Élites, golpe de Estado e ideología dominante

RAMÓN ROMERO

Este análisis del comportamiento de las élites permite asentar la hipótesis de que hay un nivel profundo, centralizado y poco perceptible que orienta la acción de las élites visibles. La élite profunda orienta y aprovecha en su favor los más decisivos procesos en la nación. Es la fuente real de poder, que se ha hecho sentir desde mucho antes del inicio de la transición democrática.

I. EL CONTEXTO

En 1982, Honduras inició un proceso político que el tradicionalismo de la época llamó “retorno al orden constitucional” y que, desde las ciencias sociales, con cierto optimismo, ha sido conocido como “transición democrática”. Cuarenta y tres años después, desde una perspectiva crítica, interpretamos esa transición como un proceso de leves cambios en la política tradicional, que han sido útiles para apuntalar el cambio de rumbo de la economía hegemónica.

Durante la transición democrática la economía hegemónica ha transitado del capitalismo dependiente tradicional, de la gran hacienda y la exportación de materias primas, hacia la economía centrada en los servicios y orientada por el libre comercio en el marco del absolutismo del mercado.

A tono con ello, la política tradicional se ha orientado a minimizar el Estado por la vía de las privatizaciones y el traslado de funciones públicas a la iniciativa privada. Además, se ha continuado con el inveterado concesionamiento de los recursos naturales. En este proceso político se incrustaron y crecieron la corrupción y la influencia de la narcoactividad. 

La realidad que hoy impera sigue un curso muy diferente al que se aspiraba sesenta años atrás. Las transformaciones económicas y políticas no sucedieron como se previó en las décadas de 1960 y 1970. Por aquellos años, desde el paradigma del pensamiento reformista y desarrollista se pensaba que la situación tradicional de subdesarrollo sería superada por el advenimiento de un capitalismo moderno, guiado por una pujante burguesía nacional, centrada en un empresariado industrial moderno. Esta burguesía nacional sustituiría en el poder a la oligarquía terrateniente tradicional. 

Aquel capitalismo moderno con el que muchos soñaron, estaría centrado en la industrialización sustitutiva de importaciones, la producción agroindustrial eficiente y en condiciones de justa distribución de la tierra, resultante de la reforma agraria; el fortalecimiento del sector social de la economía, la exportación de productos elaborados en lugar de materias primas y la integración centroamericana. El apoyo político-institucional y social de esta estructura económica se preveía que fuera un Estado moderno, democrático, de derecho, centrado en el bienestar de las mayorías, y una sociedad cada vez más distante de la miseria y la extrema pobreza. 

Pero eso no sucedió. La aspiración reformista y desarrollista fue un sueño frustrado por la intervención obstaculizadora de los sectores más tradicionales y retardatarios de las clases y grupos dominantes, junto a la imposición de un “nuevo modelo” proveniente del capital transnacional.

II. LA RECONFIGURACIÓN
DE LA ÉLITE ECONÓMICA

Un resultado del modelo global neoliberal o de absolutismo del mercado, impuesto en Honduras en los tempranos años de la transición democrática, es la reconfiguración de la élite económica. Se ha reconfigurado, pero nunca evolucionó a una burguesía nacional; evidencia de ello es que la mayoría de sus inversiones se dirigen a los servicios y el comercio, en condición de socios minoritarios y facilitadores del gran capital transnacional. Su reconfiguración es más un cambio de estrategia para mantener vigentes los mismos propósitos de enriquecimiento con exclusión, propios de las oligarquías tradicionales. 

En la etapa actual, igual que hace más de cien años, las nuevas élites conducen la economía hegemónica y la política tradicional en Honduras de forma excluyente y retardataria. En lugar de generar beneficios compartidos, las nuevas élites, como las élites desplazadas, continúan actuando únicamente en beneficio propio, ocasionando con ello grandes daños a la sociedad. 

Tanto el ejercicio del poder, como el proceso de acumulación de capital, orientados exclusivamente al beneficio de las élites, determinan que en sus preocupaciones por la sociedad sigan la tradición de ser marginales e instrumentales. Las grandes mayorías, incluso, suelen ser objeto del desprecio de las élites.  

Gran parte de las actividades de los grupos económicos actuales se asientan en la política concesionaria del Estado, iniciada a finales del siglo XIX. Obtener concesiones de tierras, aguas, bosques, metales y otros, así como convertirse en contratistas del Estado para ejecutar proyectos de distinta naturaleza, es una prolongada práctica de las élites económicas. 

III. CARACTERIZACIÓN
DE LAS NUEVAS ÉLITES ECONÓMICAS

Por la forma como están constituidas, las nuevas élites muestran el ascenso de algunos sectores económicos, con el correspondiente desplazamiento de otros, menos modernos. 

