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Ramón Romero*

Ser cristiano es ser revolucionario.

Padre Guadalupe

UN PÁRRAFO DE INTRODUCCIÓN

Este ensayo, elaborado cuarenta años después del asesinato del Padre Guadalupe, ha sido escrito desde la admiración y el cariño que siento hacia su persona, el mejor ser humano que he conocido. Ello me obliga a ser coherente y veraz en lo que aquí se afirme. Expongo, en apretada síntesis, sobre el contexto en que el Padre Guadalupe actuó, algunos rasgos de su vida, ideas fundantes de su acción y referencias a su compromiso con Honduras. Mis interpretaciones e inferencias han tenido como base sus propios escritos[1]. Deduzco, además, ideales y razones del Padre Guadalupe, que en la tercera década del siglo XXI y en el porvenir pueden orientar a “los condenados de la tierra”[2] en su propia forja como constructores de una sociedad de justicia y paz.

1 UNA ÉPOCA DE CAMBIOS: EL MUNDO EN LOS AÑOS DE SACERDOCIO DEL PADRE GUADALUPE

Contexto internacional y de América Latina

El fin de la Segunda Guerra Mundial marcó el inicio de una nueva época. No es una época triunfal, como se pretendió desde la óptica de las metrópolis; aunque sí ha sido época de mucho oro para las potencias capitalistas. Desde el enfoque de los pueblos, en esta época se conjugan luchas, esperanzas y frustraciones; algunos avances y muchas derrotas; grandes sacrificios y derramamientos de sangre; pobrezas y miserias crecientes.

Durante esos años se percibió que el socialismo avanzaba y el mundo se encaminaba a la coexistencia conflictiva entre países capitalistas y nuevos países socialistas[3]. Cualquiera sea la percepción asumida, ningún movimiento social o político desconoció que se vivía una etapa preñada de cambios profundos.

El espíritu de la época, que impregnó a las mayorías en el mundo entero, era la transformación social. Para los revolucionarios, el socialismo parecía estar muy cercano; para muchos, su advenimiento era entendido como una consecuencia inevitable del capitalismo, mientras que para otros, era una creación heroica, posible pero no inevitable[4].

Tanto en los países capitalistas hegemónicos, como en los periféricos, se produjeron fuertes movimientos que por diversas vías cuestionaron la guerra, miseria, opresión, discriminación, injusticia y represión imperantes. Se universalizó la protesta y la acción revolucionaria.

En la América Latina de esos años, fue abriéndose paso una conciencia colectiva sobre la necesidad de transformar nuestras sociedades tradicionales o “atrasadas”. Esta conciencia transformadora se expresó por dos vías, contradictorias entre sí: la vía revolucionaria y la reformista.

Desde una perspectiva revolucionaria el pensamiento latinoamericano, la filosofía crítica y las ciencias sociales de esta región, en cercanía con la teoría marxista y los movimientos políticos de izquierda, mostraron que las condiciones de subdesarrollo que padecemos son causadas por la explotación capitalista imperial a que estamos sometidos. En consecuencia, mientras no se rompan las estructuras del capitalismo dependiente, que nos atan a la metrópoli, la pobreza, la opresión y la explotación de nuestros pueblos serán cada vez mayores.

Como reacción contra la perspectiva revolucionaria, desde las metrópolis capitalistas se indujo una propuesta reformista, desarrollista y modernizante. Según esta, la solución para nuestros pueblos está en tomar como modelo para el desarrollo nacional el camino de la modernización, seguido por los países industrializados y poderosos, y crecer bajo su tutela.

La perspectiva revolucionaria confrontó al desarrollismo reformista y modernizante, argumentando que este ofrece cambios limitados y cosméticos, para que en lo esencial nada cambie. Sin embargo, aquella propuesta desarrollista resultó atractiva para las nacientes burguesías industriales, los partidos de derecha moderada, las clases medias que se percibían en ascenso social, la Iglesia y diversos sectores ciudadanos, incluyendo fracciones de obreros y campesinos. El reformismo desarrollista resultaba sugestivo para estos sectores porque, además de ofrecer estabilidad y progreso, traía consigo el beneplácito de la potencia hegemónica y una rica cartera de préstamos internacionales para financiar planes y proyectos de desarrollo.

