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Suyapa G. Portillo Villeda**

No solo es el hecho de que eran cocineras con sus propios comedores lo que hace importantes a las patronas y a otras trabajadoras informales en las bananeras, sino que su trabajo no era regulado por la Compañía. Esta existencia, ignorada y sin supervisión, les facilitó mayor contacto con los obreros de las fincas, así como su participación en los hechos que condujeron hacia la gran huelga bananera de 1954.

Las patronas, a quienes se les conocía como mujeres que “cuidaban gente u hombres”, se dedicaban al negocio de vender comida a los trabajadores[1]. Eran cocineras, vendedoras de pan y, ocasionalmente, vendedoras de aguardiente en los campos bananeros de la Costa Norte de Honduras.

Las patronas no sólo alimentaban a los trabajadores para que laboraran en las fincas, sino que además “subsidiaban” a las compañías bananeras para que sus trabajadores pudieran hacer sus labores diarias, especialmente los días largos de corte o de cosecha. Me enfocaré en las oportunidades que tuvieron las patronas, que les facilitaron la libertad de apoyar la huelga de los trabajadores bananeros de 1954, aun cuando esto no les resultó tan lucrativo[2].

El trabajo de las patronas fue clave para el movimiento huelguístico de 1954; ellas tuvieron un rol importante en la vida diaria de los trabajadores y, con ellos, decidieron abandonar los campos durante la huelga. Más importante aún, es que ellas elaboraban los alimentos para los trabajadores en huelga, y también daban comida “de fiado” (al crédito) cuando el dinero y las donaciones de comida se acabaron en la larga huelga de los trabajadores de la Telay laStandard Fruit Company[3].

Un análisisinterseccional de las patronas (es decir, estudiar las estructuras de poder y opresión en que vivían y laboraban) en los campos bananeros, revela un nudo complejo de opresión e injusticia en sus vidas diarias y en sus relaciones con los trabajadores, con las compañías, el Estado y el movimiento huelguístico[4]. Aun así, lograron tener un espacio “mediador” entre los trabajadores y la Compañía, en la jerarquía de poder establecida. Las patronas subsidiaban a la Compañía al proveer alimentos y otros servicios a sus trabajadores a bajos costos, eran respetadas en los campos, y lograban existir sin el escrutinio de la Compañía.

Ellas se aliaron con los obreros en las fincas por varias razones. Primero, porque vivían fuera de la jerarquía establecida por la Compañía. Tenían un rol importante en la vida de los trabajadores, y a diario eran testigo de sus condiciones laborales (muchas tenían hijos, esposos y hermanos que trabajaban en las fincas bananeras). Segundo, su rol en las fincas les daba autonomía en su trabajo y en sus relaciones con los trabajadores, pues no estaban sujetas a las políticas de la Compañía. Finalmente, ejercían su poder e identidad como mujeres campeñas, en un sistema jerárquico y heteropatriarcal.

En su rol de campeñas y mujeres reafirmaron su pertenencia a la clase trabajadora y al movimiento huelguístico, aunque formalmente no eran trabajadoras de la Compañía. Coyunturalmente, su rol las ataba a la clase trabajadora, de su misma etnia y raza, aparte de que era su fuente de ingresos y sobrevivencia en los campos bananeros. Esta conjugación de roles de mujer mestiza, negra, o migrante salvadoreña[5], les ayudaba a sobrevivir porque las identificaba como trabajadoras que presenciaban las injusticias cometidas contra los campeños en las fincas.

Las campeñas: identidad interseccional de la clase trabajadora

Las patronas, a pesar de ser vendedoras de comida, pequeñas empresarias en la economía informal que surgió alrededor de las compañías bananeras, también se consideraban trabajadoras. Doña Casta Figueroa Portillo, quien trabajó en los campos de la Standard Fruit Company, explica que ella “sí [era trabajadora] en ese entonces, si no trabajaba no comía, ni comían mis hijos, tenía que trabajar”[6].