En el contexto del neoliberalismo o absolutismo del mercado, los grupos que hoy tienen mayor peso en la economía nacional son el capital financiero-bancario; los generadores de energía eléctrica; las empresas de telecomunicaciones; la agroindustria orientada tanto a la exportación como al mercado interno, en especial los exportadores de café, frutas, legumbres orientales y camarón. Además, el sector maquilador textil, la industria de la construcción, los importadores de bienes de consumo unidos a los grandes comerciantes, más los prestadores de servicios técnicos o sociales de distinto tipo. Muchas empresas de estos sectores son contratistas del Estado. Otras venden servicios que antes correspondían al Estado, por delegación del mismo Estado; tales delegaciones se hacen mediante privatizaciones y concesionamientos. 

Los sectores de la élite económica que han mantenido negocios con el Estado incluyen la banca, los generadores de energía eléctrica, las empresas de telecomunicaciones, los importadores-vendedores y diversos prestadores de servicios. Por esta vía, el Estado se constituye en cliente principal de un buen número de empresas que obtienen ganancias fáciles y elevadas, apelando para ello a los más diversos medios, legales o no. 

Los más notorios negocios con el Estado incluyen: administración de fideicomisos, venta de electricidad, contratación para la ejecución de proyectos de inversión de distinto tipo, compras diversas del Estado, servicios de telecomunicaciones y de tecnologías de la información y la comunicación, constructoras, etc.

Entre los mecanismos de expoliación del Estado por las élites económicas, facilitados por la élite política, destacan los siguientes: el traslado de recursos del sector público al privado garantizándole la maximización de sus ganancias y beneficios, a través de procesos como la privatización o venta de empresas públicas muy por debajo de su valor; las alianzas público-privadas en las que el Estado invierte el mayor capital y asume los riesgos; el usufructo de los recursos públicos y el establecimiento de las Zonas Especiales de Desarrollo Económico (ZEDE), en las cuales el Estado cedía soberanía en favor de empresas inversionistas, y cuya ley fue declarada inconstitucional recientemente por la Corte Suprema de Justicia. 

Otro instrumento de expoliación del Estado es la evasión de impuestos, mediante mecanismos legales e ilegales. Ante las más recientes formas de corrupción, se empequeñecen y parecen perder importancia —aunque se mantienen— los tradicionales mecanismos que esta desarrolló, como el contrabando.

En la actual coyuntura económica, uno de los factores importantes de acumulación de capital para un amplio número de empresas son los negocios con el Estado, en condiciones de corrupción. Por ello se les hace indispensable mantener al Estado en las condiciones adecuadas para que los empresarios hagan este tipo de negocios. Ello implica evitar que se rompa con las prácticas políticas que les benefician.

En las relaciones entre el Estado y las élites económicas y políticas florece la corrupción. Esta ha llegado a ser el ambiente en el cual se desarrolla la actividad política. Con el favor de la política los grupos económicos se apropian, por medios lícitos o no, de inmensas cantidades de dinero público, que los ha potenciado exponencialmente, dejando al Estado en condiciones lamentables, endeudado e incapacitado para cumplir gran parte de sus obligaciones con la ciudadanía.

El crecimiento de la corrupción alcanza volúmenes gigantescos. Ello ha operado, a su vez, como caldo de cultivo para el potenciamiento de la narco-política.

IV. CARACTERIZACIÓN
DE LA ÉLITE POLÍTICA

El tipo de corrupción que involucra a sectores económicos y políticos opera cuando empresarios convierten a políticos, partidos, instituciones y hasta poderes del Estado, funcionarios y empleados públicos en sus operadores. Les transfieren dinero a cambio de que el Estado les favorezca de manera desleal y con amplias ventajas, otorgándoles contratos de servicios, vendiéndoles empresas públicas, comprándoles bienes, condonándoles deudas o eximiéndoles del pago de impuestos, entre otras prebendas. 

Por esta vía, los partidos políticos retardatarios junto a un conjunto de pequeños partidos, organizaciones sociales y medios de comunicación, cumplen una función decisiva: lograr que el Estado esté al servicio de la élite económica.

El poder político, convertido en rubro de inversión de muchos empresarios, incluyendo la narcoactividad, se constituye en una mercancía que circula en un mercado subterráneo, invisibilizado y encubierto con ideología y propaganda. En este mercado, las decisiones políticas tienen precio. 

El poder político se torna muy lucrativo, tanto para los actores políticos que lo tienen, como para los empresarios que lo compran. En esta relación es claro el sometimiento de la política a la economía. La hegemonía está en manos de quienes disponen del dinero para comprar poder. Los políticos que trafican con el poder están a su servicio.

La élite política, también poco visible, es el grupo que más poder concentra, y desde la obscuridad conduce la actividad de los partidos tradicionales y de todo el conjunto de organizaciones plegadas al poder económico interno y a la potencia hegemónica exterior. Su fortaleza reside en su grado de sometimiento y confiabilidad al servicio del capital y del desorden establecido.