Sin embargo, tanto los cambios reformistas, como los revolucionarios, encontraron en América Latina –en aquellos años, como en nuestros días– la radical oposición de las oligarquías y sus instrumentos de poder. Los oligarcas, surgidos como terratenientes tradicionales durante la colonia española, por siglos han sido la fuerza económico-política hegemónica, refractaria a los cambios y principal responsable del subdesarrollo imperante. Desde su origen han estado instalados en estructuras patriarcales, ejerciendo desde ellas una influencia decisiva sobre el Estado y la sociedad.

Su patriarcado les ha posibilitado controlar el poder político e ideológico. Han manipulado instituciones clave, como partidos políticos y ejércitos nacionales. Aliados con las iglesias han establecido los cánones en materia de ideas, imponiendo maneras de pensar y normas de moral. En su esencia, no solo se expresan como opositores radicales a todo tipo de cambio; en la práctica han usado de los poderes a su disposición, incluyendo la violencia, para disuadir, reprimir y desarticular los proyectos de transformación nacional.

La oligarquía tradicional latinoamericana, y de manera particular en Centroamérica, ha respondido con complacencia y sometimiento a los requerimientos neocoloniales que, desde la segunda mitad del siglo XIX, empresas y gobiernos de los Estados Unidos han formulado ante nuestros gobiernos. Su sometimiento al capital extranjero y transnacional ha profundizado la condición capitalista dependiente y periférica en que nuestros países se encuentran. Además, ello ha conducido a que los gobiernos de los Estados Unidos y sus servidores, las oligarquías nacionales, fueran las fuerzas que bloquean las transformaciones revolucionarias impulsadas por sectores populares, partidos progresistas e intelectuales orgánicos de la transformación social.

Desde la década de 1950, en Centroamérica se intensificó el conflicto político y social. La confrontación entre organizaciones de signo popular, con tendencias de izquierda, contra las oligarquías nacionales y sus órganos de apoyo, sometidas al gobierno de los Estados Unidos y a sus inversionistas privados, es decisiva.

Los referidos defensores del desorden establecido –que son sus grandes beneficiarios–, constituyen el bloque de extrema derecha. Esas son las fuerzas que han enfrentado los revolucionarios de Nuestra América[5]. Las luchas de liberación nacional y transformación revolucionaria se han forjado en este contexto.

2 La Iglesia en los años del Padre Guadalupe

A través de la historia, las funciones políticas predominantes de la Iglesia han estado ligadas a la defensa del statu quo. Sus funciones institucionales se han ejecutado en concordancia con el poder político y económico, actuando como aliada de estos, partícipe de sus beneficios y, con ello, legitimadora de la realidad existente. Sin embargo, nunca han cesado las voces en su propio seno, que apuntan en otras direcciones y se solidarizan con los pueblos y sus luchas[6].

En el siglo XX, el espíritu de transformación que informó a la segunda postguerra mundial no fue extraño a la Iglesia. Esta, con la experiencia acumulada al ser la única institución que se ha mantenido vigente por tan largo tiempo, se vio desafiada por los aires de renovación, aceptando el reto de repensar el papel de una institución dos veces milenaria.

Temprano en el siglo XX surgieron en Europa pensadores de profundo acervo teológico, filosófico, científico y social, que proclamaron la necesidad de que la Iglesia esté en diálogo abierto con las ciencias y al servicio de los pobres. Destacan entre estos, los jesuitas Theilhard de Chardin y Louis Joseph Lebret.

El Concilio Vaticano Segundo, en cuyos documentos sobre la transformación económico-social y política contribuyó el Padre Lebret, es el intento universal más reciente –no el único– de reforma de la Iglesia que, entre otras cosas, se orienta a modificar su misión social. La pobreza, la opresión y la explotación en que viven las grandes mayorías en el planeta entero son interpretadas como graves problemas a los que la institución eclesial no puede ser indiferente.