Tres factores incidieron en la identidad de la patrona, como mujer que residió en los campos bananeros junto a los trabajadores de las fincas (específicamente los del sector de agricultura): su identidad interseccional de campeña, su marginación de los debates de las sufragistas del período, y su papel como reproductora del rol social y político de la mujer campeña en la Costa Norte.

La campeña es una identidad en constante pro-ceso de construcción en la Costa Norte a mediados del siglo veinte y, sin duda, en el presente. Ser campeña en la década de 1950 refería a mujeres de varias etnias, regiones y hasta países, generaciones de clase trabajadora que tenían en común que vivían —porque migraron o crecieron— y laboraban en los campos bananeros. El lugar donde vivían, al lado de las mismas fincas, era fundamental para su identidad, al igual que su modo de vida. Doña Olimpia describió la segregación racial en la finca, señalando que:

Allí era la Zona Americana, allí solo vivían gringos. Allí no entraba nadie que no fuera gringo. Había un Club Americano y allí no entraba ningún pobre, ni indio, ni negro, ni nada [nadie][7].

En los campos bananeros, a pesar de la segregación racial y de clase impuesta por la Compañía, los y las campeñas se sentían libres, fuera de la mirada de jefes y mandadores. En los campos criaron a sus hijos e hicieron sus vidas. Los trabajadores, hombres y mujeres, se ingeniaron un modus vivendi afuera de los confines claustrofóbicos de la misma Compañía. Este nuevo espacio geográfico, como su identidad, nació de sus experiencias de vida, novedosas para esa época, de prácticas colectivas y del deseo de sobrevivir.

La economía informal de las cocineras, al igual que las lavanderas y las trabajadoras de casas, estaba fuera de los debates sobre el lugar de la mujer y de la moral que regía las relaciones de las mujeres de clase media en esa época en Honduras y en otros países centroamericanos[8]. Pero su género determinaba el tipo de trabajo que realizaban, sus roles en las fincas, sus ganancias y su identidad como personas trabajadoras, a la par de los trabajadores en las fincas.

Las interacciones entre las mujeres que “cuidaban” a los hombres y sus roles en las fincas, con las nociones culturales sobre los roles de las mujeres en el país, forzó una reorganización de esos roles en la Costa Norte. Esto dio como resultado una identidad colectiva de campeña/campeño, que interactuaba con raza y género, donde las mujeres podían coexistir en el espacio público de los hombres, porque la sobrevivencia de estos dependía del trabajo de las mujeres, de las actividades típicamente asociadas con ellas.

Las patronas estaban sujetas a roles normativos de género: ser buenas cocineras, buenas negociantes, dar buen servicio, ser buenas mujeres, buenas parejas y madres. Estas normas estaban en flujo constante, armándose y rearmándose, de acuerdo con las necesidades del trabajo, la geografía de los campos y las vidas de las mujeres. Por ejemplo, en las ciudades y pueblos se esperaba que una joven se casara formalmente por la Iglesia; pero las campeñas sostenían relaciones sin casarse, y muchas tuvieron varias parejas. Doña Olimpia recuerda que a veces no se casaban porque no tenían el dinero:

Habían [sic.] bastante[s] casamientos, la gente más pobre era la que menos se casaba, después yo miraba pasar de la Zona todos los meses las bodas allí con ese, era tamborito [procesión], desde allí donde era el Hotel Sula iban…[9].

Una informalidad que funcionaba

Un análisis superficial podría evidenciar que los trabajadores bananeros eran mujeriegos y machistas y que no querían casarse formalmente, o que gastaban todo su dinero; pero si profundizamos el análisis, es probable que esta informalidad le funcionaba a la patrona, quien podía optar por criar sola a sus hijos y/o tener otra pareja que le conviniera.

Como dice doña Olimpia, las relaciones con los hombres no siempre funcionaban: “no, no le funcionaba eso a uno ni nada no ve que solo ellos mandaban. Solo había mando para los hombres, para uno nada”[10]. Así, las observaciones de doña Olimpia apuntan a que las campeñas preferían su autonomía.