Las características que a través de los partidos, líderes, funcionarios y organizaciones civiles muestra la élite política, incluye las siguientes: 1) posición retardataria; 2) dócil e incondicional postración ante el capital nacional, la política de la gran potencia y el capital transnacional; 3) autoritarismo con apariencia democrática; 4) intolerancia violenta frente a las diferencias; 5) desinterés por la sociedad hondureña; 6) ambición incontrolable; 7) carencia de visión política de mediano y largo plazo y, 8) proclividad al dinero fácil y la corrupción.

Con tales parámetros, es fácil para la élite política identificar a sus amigos y sus enemigos. Sobre esta base, su actitud es permisiva con los amigos e implacable con los enemigos.

V. LA REALIDAD QUE LAS ÉLITES
HAN CREADO

El actuar económico y político de las nuevas élites ha empeorado la condición económico social y política de las grandes mayorías populares. Su acción impacta de manera decisiva en la condición de pobreza y extrema pobreza, así como en el deslizamiento de la incipiente clase media, la ampliación de la brecha entre una muy reducida minoría cada vez más pequeña y más rica, y las mayorías en creciente pobreza. También la élite ha provocado el retroceso político, la ineficacia del Estado, el incremento de la corrupción y el narcogobierno, entre otros factores desencadenantes de la prolongada crisis multidimensional.

La condición más grave que el país enfrenta es que, con el modelo de absolutismo de mercado y pseudo democracia impuesto por las nuevas élites, Honduras se encuentra atrapada por una tendencia general destructiva de la sociedad, que condena a la nación a la miseria material, política y moral. 

Durante los años de transición democrática y abandono de la perspectiva reformista y desarrollista, se ha consolidado la tendencia a mantener y profundizar los retrocesos y la crisis multidimensional en que el país se debate. Las tendencias destructivas de la sociedad hondureña tienen una intensidad más aguda que en el resto de Centroamérica. 

Múltiples estudios y diagnósticos de dimensión centroamericana y nacional, incluyendo los realizados por instituciones externas, que se ubican más allá de cualquier duda sobre su imparcialidad, así lo evidencian. Entre tales estudios destacan los seis informes sobre el Estado de la Región (ERCA), auspiciados por el Consejo Nacional de Rectores de las universidades de Costa Rica. Los datos presentados en este apartado proceden del “Sexto Estado de la Región”, dado a conocer en 2021. Este confirma las tendencias identificadas en los cinco anteriores, que en apretada síntesis se muestran a continuación.

1. Crisis prolongada. La región cerró los primeros veinte años del siglo XXI sumida en la peor crisis de las últimas tres décadas. El desempeño en desarrollo humano durante el período 2015-2019 continuó siendo negativo. En el mismo período el desempeño económico tendió a ser cada vez más insatisfactorio. Honduras ocupa el segundo puesto en materia de PIB per cápita más bajo de la región; solo Nicaragua lo tiene menor. 

La importancia del sector externo de la economía decreció en relación con el PIB, disminuyendo la exportación de bienes y aumentando el desequilibrio comercial externo. Se mantiene la tendencia a la reducción de la inversión extranjera directa. En Centroamérica Honduras se ubica, a lo largo de muchos años, como un destino secundario para la inversión extranjera.

2. Precariedad laboral, migración y remesas. También se mantiene la tendencia al debilitamiento estructural del mercado de trabajo. Hay poca capacidad para generar empleo en cantidad y calidad suficientes para impulsar el desarrollo humano, manteniéndose la tendencia al aumento del desempleo. Junto a esta, también se mantiene la tendencia a las tasas de desempleo según sexo, con desventajas considerables para las mujeres. Igual, se mantienen las tasas de ingreso promedio entre hombres y mujeres, en perjuicio de ellas. 

Esto es una causa del aumento de la migración forzada. Con todos los perjuicios sociales que conlleva, la migración produce también un considerable volumen de remesas, que sostienen la economía de un alto porcentaje de familias pobres, además de ser la principal fuente de divisas y de dinamizar el comercio de bienes. 

Las remesas, junto con la elevada tributación de los pobres, que es mucho mayor que la tributación del gran capital, son los sostenes principales de la economía nacional y las finanzas públicas. 

Los datos evidencian que la economía nacional es sostenida, en lo fundamental, por los pobres, quienes, a pesar de ello, no son los principales beneficiarios de sus aportes al mercado y al Estado. Así, la acumulación de capital que realizan las élites proviene de la riqueza producida por los pobres. 

3. Tendencia al deterioro. Por otra parte, en condiciones de la corrupción imperante, dentro de la actividad estatal se mantiene la tendencia al deterioro. En materia fiscal la recaudación es baja y la evasión de impuestos es elevada; ello conduce al endeudamiento público para paliar los efectos de las crisis financieras internacionales y enfrentar los gastos, crecientes y altamente inflexibles. 

La combinación de mayor gasto público y estancamiento o leve aumento de los ingresos ha elevado el déficit fiscal, otra razón para recurrir al endeudamiento, cuyo aumento constituye una tendencia creciente. Además, el gasto público es de baja calidad. 