Este Concilio –que se inició en 1962 y terminó en 1965–, proclamó la necesidad de cambiar las estructuras económico-sociales y político-culturales en que la humanidad vive. Un punto de partida en el Concilio es el reconocimiento de que “Nunca tuvo el género humano tanta abundancia de riquezas, posibilidades y capacidad económica, y sin embargo, todavía una parte grandísima de la población mundial se ve afligida por el hambre y la miseria, y es incontable el número de analfabetos”[7]. Sobre esta base hace un llamado:

Las instituciones humanas, públicas y privadas, esfuércense por servir de ayuda a la dignidad y al fin del hombre, luchando contra cualquier forma de esclavitud social o política y procurando conservar los derechos fundamentales del hombre bajo cualquier régimen político[8].

Afirma luego que al ser humano corresponde “… establecer un orden político, social y económico que esté cada vez más al servicio del hombre y le ayude como individuo y como grupo a afirmar y cultivar la dignidad que le es propia”[9]. Señala que “Creyentes y no creyentes están, por lo general, de acuerdo en que todo lo que existe en la tierra se ha de ordenar hacia el hombre como hacia su centro y culminación”[10]. Indica que “La iglesia… reconoce sinceramente que todos los hombres, sean o no creyentes, deben habitar en común un mismo mundo, y que todos deben colaborar en su debida edificación. Lo cual, ciertamente, no se podrá hacer sin un sincero y prudente diálogo”[11]. Sobre la economía proclama que

… la finalidad fundamental de la producción no es el mero incremento de los productos, ni el lucro ni el poder, sino el servicio del hombre: del hombre integral, teniendo en cuenta el orden de sus necesidades materiales y de sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas: del hombre… cualquiera que sea, como de cualquier grupo de hombres, sin distinción de raza o continente. Así, pues, la actividad económica se ha de ejercer según su método y sus leyes propias, dentro de los límites del orden moral…[12].

“Para responder a las exigencias de la justicia y la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles en orden a que dentro del respeto a los derechos de las personas y del carácter propio de cada pueblo, se hagan desaparecer cuanto antes las enormes diferencias económicas que hoy existen y que cada día se agravan, unidas a una discriminación individual y social”[13].

“Convénzanse los cristianos de que, al tomar parte activa en el movimiento económico y social de su tiempo y luchar por una mayor justicia y caridad, pueden hacer mucho por el bienestar de la humanidad y la salvación del mundo… de modo que su entera vida, tanto individual como social, esté impregnada por el espíritu de las bienaventuranzas, y, en particular, del espíritu de pobreza”[14].

Tres años después de concluido el Concilio Vaticano II, se celebró la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Medellín, Colombia, en 1968, que profundizó la línea del Concilio. En el documento de Justicia y Paz de dicha Conferencia se declara que en América Latina la pobreza y la opresión de las mayorías obedecen a razones estructurales; ello implica que no se trata de situaciones coyunturales ni caben las explicaciones superficiales, según las cuales la pobreza es culpa de los propios pobres y no de otros agentes económico-políticos. La sociedad –se sostiene en el documento– está estructurada de manera que las mayorías padecen explotación, miseria, violencia y opresión debido a la persistencia de un orden en que las minorías se enriquecen y benefician con el producto del trabajo colectivo.

En el espíritu de este documento y en el de la Declaración Final de la Conferencia se asume que es responsabilidad de los cristianos denunciar las injusticias y trabajar en favor de la justicia, como vía para lograr la paz y la convivencia auténtica entre los seres humanos. Entre sus propuestas se invita a los cristianos a orientar su acción política y social aplicando el método de ver, juzgar y actuar.

El Vaticano II y la Conferencia de Medellín constituyen un signo de los tiempos. En su proceso se evidencia que las ideas tienen consecuencias. De ellas se pasa a la acción, y luego la propia acción posibilita la profundización y ampliación de las ideas, en una articulación de la que da cuenta la dialéctica.