Las patronas, sus ayudantas y las lavanderas, entre otras trabajadoras en los campos bananeros, transitaban por los espacios públicos, estaban en contacto diario con los trabajadores, y esto contribuyó a que se convirtieran en aliadas del movimiento huelguístico. Los hombres, por su parte, valoraban su trabajo y pagaban mensualmente por la comida.

Así, al igual que el campesino que viajó a la Costa Norte, y vio cambiar su rol de campesino a uno de trabajador asalariado, la mujer cocinera pasó del trabajo doméstico al trabajo remunerado. Este nuevo rol le dio experiencia como pequeña empresaria y, así, muchas mujeres percibían ingresos que, a veces, eran más altos que los de sus parejas.

 En su nuevo rol como pequeñas empresarias, las patronas también se identificaban como trabajadoras en los campos. Doña Olimpia explica que antes de que existieran las empacadoras de banano “era mejor”, porque se trabajaba duro, pero el dinero que ganaba se lo podía quedar; su pareja le daba para la comida y el dinero que ella ganaba lo usaba para otras cosas, pues “él nunca dejó su obligación”[11].

Analizándolo más de cerca, la mujer estaba en una situación que le daba más oportunidad de transgredir los roles típicos: ser trabajadora informal le funcionaba. Cuando la Compañía instaló las empacadoras y comenzó a contratar mujeres, el control sobre su trabajo se convirtió en un principio importante de la Compañía y de los mismos hombres, sus parejas, lo que limitó el potencial de su agencia como mujeres.

Las patronas y la reproducción social de género y clase

Las campeñas del presente no salen de la nada, sino que han heredado de sus madres, abuelas y de otras mujeres, un rico legado de trabajo y lucha. En el texto Lo que hemos vivido: luchas de mujeres bananeras[12], las mujeres empacadoras relatan su trayecto en el Sindicato de Trabajadores de la Tela Railroad Company (SITRATERCO) y el trabajo del Comité Femenino del sindicato.

Los testimonios de Emilia, Antonia, Carmen y Luisa, evidencian la reproducción social de sus roles como mujeres, pero también la reproducción de la clase trabajadora, su lucha y sobrevivencia. Carmen explica:

En la huelga del 54 se luchó por mejores salarios, vivienda justa, salud, educación, mejores condiciones de trabajo y en los actuales momentos la lucha es más grande, porque no vamos a dejar que desaparezca nuestro Contrato Colectivo de Trabajo (ASPL, 2003: 117).

Carmen era líder del SITRATERCO en la década de 1980, cuando el sindicato era un espacio controlado por hombres. Luego de mucha lucha, incluyendo luchas con su esposo, logró entrar como trabajadora; se esforzó para ser buena trabajadora y, cuando pudo, se afilió al sindicato.

Emilia, por su parte, revela en su testimonio que las campeñas tuvieron un importante papel en la historia, y en la huelga del 54 en particular:

La participación femenina ha sido muy importante a lo largo de la historia sindical. Desde las primeras luchas en 1954 se destacaron mujeres haciendo piquetes de mujeres, también en mantener la disciplina en las cocinas donde hacían la comida para todos los huelguistas, armadas de palos […] [T]enían una jefa que era la compañera Mélida López, apodada La Negra de Progreso, pero también la compañera Emilia Hernández, apodada La Rápida, por moverse con rapidez hacia todas partes como mensajera. La Rápida se vestía como embarazada para esconder la información (ASPL, 2003: 84).

El espíritu de lucha y los deseos de trabajar, de ser buenas trabajadoras, de ganarse la vida, de cuidar las conquistas laborales por medio del trabajo colectivo, es evidente en ellas como lo fue en sus madres, de quienes heredaron la inspiración para trabajar. Para Emilia, esto se refleja en que “mis sueños eran parecidos a los de mi madre y mis hermanos, yo soñaba con trabajar primero y después casarme…” (ASPL, 2003: 79).