En materia de gasto social, lo que el Estado ejecuta es insuficiente para atender necesidades prioritarias como educación y salud, entre otras. Además, en los años que van del siglo XXI, el porcentaje dedicado al gasto social es cada vez menor respecto al resto de América Latina; ello es una tendencia que se incrementa; mientras que en 2005 el gasto social de los países sudamericanos era, en términos relativos, 1.9 veces mayor que el de Mesoamérica, en 2019 la brecha se amplió a 2.5 veces, con graves perjuicios para nuestra población; incluso en Centroamérica, la asignación de recursos al gasto social por habitante en Costa Rica y Panamá es tres veces superior al de Honduras. 

En cuanto a las condiciones de vida de la ciudadanía, los ingresos económicos son cada vez más desiguales: el 20% de la población que está en la cúspide de la pirámide económico-social, se apropia del 54% del total de los ingresos, mientras que el 20% de quienes están en el segmento más bajo de la pirámide, percibe el 4% del total de ingresos. 

En tales condiciones de desigualdad, el 64.7% de la población se ubica bajo la línea de pobreza, lo cual significa que carece de los ingresos mínimos necesarios para adquirir el conjunto de bienes y servicios básicos para su subsistencia. 

4. Retroceso de la democracia. En la vida política se experimenta un deterioro progresivo de la democracia. Aunque se mantiene la forma de democracia electoral, cobijadas bajo tal formalidad, aumentan las tendencias antidemocráticas.

Entre los retrocesos más decisivos que están erosionando la democracia se identifican los siguientes: 1) las persistentes irregularidades de los procesos electorales; 2) la debilidad del Estado de Derecho; 3) el aumento desproporcionado del gasto militar, en el contexto de débiles controles civiles. El gasto militar por habitante supera en 4.3 veces el gasto judicial, y la cantidad de efectivos militares aumentó en 52.2%; 4) la reducción de la protesta ciudadana, que parece condicionada por la reducción de espacios políticos. A ello se suma que el impulso integracionista muestra claras señas de agotamiento político.

Esta síntesis de datos, procedentes del sexto Informe Estado de la Región 2021, pone en evidencia las grandes tendencias y problemas, que se agudizan con el tiempo. Es claro el distanciamiento cada vez mayor entre el capital con sus estructuras políticas de apoyo, y los intereses y aspiraciones de la población. Las condiciones en que viven las mayorías y el deterioro de su calidad de vida importa cada vez menos a las élites económicas y políticas, que succionan para sí la gran mayoría de los ingresos. 

La historia reciente y sus datos más relevantes evidencian que las élites económicas y políticas operan exclusivamente en función de enriquecerse cada vez más y controlar el poder. De hecho, la porción de ingresos que se apropian es cada vez mayor, marcando una tendencia que hasta ahora es irreversible. 

Al actuar como clase para sí, la práctica económico-política de las élites es el despojo. Para las nuevas élites, como para la oligarquía tradicional, los sectores populares se limitan a ser la fuente de fuerza de trabajo barata y la clientela política para obtener y conservar el control del Estado. 

Las carencias populares también son pretextos que permiten a las élites asociarse con los gobiernos bajo condiciones de corrupción, para ejecutar proyectos que en teoría se dirigen a la población mayoritaria, pero que en su diseño y ejecución se orientan al beneficio, lícito e ilícito, de las referidas élites.

VI. EL PODER DISCRETO
DE LA ÉLITE PROFUNDA

El análisis del comportamiento de las élites permite asentar la hipótesis de que hay un nivel profundo, centralizado y poco perceptible que orienta la acción de las élites visibles. En el nivel profundo se concentran las grandes decisiones económicas y políticas. En este se establecen los objetivos y estrategias por los cuales conducirán el país.

La élite profunda orienta y aprovecha en su favor los más decisivos procesos en la nación. Es la fuente real de poder, que se ha hecho sentir desde mucho antes del inicio de la transición democrática. La élite profunda sienta las pautas fundamentales y toma las grandes decisiones, con base en las cuales son conducidos el Estado, la política y la economía. Poderosa e invisibilizada, la élite profunda mueve con efectividad y discreción los hilos del poder. 

Ella actúa y se expresa por interpósita mano. Lo hace a través de contingentes a su disposición, conocidos hoy como “operadores”. Estos son organizaciones y líderes empresariales, medios de comunicación, partidos políticos, militares, dirigentes de organizaciones civiles y religiosas, entre otros, quienes activan dentro de los límites demarcados por la élite profunda.

Con su poder, esta élite abre el espacio para que los operadores tomen y ejecuten las decisiones específicas, en cada coyuntura y en su área de acción. Los operadores se cuidan de no sobrepasar los límites que, de manera imperceptible, ha fijado el poder invisible de la élite profunda. 

De esta manera, los políticos parecieran ser quienes deciden la política y el sector privado en su conjunto, la economía. En apariencia, los medios de comunicación deciden en forma autónoma sus propias agendas, al igual que muchas organizaciones civiles deciden las suyas.