Muchos cristianos de América Latina trabajando en favor de los pobres durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, exploraron nuevas vías para hacer más efectiva su acción: el acercamiento entre teología y ciencias sociales, el diálogo entre cristianos y marxistas y la incorporación a la lucha revolucionaria fueron resultado de la acción en esas décadas.

Un antecedente en América Latina, sobre el involucramiento de los cristianos en la lucha revolucionaria, está constituido por las ideas y la praxis del cristiano-marxista peruano José Carlos Mariátegui, durante la década de 1920[15]. El pensamiento original de Mariátegui ha inspirado a teólogos de la liberación como Gustavo Gutiérrez, científicos sociales como los teóricos de la dependencia y revolucionarios marxistas de Nuestra América.

Una figura emblemática del espíritu de la época, en la década de 1960, fue el sacerdote colombiano Camilo Torres, sociólogo y profesor universitario. Camilo, por su compromiso con los pobres, se unió a la lucha revolucionaria del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y cayó en combate contra el ejército regular de Colombia, en 1966. La izquierda cristiana en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular (1969-1973) y luego en resistencia contra el golpe de Estado de Pinochet, es otro de los muchos y valiosísimos testimonios de los cristianos involucrados en las luchas revolucionarias de Nuestra América.

En ese contexto, un resultado de la toma de posición de la Iglesia en los asuntos sociales y del compromiso de los cristianos con la transformación de la sociedad, fue la Teología de la Liberación. Esta formulación intelectual parte de la praxis del pueblo cristiano en las comunidades cristianas de base, el movimiento de celebración de la palabra y otros movimientos populares, más la interpretación del evangelio a la luz de los documentos antes referidos, que emergió en las décadas de 1960 y 1970. La Teología de la Liberación responde a la necesidad de dar cuenta, en términos teológicos, de la acción eclesial que ha optado por los pobres.

Esta Teología resultó de al menos dos fuentes: por una parte, la exégesis evangélica de las realidades de Nuestra América, experimentadas de manera directa por hombres y mujeres de iglesia acompañando a los pobres y, por otra parte, las interpretaciones que de esas realidades han formulado las ciencias sociales y la filosofía crítica. Teólogos como los obispos Helder Cámara, Leónidas Proaño, Pedro Casaldáliga, Sergio Méndez Arceo, los sacerdotes Gustavo Gutiérrez, Julio Girardi, Harvey Cox, Jon Sobrino, Leonardo Boff, y los laicos Franz Hinkelammert, Hugo Assman, Pablo Richard, entre otros, forjaron esa línea de pensamiento latinoamericano.

El vínculo entre la fe y la acción política popular propuesto desde la Teología de la Liberación, que abre nuevos espacios al compromiso social y político de los cristianos en favor de la justicia, la equidad y la libertad política, ha sido adversado por los defensores del desorden establecido. En mayo de 1980 el escrito conocido como “Documento de Santa Fe I”, preparado por un grupo de expertos estadounidenses de extrema derecha para orientar la acción hacia América Latina del gobierno del presidente Ronald Reagan, que estaba por iniciarse, hace referencia a la Teología de la Liberación como una doctrina subversiva.

Por la misma época, dentro de la alta jerarquía conservadora de la Iglesia, a partir del papado de Juan Pablo II, se inició una reacción adversa y deslegitimadora de la Teología de la Liberación, que también pretendió arrasar con los avances de Medellín y enfriar los aportes del Vaticano II. Esta embestida de la derecha eclesial se ha mantenido a lo largo de más de cuarenta años, pero no ha logrado en plenitud sus resultados esperados.

Desde la perspectiva teológico-liberadora, la teología es un espacio más de la lucha que se libra entre las tendencias a la deshumanización y las que se orientan a la liberación de las mayorías respecto a las condiciones que le impiden vivir en mayor plenitud y con genuino sentido cristiano.