Iris Munguía, líder del sindicato y del Comité Femenino a nivel internacional, expresa que las luchas de su madre, doña Olimpia, entre otras mujeres, propiciaron una práctica de independencia financiera, pragmática y emocional en las mujeres de la Costa Norte:

 Ese tipo de trabajo que hacían las campeñas les dio la oportunidad de ir aprendiendo a ser más independientes ya que contaban con sus propios recursos que les da[ba] independencia a las mujeres, no se sentían que dependían del salario del marido como un todo, sentía que ellas también aportaban a la economía del hogar por eso miramos reflejado que la unión libre para ellas era normal y si sus compañeros no les funcionaban buscaban a otro o se sometían a criar a sus hijos/as solas[13].

La explotación laboral desarrolló conciencia en las mujeres y deseos de organizarse, no solo por sus derechos como trabajadoras de la Compañía, sino por su integración al mundo masculino del sindicato. Esta lucha las empoderó y las sigue empoderando para ser líderes y voceras de sus derechos, y también agentes de cambio en sus propias vidas.

La historia de las patronas es un antecedente histórico de trabajo y lucha importante para las nuevas generaciones, porque sitúa a la mujer como trabajadora en la Costa Norte mucho antes del establecimiento de las empacadoras en 1962; ello demuestra la reproducción de género y trabajo en estas nuevas luchadoras, quienes confrontan nuevas circunstancias y necesidades para forjar su futuro.

Conclusión

No solo es el hecho de que eran cocineras con sus propios comedores lo que hace importantes a las patronas y a otras trabajadoras informales en las bananeras, sino el hecho de que su trabajo no era regulado por la Compañía. Esta existencia, ignorada y sin supervisión, les facilitó mayor contacto con las vidas de los trabajadores de las fincas. Así, las patronas se vincularon con las luchas de los obreros, especialmente en los hechos que condujeron hacia la gran huelga de 1954, desde el momento de su organización hasta la huelga misma.

Por medio de las patronas vemos la existencia de la clase trabajadora, de las mujeres en particular, su rol en el trabajo de las bananeras y la identidad interseccional de las campeñas. La mujer trabajadora no ha sido sujeto de estudios sobre las bananeras, y su rol siempre ha sido aceptado como secundario (o simplemente no se ha reconocido) en el desarrollo del movimiento laboral bananero y nacional. Las patronas apoyaron la huelga de 1954, pero los pocos estudios históricos que las recuerdan las analizan como apoyo suplementario y no como un grupo integrado al esfuerzo huelguístico.

Doña Olimpia recuerda que sus familiares apoyaron la huelga porque ganaban muy poco, y el movimiento huelguístico prometió mejores salarios:

Yo no tenía familia… tenía familiares que trabajaban en la Tela, sí tenía los hijos de mi abuela, mis tíos, no trabajaban en la finca, pero sí trabajaban en la Tela. Sabe en qué trabajaban, en la maderera de allá de Búfalo, [allí] trabajaban ellos. Es que ganaban muy poco y allí les ofrecían que iban a ganar más, decían que iban a ganar más, entonces era lo que uno quería[14].

Doña Olimpia vivía con su abuela, lavando ropa ajena. Un poco antes de la huelga fue despedida de la casa de un capitán de finca donde trabajó varios años. Al ser despedida sin prestaciones, se vio sin recursos y sin acceso a los beneficios del movimiento huelguístico, al cual apoyó fielmente, sin tener justicia para ella misma.

Las patronas abrieron espacios para otras mujeres en la industria bananera, que llegaban a trabajar en la venta de comida, pan o aguardiente, lavando ropa, cuidando niños, limpiando casas o vendiendo ropa y tiliches durante los días de pago. En muchos casos, las oportunidades eran más ventajosas que casarse con un obrero bananero o las disponibles en los pueblos de la economía campesina.

Doña Olimpia solo guardó un periódico de la huelga, que se desintegró, “… un periódico alzado de la huelga del 54, pero yo no sé quién me lo despedazó”[15]. Sin embargo, ningún periódico de la época pudo haber contado la historia de vida, trabajo y lucha en los campos bananeros como lo hizo doña Olimpia con las palabras lúcidas de sus recuerdos, mientras freía pollo en tajadas para el almuerzo de sus nietos.