Los operadores políticos, económicos o sociales, en forma abierta detentan posiciones de conducción en sus propios espacios y, al decidir sobre lo que atañe a dichos espacios, u opinar sobre la vida pública, crean la sensación de que se trata de decisiones propias o autónomas. La minoría decisiva no aparece en el espacio visible, pero es quien ha establecido las pautas.

Esta élite profunda no parece ser un cuerpo organizado, sino una masa gelatinosa, con cierto grado de dispersión y en relativo relevo. Se trata de una muy reducida cúpula, en la cual participan poderosos empresarios y caudillos políticos, atentos siempre a las recomendaciones de la potencia hegemónica.

Por otra parte, la observación atenta al plano internacional posibilita pensar en acciones concertadas, más allá de declaraciones públicas. Lo que acontece en América Latina y Europa, respecto a la reasunción de posiciones de poder por parte de la extrema derecha, permite sospechar una acción internacional en común. 

El discurso con ideas y argumentos comunes, la estrategia con características similares en varios países, el reconocimiento de iguales adversarios y la cooperación entre organizaciones políticas y líderes de extrema derecha de diferentes países, más el potenciamiento internacional del movimiento conocido como “Nueva Derecha”, son razones para sospechar la existencia de una dimensión internacional de algo así como la élite profunda. Un proponente de la Nueva Derecha afirma que esta responde a los desafíos en el campo cultural, y que surge en el marco de “nuevos contextos, nuevas amenazas, nuevos adversarios, nuevas articulaciones políticas y nuevas estrategias”. 

VII. EL GOLPE DE ESTADO, UN PARTEAGUAS

El carácter antidemocrático e intolerante de la élite profunda y sus operadores fue puesto en evidencia en el golpe de Estado del 28 de junio de 2009. Tras 27 años de gobiernos sucesivos, electos por la ciudadanía —el período más largo de estabilidad democrática en la historia nacional— las élites apelaron a la fuerza para resolver conflictos políticos, a pesar de que ya existía el andamiaje institucional con solidez suficiente para dirimir conflictos en contextos deliberativos. 

Durante los meses de preparación del golpe, la ciudadanía, la academia y otros sectores jamás imaginaron que se estaba fraguando, pues se pensaba que esas prácticas eran cosas del pasado. Pero no fue así. La conciencia democrática de los políticos tradicionales, incluyendo a la élite del mismo partido de gobierno, sólo era un barniz.

En el golpe, la actitud antidemocrática de los políticos tradicionales, junto a empresarios, militares, policías, organizaciones sociales, iglesias y medios de comunicación, quedó muy por debajo de la conciencia ciudadana evidenciada por la mayoría de hondureños. La ciudadanía estuvo por encima de los políticos y sus aliados. La mayoría estuvo a favor de la democracia, contra la arbitrariedad autoritaria y en movilización contra el golpismo.

La inesperada reacción popular tuvo en las élites un efecto profundo y hasta ahora poco estudiado. Mostró que amplios sectores sociales no respaldaban a las élites y sus acciones de fuerza; que en la conciencia de amplios sectores ciudadanos se habían producido avances democráticos; que sentían la necesidad de cambios políticos, económicos y sociales. Eso significó que el control de las élites sobre la población y el Estado ya no estaba asegurado, que en adelante tendrían que pelearlo.

A las élites, acostumbradas a beneficiarse del sometimiento y la obediencia del pueblo, la rebelión del mismo les provocó temor. Por primera vez enfrentaron la real posibilidad de un futuro en el cual pudieran perder privilegios, riqueza y poder. Quizá esta ha sido la circunstancia en que se han sentido más amenazadas y, por tanto, atemorizadas.

El temor de las élites ha sido el verdadero parteaguas que significó el golpe de Estado. Este puso a las élites económicas y políticas a la defensiva, y el temor las llevó a articular mecanismos de defensa y prevención. Su gran desafío, a partir de entonces, es desarticular la amenaza popular.

En los 16 años transcurridos después del golpe, las élites han articulado y desde años atrás ejecutan su estrategia de defensa, centrada en desarticular la amenaza popular. Esta batalla es permanente y, aunque lejos de ser derrotada, la élite ha perdido terreno; así se evidenció primero con las masivas movilizaciones en resistencia, y luego con la victoria electoral del Partido Libre en 2021. 

En su estrategia defensiva, las élites practican el principio de que la mejor defensa es el ataque, y sus ataques son intensos y permanentes. Sin cuartel. Dos son los frentes desde los cuales atacan: 1) el ejercicio de la violencia contra personas, grupos y comunidades, y 2) la persuasión ideológica. Apelan a una u otra, o a ambas, conforme las circunstancias, pero nunca bajan la intensidad de ninguna. 

El uso de la violencia sanguinaria tiene el propósito, no logrado, de aterrorizar a la ciudadanía crítica para desmovilizarla y volverla a la condición originaria de sometimiento y silencio. Se ejerce contra personas, grupos y movimientos que se interponen en su camino a la apropiación ilegítima de bienes y recursos, o que desafían sus inveterados prejuicios sociales. Su uso se ha intensificado después del golpe de Estado. 

