todo el poder de la nación, emergen nuevamente. El estribillo que más se repite es que se prepara el camino para convertir a Honduras en otra Cuba, Venezuela o Nicaragua.

El juicio contra JOH y su significado

El juicio en los Estados Unidos de América contra quien fuera el hombre fuerte de Honduras por más de una década, el exmandatario extraditado Juan Orlando Hernández, ha recibido una cobertura periodística poco usual y más allá de lo necesario.

Lo que se obvia, generalmente, en los múltiples análisis, es el significado histórico de este juicio para la nación hondureña. Lo que se está juzgando es haber permitido y participado en el montaje de una estructura criminal basada en el narcotráfico, ligada al poder representado por políticos, empresarios, fuerzas de seguridad, militares y otros que actuaban con absoluta impunidad.

A la vez, ha desnudado la complicidad y la deliberada ineficiencia de todo el sistema de justicia y seguridad del país. Este perverso comportamiento ligado a la corrupción se remonta a los inicios de la década de 1980. Y, sin duda, ha dejado un país sometido a la criminalidad, la violencia y la muerte de muchos hondureños, y un daño permanente a la imagen de Honduras, sus instituciones y su pueblo.

 El surgimiento de maras y pandillas se nutre de este deterioro social y moral, que se alimenta aún más por la desigualdad y la marginalidad social. Las acciones realizadas hasta ahora, si bien necesarias, atacan más los efectos que las causas. Las acciones que pueden detener este flagelo son las que se inscriben en una solución integral de los problemas económicos y sociales que abaten al país.

El debate político no está a la altura necesaria

Poco se debate con seriedad sobre el tema central de cómo abordar los desafíos actuales y futuros de Honduras, donde deberían converger el gobierno, la empresa privada y la sociedad civil.

La economía, la migración, la violencia y otros problemas sociales debieran ser el punto de partida para consensuar una agenda mínima de país y diseñar una estrategia que siente las bases de un nuevo modelo económico y social, promotor de un desarrollo con equidad e inclusión social a corto, mediano y largo plazo.

Es evidente el distanciamiento y enfrentamiento actual entre el gobierno y el sector privado, lo cual es poco conducente a un diálogo constructivo tanto para zanjar diferencias, como para acordar el rumbo a seguir en estos tiempos tan difíciles como desafiantes.

Debemos pensar qué implican hoy el desarrollo, la globalidad, la innovación y la modernidad a la que aspiramos como nación. Ningún país ha podido desarrollarse sin una alianza estratégica entre el gobierno y el sector privado nacional y externo, como lo han demostrado los éxitos económicos y sociales de los países desarrollados y las economías emergentes de Asia Oriental.

¿Qué está en juego?

 Lo que está en juego es el agotamiento del modelo económico que se ha venido implementando en los últimos cuarenta años; esto se manifiesta en un lento crecimiento, incapacidad para reducir la pobreza, generar empleo de calidad a una creciente población joven que se incorpora al mercado laboral, baja productividad, informalidad e insuficiente inversión en los sectores productivos y el desarrollo tecnológico.

La persistente brecha del sector externo (exportación-importación), con base en una oferta de bienes poco diversificada y de baja complejidad, a la par de la industria maquiladora, considerada uno de los ejes del modelo, muestra hoy una evidente contracción, indicando así que los sectores dinámicos de la economía pierden fuelle progresivamente.

Los desafíos de la economía y la política

A propósito de un posible pero necesario diálogo gobierno-empresa privada, coincidíamos con Eduardo Facussé, Presidente de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés (CCIC) hasta febrero de este año, en una conversación informal que sostuvimos el pasado 22 de enero, en que la “estructura económica de Honduras está INVERTIDA porque, en vez de ser piramidal, es cónica”.

Esto significa que, en lugar de ser amplia en su base, conformada por el sector agroindustrial y la industria manufacturera, es el sector de servicios, comercio e intermediación financiera (cerca de 60% del PIB), el que domina la estructura económica en forma de un cono invertido.

Esta estructura es inestable porque es altamente dependiente de la importación de bienes y servicios, lo que explica el déficit externo y una fuerte demanda de la divisa, en contraste con el retroceso de los sectores productivos para la exportación y el mercado interno, que son altamente generadores de empleo. La estabilidad de este modelo se sostiene con las remesas de los hondureños en el exterior, situación que no será sostenible en el mediano y largo plazo.

Como puede deducirse de lo anterior, el país requiere enfrentar los desafíos de una nueva economía que acelere el crecimiento medio anual (de solo 3.3% en la última década), incentivando a los sectores productivos que crean valor a aumentar la inversión privada nacional y extranjera, pues esta última ha caído desde 2014.

Además, promover la innovación y el desarrollo tecnológico (cerrar la brecha digital y formación técnica), la inversión social en educación y salud y el fortalecimiento de la competitividad (energía, vías de comunicación). Por supuesto, quedan pendientes de solución los temas de inseguridad, corrupción y fortalecimiento democrático.

Al menos sería un comienzo para lograr acuerdos mínimos en lo económico y lo social, que podría reiniciarse con un proceso de revisión de la Ley de Justicia Tributaria, instrumento básico de política económica que se orienta, entre otras cosas, a equilibrar la actual estructura económica.

Entretanto, los actores políticos toman en serio y con patriotismo su papel de coadyuvantes claves a la gobernabilidad y la gobernanza, ampliando la participación ciudadana, pues pareciera que el actual sistema de partidos políticos hace aguas y requiere una renovación en sus liderazgos, doctrina, formación política y, especialmente, en el campo de la ética y moral pública y privada. Además, urgen las reformas políticas y electorales pendientes desde el rompimiento del orden constitucional en 2009.

Frente al difundido aire de pesimismo que circula en el imaginario nacional, no debemos desmayar en la esperanza de la reconstrucción y regeneración de la nación, postergada por tantos años.

Las oportunidades están ahí; las crisis sirven para encontrar respuestas a los problemas y retos sociales, pero lograrlo requiere talento, imaginación y, sobre todo, voluntad política y social para construir juntos un país con futuro.


[*]       Economista con especialidad en economía agrícola, planificación y desarrollo. Fue diputado por el Partido Demócrata Cristiano de Honduras y candidato a la Presidencia de la República por el mismo partido. Se desempeñó, además, como Embajador de Honduras en Alemania y la ONU en Ginebra, Suiza.