Cuando el Padre Guadalupe inició su misión sacerdotal en Honduras, en 1962, el contexto económico-social, político y aun religioso, estaba signado por la lucha entre posiciones y fuerzas antagónicas. Su opción previa en favor de los pobres fue abonada con las ideas y la praxis revolucionaria. Estando en estas tierras, ya unido con los pobres, en especial los campesinos, estuvo atento al Concilio Vaticano II, a la Conferencia Episcopal de Medellín y, sobre todo, a la Teología de la Liberación, con la cual se identificó en plenitud.

4. Una vida de entrega solidaria

Un hombre como el Padre Guadalupe, cuya entrega lo llevó a ofrendar su vida a la causa de la liberación de los pobres, deja valiosísimos legados para quienes nada humano les es extraño y para los nuevos luchadores. Lega orientaciones, conocimientos y ejemplos; aportes en terrenos como la moral revolucionaria y la fe religiosa, junto con abundante interpretación crítica de la realidad económico-social, política y eclesial en que vivió. Lo que dijo lo respaldó con su vida.

Consciente de que su sacrificio se aproximaba, dos o tres años antes de ser asesinado empezó a construir un preciado legado suyo: su autobiografía, escrita con el propósito de contribuir a la formación de la conciencia y la praxis liberadora de nuevos revolucionarios[16]. No se trata de una simple relación de hechos, ni de una exaltación de su vida. Es una obra escrita con gran honestidad y profunda modestia, sin veleidades ni pretensiones de ningún tipo, que evidencia la coherencia del autor entre lo que cree, lo que piensa, lo que expresa y lo que hace. En ella es un implacable crítico de sí mismo.

Su autobiografía expone cómo evolucionó, de ser un joven norteamericano de clase media, con cultura burguesa, hasta transformarse en un revolucionario hondureño que lucha por los derechos humanos, contra la explotación, asesorando y siendo líder de masas campesinas y trabajadoras de Honduras.

El Padre Guadalupe entendió su propio proceso de transformación como la metamorfosis de una mariposa, que pasa la mitad de su vida en un huevo, siendo un gusano, evoluciona a una oruga, esta construye su capullo, en el que se envuelve, permaneciendo dentro e inmóvil por largo tiempo, como si durmiera, pero está transformándose en una mariposa que rompe el capullo en que ha permanecido prisionera, habiendo desarrollado sus alas de lindos colores, con las que vuela hacia una nueva vida en plena libertad[17]. En su texto, expresa la esperanza de que sus memorias sirvan como un instrumento en la metamorfosis de otros revolucionarios[18].

En él muestra su camino para contribuir a la liberación de la humanidad, centrado en la fe en Dios, el amor a los seres humanos y su compromiso con los pobres, con quienes compartió su vida. Con su libro continúa hoy orientando a los condenados de la tierra y a quienes son solidarios con ellos.

El Padre Guadalupe nació en la ciudad de Chicago, Estados Unidos de América, el 24 de octubre de 1924, en un hogar muy católico, de clase media. Fue bautizado como James Francis Carney Hanley. Desde niño fue devoto católico y deportista. Su padre era agente de ventas de máquinas de oficina y por su trabajo cambiaba de sede con frecuencia, llevando a su familia a vivir en varias ciudades del medio oeste de los Estados Unidos, incluyendo Toledo y Cleveland, en el estado de Ohio, y Saint Louis, en Missouri. En esta última, en 1942, terminó la escuela secundaria, en un colegio jesuita. En aquel colegio había iniciado su rebeldía, que sería parte suya por el resto de su vida.

Comenzó a ser un rebelde contra la educación recibida en la escuela secundaria, que inculcaba aspiraciones y costumbres propias del “gringo burgués”[19], induciendo a los jóvenes a pertenecer a la alta sociedad. Los orígenes de su rebeldía tuvieron que ver con que el medio escolar y el ambiente social provocaban grandes e innecesarios gastos en cosas superfluas.