Este es el contexto del asesinato de ambientalistas, defensores de derechos humanos y de los territorios, luchadores campesinos y agraristas, mujeres, personas de la diversidad sexual, periodistas y activistas políticos con perspectiva crítica, entre otros. Tanto en los crímenes por defensa de privilegios, como en los crímenes de odio subyace un componente político, ligado a la defensa del desorden establecido.

La persuasión ideológica es el segundo componente de la estrategia de defensa que aplican las élites. Este segundo componente es tan decisivo como el primero.

VIII. LA DOMINACIÓN IDEOLÓGICA

Las clases hegemónicas tienen su manera propia de ver el mundo y de interpretar su realidad, diferente a como lo hacen las clases subalternas. La manera de ver y entender la realidad está influenciada por las condiciones económicas, políticas, sociales, culturales y ambientales en que se vive. 

Los intereses, necesidades, aspiraciones y cultura de una clase influirán, aunque no de manera mecánica ni total, en su perspectiva del mundo, de su sociedad y de sí misma. Habiendo siempre espacio para la subjetividad de cada cual, su pertenencia social le inducirá una manera de pensar y actuar, que tiende a ser determinante. 

El conjunto de ideas sobre la realidad que tienen las clases hegemónicas y sus élites tiende, desde sus orígenes, a convertirse en la ideología dominante. Esta adquiere tal condición cuando logra imponerse sobre otras maneras de ver el mundo, constituyéndose en la forma más generalizada de entender la realidad. Es impuesta de manera imperceptible a las mayorías populares. Tal imposición se va sucediendo por la acción de los aparatos ideológicos: el Estado, las leyes, las organizaciones políticas, las enseñanzas en el hogar, la escuela y la iglesia, los medios de comunicación y la cultura de masas. 

La ideología hegemónica tiene el propósito de legitimar y hacer ver como aceptables, e incluso naturales, las prácticas económicas, políticas y sociales de las clases dominantes y sus élites. Sus contenidos se orientan a persuadir de que se vive en “el mejor de los mundos posibles”. 

Para lograrlo, su discurso deja de coincidir con la realidad. Se vuelve necesario ajustar la realidad a la narrativa, y no al revés. Para ello, hay que omitir unos hechos, falsear otros, inventar nuevos y darle a unos más un énfasis y sentido contrario al que en realidad tienen. 

Así, la ideología dominante es una conciencia al revés, que no se corresponde con los hechos, con la historia. Es una visión sesgada, parcializada o deformada, construida para justificar las actuaciones de las clases, grupos y sectores de mayor poder. Entendida así, la ideología dominante es, como afirmaron Marx y Engels, una falsa conciencia sobre la realidad. 

La ideología o falsa conciencia equivale a una opinión general, o un conjunto de opiniones en favor de algo o en contra de su opuesto. Las opiniones son afirmaciones o negaciones que no han pasado por el rigor metodológico del pensamiento; esto es, que no han sido verificadas, pero que, no obstante, son creídas o tenidas como ciertas por una persona, un grupo o por amplios sectores sociales. 

Los filósofos griegos clásicos llamaron doxa al reino de la opinión, y la separaron radicalmente del conocimiento racional, al cual nombraron episteme. La filosofía y las ciencias sociales producen conocimientos, o episteme, que superan a la doxa u opinión. 

Al imponerse en la sociedad, la principal función de la ideología dominante es lograr que el mayor número de ciudadanos asuma como cierto, correcto y adecuado, el mundo tal como esta lo pinta.

Así, quienes calzan los anteojos de la ideología dominante aceptan sin cuestionar el desorden establecido, lo tienen por correcto, lo valoran como bueno, lo justifican y defienden. Vale aquí la metáfora del prisionero vejado en sus derechos, pero convertido en fanático defensor de la cárcel y sus carceleros.

IX. LA IDEOLOGÍA DOMINANTE
DESPUÉS DEL GOLPE

A la ciudadanía le sorprendió el golpe de Estado de 2009; fue un suceso inesperado para las grandes mayorías. Al mismo tiempo, las élites involucradas se sorprendieron, quizá en mayor magnitud, ante el imprevisto levantamiento popular en su contra. Nunca imaginaron una respuesta tan contundente, que las llevó a sentirse amenazadas en lo que más valoran: sus bienes y privilegios. 

A la sorpresa por la respuesta del pueblo siguió el temor y luego la estrategia de defensa, que desde el inicio se fundó en el ataque. En su ataque, lo ideológico ha sido para las élites un campo de batalla; la violencia represiva es el otro. Combinando ambas vías, han logrado mantener su hegemonía. 

Quizá nunca antes las élites nacionales habían otorgado tanta importancia a la lucha en el terreno ideológico, para que sus opiniones políticas y sociales fueran asumidas como propias por la mayoría de la población. Hoy saben que es decisivo lograr el asentimiento del mayor número posible de ciudadanos; ello significa ganar la batalla ideológica, triunfar en el terreno de las opiniones. Con ello saben que habrán dado un gran paso para ganar la guerra en que están enfrascadas.