La resistencia diaria de las patronas durante la huelga forjó un espacio para la resistencia de las mujeres en la Costa Norte, donde ahora vemos su liderazgo en las luchas laborales contemporáneas.

Testimonios Orales

Asociación de Servicios de Promoción Laboral (ASPL), Lo que hemos vivido: luchas de mujeres bananeras, San José, Costa Rica: Asociación de Servicios de Promoción Laboral, 2003.

Adela Chávez. Entrevistada en La Lima, Cortés, 6 de febrero, 2006.

Casta Figueroa Portillo. Entrevistada en El Carril, Olanchito, Yoro, 13 de agosto, 2006.

Daniel Madrid Guevara. Entrevistado en La Lima, Cortés, 5 de febrero, 2006.

Edelmira Olimpia Figueroa. Entrevistada en La Lima, Cortés, 15 de febrero, 2006.

Francisco Amerto Lagos. Entrevistado en La Lima, Cortés, 6 de febrero, 2006.

Iris Munguía. Entrevistada en La Lima, Cortés, 15 de febrero, 2006 y 2018.

Sylvia Robleda. Entrevistada en San Pedro Sula, Cortés, 4 de julio, 2004.


*       Dedicado a la memoria de Olimpia Edel-mira Figueroa, y a su hija Iris Munguía. Este artículo se basa en el libro Roots of Resistance: A Story of Gender, Race, and Labor on the North Coast of Honduras (University of Texas Press, 2021).

**     Doctora en Historia y Estudios Latinos/as y Chicanos/as, docente en Pitzer College, Los Ángeles, California.

[1]        Para una discusión extensa sobre las patronas y el rol de las mujeres en los campos bananeros y la huelga de 1954, véase: Portillo Villeda, 2011 y 2021.

[2]        Adela Chávez, entrevistada por la autora en La Lima, Cortés, 6 de febrero 2006. En adelante, todas las entrevistas citadas fueron realizadas por la autora.

[3]        Sylvia Robleda, entrevistada en San Pedro Sula, Cortés, 4 de julio 2004; Adela Chávez, entrevistada en La Lima, 6 de febrero 2006.

[4]        La Interseccionalidad se refiere a la discriminación estructural de la mujer por tener múltiples identidades, ya sea su género, raza/etnia, clase social y sexualidad. Véase las teóricas feministas e iniciadoras de la teoría y la praxis de la interseccionalidad: Lorde, Audre, Sister Outsider: Essays & Speeches, Freedom, California: The Crossing Press, 1984; Crenshaw, Kimberle. Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics, University of Chicago Legal Forum, 1989, pp. 139-168.

[5]        A mediados del siglo veinte había una migración robusta de salvadoreños y salvadoreñas, que llegaban en busca de trabajo a la Costa Norte. Barahona, M., Honduras en el siglo XX. Una síntesis histórica (Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 2005).

[6]        Casta Figueroa Portillo, entrevistada en El Carril, Olanchito, Yoro, 13 de agosto 2006.

[7]        Olimpia Edelmira Figueroa, entrevistada en La Lima, Cortés, 15 de febrero 2006.

[8]        Villars, Rina, Para la casa más que para el mundo: Sufragismo y Feminismo en la Historia de Honduras (Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 2001); Rodríguez, Eugenia, Un siglo de luchas femeninas en América Latina, San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002; Victoria Gonzalez-Rivera, Before the Revolution: Women’s Rights and Right-Wing Politics in Nicaragua, 1821-1979 (Pennsylvania: Pennsylvania State University Press, 2011).

[9]        Olimpia Edelmira Figueroa, entrevistada en La Lima, Cortés, 15 de febrero 2006.

[10]      Ídem.

[11]      Ídem.

[12]      Lo que hemos vivido: luchas de mujeres bananeras (ASPL, 2003).

[13]      Iris Munguía, comunicación por correo electrónico con la autora, 20 de enero, 2014.

[14]      Olimpia Edelmira Figueroa, entrevistada por la autora, La Lima, Cortés, 15 de febrero 2006.

[15]      Ídem.

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