En esta temprana rebeldía había ya un sentimiento en ciernes contra la discriminación y en favor de la austeridad en el uso de los recursos. Mostró su inconformidad con que las escuelas jesuitas en esos años fueran caras y orientadas a los ricos, bajo el argumento de que la acción educativa jesuita procuraba dar formación cristiana a los futuros líderes de los Estados Unidos[20].

En el mismo año de 1942 trabajó como ayudante en un camión, vendiendo hielo en los barrios pobres, e inició estudios de ingeniería en Saint Louis University, una universidad jesuita; cada semestre tomó cursos de filosofía, por interés propio.

Estados Unidos entró en guerra contra Japón en diciembre de 1941, después del ataque a Pearl Harbor, y la guerra contra Hitler y Mussolini la inició en octubre de 1943. El joven rebelde fue llamado al servicio militar obligatorio ese mismo mes y año. Ello significó dejar por primera vez su hogar, y ese hecho fue entendido por él como una oportunidad para forjar su independencia, ver mundo, definir sus ideales y decidir su vocación en la vida.

En noviembre de 1943 empezó su entrenamiento militar, que incluyó el adoctrinamiento ideológico para ver el mundo dividido en blanco y negro, entre los chicos buenos y los malos. Por los estudios universitarios cursados le ofrecieron el grado de teniente, que no aceptó debido a su rechazo al sistema de segregación y privilegios de los oficiales, prefiriendo ser parte de la tropa.

Estuvo en Inglaterra y luego en Francia y, por su miopía severa y un golpe en la rodilla izquierda, que le afectó de por vida, fue destinado a un equipo de instalación de puentes Bailey. En Inglaterra él prometió a Jesucristo que nunca mataría a nadie, ni siquiera para defenderse a sí mismo[21]. Esta fue su profunda convicción, con conciencia de las consecuencias que ello podría traerle.

Viviendo el ambiente y las experiencias de guerra se orientó a ser un pacifista. En medio del conflicto bélico, construyendo puentes y presenciando tragedias reflexionó, despejó sus dudas acerca de Dios, identificó su vocación y decidió a qué se dedicaría por el resto de su vida. Ahí se galvanizó la convicción del futuro cristiano revolucionario.

A su regreso a los Estados Unidos retomó sus estudios universitarios de ingeniería y trabajó como obrero de la línea de montaje de la empresa Ford. Ahí conoció, desde dentro, el mundo de la clase obrera norteamericana y sus sindicatos. Fue testigo del inicio de la Guerra Fría, del anticomunismo macartista, sus abusos y persecuciones, además de la histeria colectiva provocada en la sociedad estadounidense. Fue también la época en que se intensificaron las luchas por los derechos civiles de la población afrodescendiente y otras minorías, bajo el liderazgo de Rose Park, Marthin Luther King y Malcolm X. Todo ello fue marcando su conciencia.

En agosto de 1948 se inició como novicio en la Compañía de Jesús. El 15 de junio de 1961 se ordenó sacerdote. También su hermano Pat se ordenó sacerdote aquel día. Fue un motivo de gran felicidad para toda su familia.

En los años de estudio y preparación, crecieron su espiritualidad, rebeldía ante la injusticia, amor a los pobres e identificación con ellos. Entonces fue cuando decidió hacer todo lo posible para que sus superiores lo enviaran a Honduras, de la cual tenía referencias por la misión jesuita instalada en El Progreso.

En julio de 1961 estuvo durante dos meses en la ciudad de El Progreso, Yoro, donde observó que los sacerdotes ahí, en lugar de predicar contra las injusticias de la bananera norteamericana, predicaban contra el peligro de la infiltración comunista en los sindicatos. Con bastante razón –señala el Padre Guadalupe–, muchos dirigentes obreros reaccionaban afirmando que esas prédicas evidenciaban que los curas gringos estaban comprados por las empresas bananeras norteamericanas[22].