En el terreno ideológico, las élites han articulado un conjunto de opiniones con pretensiones de verdad, con las cuales intentan envolver y controlar a la ciudadanía, contener la acción popular y asegurar la prolongación del statu quo. Para lograrlo, su arsenal ideológico incluye al menos tres tipos de opiniones: 

1) Las dirigidas a legitimar la continuidad nacional e internacional del capitalismo, con su tendencia al absolutismo del mercado, así como a la defensa del viejo mundo unipolar, frente a la multipolaridad emergente. 

2) Las orientadas a destruír la confianza ciudadana en el actual gobierno, en el partido de gobierno y, en general, en las perspectivas y propuestas progresistas y, 

3) Las que pretenden anular los avances democráticos de la ciudadanía y volver al tradicionalismo político.

El discurso actual de los líderes políticos de derecha y de extrema derecha, así como de algunos de los grandes empresarios, medios de comunicación y grupos y organizaciones no gubernamentales alineados con tales posiciones, entre otros, repite opiniones orientadas a legitimar la hegemonía del capitalismo en el mundo, en condiciones de absolutismo del mercado, y a atacar la multipolaridad emergente. Entre tales opiniones ideológicas, las más frecuentes y de necesaria mención son las siguientes:

1. El comunismo es el gran enemigo de la democracia y de la libertad. Es ateo y totalitario. Pretende expandirse por el mundo para instaurar dictaduras al servicio de las potencias comunistas. Hay que combatir al comunismo.

2. El discurso socialista y marxista es extemporáneo. No tiene nada que ofrecer. Se asfixió con la caída del Muro de Berlín, pero hoy quienes se han beneficiado del mismo tratan de imponerlo. No hay que permitir que las ideas que ya demostraron su error, se expandan en la sociedad.

3. El socialismo es el gran productor de pobreza y miseria en los países donde se ha impuesto. En América Latina los ejemplos son Cuba, Nicaragua y Venezuela. La izquierda en Honduras, con sus actuaciones, nos lleva a todos a la pobreza.

4. China, Rusia y los demás países que forman el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), junto con el Foro de Sao Paulo y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) pretenden explotarnos y destruirnos. Ante esa amenaza, nuestra solución es mantener la plena y única lealtad a los Estados Unidos.

Otras opiniones ideológicas que la derecha hondureña está usando se orientan a destruir la confianza ciudadana en el actual gobierno, en el partido de gobierno y, en general, en las propuestas progresistas. Por ejemplo: 

1. Todos los partidos y gobiernos son corruptos, ligados a la narcoactividad y despreocupados del pueblo; pero se enfatiza en que el actual gobierno y su partido son los que más. Por esta vía, y usando el rasero más bajo, se busca la imaginaria igualación de todos los gobiernos y partidos.

2. El gobierno y su partido pretenden alejar a Honduras de los Estados Unidos, nuestro gran benefactor, para entregarnos a China, el enemigo.

3. La declaratoria de inconstitucionalidad de la ley de las ZEDE es solo una justificación para perseguir a la oposición en una especie de cacería de brujas; además, se afirma que se trata tan solo de una narrativa mediática para que el partido de gobierno levante su imagen. Por esta vía, se minimizan acciones trascendentes en la recuperación de la soberanía nacional.

4. El gobierno y su partido no tienen interés en que se instale la Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad (CICIH) y, por eso, no se ha instalado.

5. El gobierno y su partido están destruyendo nuestra democracia de manera deliberada, pues ese es uno de sus objetivos.

6. Los movimientos sociales, ambientalistas y de derechos humanos de signo progresista son peligrosos. Son avanzadas comunistas, sembradores de anarquía para destruir la democracia.

7. El gobierno y su partido preparan un futuro siniestro para Honduras, con mucha pobreza y sin libertad para el pueblo, pero de abundante riqueza para su cúpula y allegados. Pretenden convertir a Honduras en una segunda Venezuela, miserable y sin libertades.

8. Los demócratas deben unirse contra el gobierno y su partido, para que no nos lleven a ser una segunda Venezuela.

9. El gobierno y su partido son enemigos de la inversión extranjera.

10. Los responsables de la falta de empleo son el gobierno y su partido, por ahuyentar la inversión extranjera.

11. El Foro de Sao Paulo manipula al gobierno y su partido para acabar con la libre empresa.

12. El partido de gobierno mantiene nexos con la narcoactividad.

13. El partido de gobierno está activando para quedarse en el poder por cualquier medio. El gobierno y su partido están preparando un gigantesco fraude en las próximas elecciones, a fin de quedarse en el poder.

Otras opiniones ideológicas emitidas para anular los avances democráticos y justificar el retorno al tradicionalismo político son, entre otras, las siguientes:

1. Las fuerzas de oposición son las únicas democráticas. 

2. La lucha que estas fuerzas libran es entre democracia y comunismo, o socialismo democrático.

3. Los partidos de oposición están fortaleciéndose, pues muchos dirigentes del partido de gobierno y los que fueron sus aliados, junto a la población que antes estuvo con ellos, hoy están decepcionados, reconociendo que los partidos de oposición son los salvadores de Honduras.

4. El Congreso Nacional hoy tiene mayoría democrática, ante el descenso del número de diputados del partido de gobierno. Sus propios diputados lo abandonaron, porque que se convencieron que iban al fracaso.

5. La oposición es la salvación para Honduras, y por eso ganará las próximas elecciones.

X. ESTRATEGIA Y TÁCTICAS DE LA OFENSIVA IDEOLÓGICA DE LAS ÉLITES

A partir de la ejecución de la ofensiva ideológica de las élites, se pueden inferir los siguientes objetivos estratégicos: 

1) Reducir el partido de gobierno a su mínima expresión. 

2) Anular los avances democráticos de la ciudadanía. 

3) Sepultar la conciencia de la necesidad de cambios políticos, económicos y sociales.

4) Recuperar el poder.

Para lograr estos objetivos, la estrategia de la oposición se cimenta, entre otras, en las siguientes tácticas:

1. Constituirse en el aliado confiable de la potencia hegemónica.

2. Dividir al adversario para vencer.

3. Estar preparada para usar la violencia y la fuerza, cuando así convenga. 

4. Acentuar la manipulación ideológica orientada sobre todo a sembrar el temor y la pérdida de confianza ciudadana en el gobierno y su partido.

Para inocular la ideología dominante en los cerebros de las mayorías, se apela a un amplio número de tácticas y recursos, como los siguientes:

1) Recurrir a las emociones, a las tradiciones y los elementos subjetivos o no racionales, a fin de que la ciudadanía no razone, sino que actúe de manera impulsiva y emocional.

2) Sembrar el miedo, tanto respecto a la amenaza violenta como al gobierno, su partido y, en sentido más amplio, respecto a los movimientos sociales y políticos de signo progresista.

3) Propiciar el olvido del pasado; desconocer la relación entre el pasado y el presente.

4) Descontextualizar los hechos, no verlos como parte de un proceso, y magnificarlos.

5) Especular sin límites.

6) Remover prejuicios y atavismos depositados en el pensamiento mítico y mágico subyacente en la sociedad.

7) Mentir y repetir de manera persistente una mentira, hasta que por cansancio o por no ejercitar la razón, la mentira llegue a ser aceptada como cierta. 

8) Manipular los hechos para construir argumentos falaces.

9) Simplismo en el discurso, clasificando a los sujetos sociales en buenos y malos, y auto asignándose siempre el papel de los buenos.

10) Responsabilizar al actual gobierno por problemas de larga data, originados en el pasado y con causas estructurales.

11) Invisibilizar los logros o avances.

12) Inmediatismo: ver los árboles, pero no el bosque.

13) Difundir sólo las malas noticias.

14) Hacer creer que la transformación de la sociedad es imposible; que la vida social es como es, y nadie la puede cambiar.

15) Catastrofismo: mañana sucederá un hecho siniestro; se va la inversión extranjera, le suspenden a Honduras toda la ayuda internacional, etc.

En cada una de estas tácticas se apela a un reducido número de potentes falacias formales, a las cuales se acude con gran frecuencia. Entre ellas: la generalización apresurada, la apelación a la autoridad, el llamado a la piedad y la falacia ad hominem.

En este complejo panorama, se plantea la siempre difícil tarea de dar cuenta de la irracionalidad desde la razón. Para acometer esta tarea, estimo pertinentes las siguientes recomendaciones, dirigidas a las universidades, organizaciones ciudadanas que trabajan en el área del pensamiento, y movimientos políticos que, en el proceso de transformación, conceden relevancia a la reforma del entendimiento. 

RECOMENDACIONES

1. Llevar a las personas a pensar de manera racional y crítica su presente real. (Esta es la gran propuesta del marxismo cultural de Antonio Gramsci).

2. Interpretar de manera sistemática, crítica y creativa la realidad desde la teoría social y su componente básico, el rigor metódico. Esta es una tarea clave, que implica liberar al pensamiento de las camisas de fuerza que le ha impuesto la omnipresencia de la ideología dominante. Por esta vía, las ciencias sociales y la filosofía contribuirán a superar la confusión impuesta por el pensamiento débil o por la ausencia de pensamiento.

3. Desarrollar en la ciudadanía el pensamiento sistemático, con sentido de totalidad, y una actitud crítica. Esto consiste sobre todo en: pensar por cuenta propia; practicar la observación minuciosa, el análisis o descomposición de la realidad, y la síntesis o reconstrucción de la misma y ver la realidad como un único proceso en permanente transformación.

4. Superar el inmediatismo inmovilizador en el que hoy tiende a caer el pensamiento.

5. Comprometerse con la verdad, con el conocimiento. Esta vía conduce a la libertad y la justicia.

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