En junio de 1962, a sus 38 años de edad, ya ordenado sacerdote, fue enviado a la misión en Honduras. Aquí empezó un nuevo capítulo en su vida, el de convertirse en revolucionario[23]. Llegó dispuesto a cumplir las dos promesas hechas en sus años estudio: convertirse en un cura obrero bananero y adoptar la nacionalidad hondureña.

Al llegar fue asignado a la parroquia de Minas de Oro, Comayagua, donde inició su práctica rebelde oficiando misas en español y no en latín, de frente a los feligreses y no de espaldas a ellos y tocando su guitarra. Esto fue antes de que el Concilio Vaticano acordara estos cambios, causándole problemas con el obispo. El mismo año adoptó el nombre de Guadalupe, en honor a la virgen mexicana de facciones indígenas, del siglo XVI, venerada por los campesinos de México y Honduras.

En Honduras concretó su opción por los pobres. Vivió materialmente con ellos, en chozas, en las aldeas y no en espacios más confortables. Trabajó con ellos en la agricultura y otras actividades. Aprendió a conocerlos, a pensar y soñar como ellos. Organizó grupos de la Legión de María, Comunidades Cristianas de Base, Cursillos de Cristiandad, cooperativas de producción, movimientos de mujeres y jóvenes. Por iniciativa suya y junto a diversas organizaciones populares, fundó el primer Comité Regional de Defensa de los Derechos Humanos de Honduras. Se vinculó a las organizaciones campesinas que reivindicaban el derecho a la tierra, de manera especial a la Asociación Nacional de Campesinos de Honduras (ANACH), de la que fue asesor. Participó en las luchas populares y sufrió persecución, represión y tortura. Fue cercano a las reivindicaciones populares impulsadas por partidos políticos progresistas, como la Democracia Cristiana, el Partido Comunista de Honduras, el Partido Comunista Marxista Leninista y el Partido Socialista.

A lo largo de estos años, a través del compromiso con las luchas por la justicia, fue avanzando en su metamorfosis. Paso a paso llegó a ser un cristiano revolucionario, cual bella mariposa que vuela libre al término de su metamorfosis.

El 17 de noviembre de 1979, en El Progreso, agentes de migración lo capturaron sin darle ninguna explicación. Le esposaron de las manos y le confiscaron todos sus documentos legales. Le entregaron una copia del acuerdo 360 de la Junta Militar de Gobierno, según el cual le cancelaban la ciudadanía hondureña, argumentando que “… se dedica a propagar doctrinas e ideas disociadoras…”[24]. Luego, a las 7 pm, estando en una celda en San Pedro Sula, le quitaron las esposas y lo subieron a un avión de TAN, rumbo a Miami. En Honduras hubo una fuerte ola de protestas y manifestaciones por parte del clero, de organizaciones populares y muchos ciudadanos, contra la expulsión ilegal del Padre Guadalupe.

En Estados Unidos, sus superiores en la Compañía de Jesús accedieron a su solicitud de trabajar con un nuevo equipo de jesuitas en Ocotal, Nicaragua, muy cerca de la frontera con Honduras. El gobierno de los Estados Unidos le extendió un pasaporte temporal para salir del país.

Llegó a Nicaragua pocos meses después del triunfo revolucionario. Vivió y participó del entusiasmo con que los campesinos, obreros, estudiantes, religiosos y muchos otros sectores, conducidos por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se incorporaron a las tareas de alfabetización, educación, vacunación, salud preventiva y muchas otras, a lo largo y ancho del país. Eso lo impresionó profundamente y le hizo pensar que una revolución de similares características era necesaria en su amada Honduras.

De Ocotal pasó a la parroquia de Estelí y de ahí a San Juan de Lima, una parroquia pobre de un pequeño poblado, en donde de nuevo y con satisfacción, vivió en una champita humilde, junto con los pobres y, a diferencia de Honduras, edificando entre todos una nueva sociedad, en el contexto de la revolución triunfante. En San Juan de Lima terminó de escribir su libro autobiográfico[25].

Habiendo evolucionado a la plena condición de cristiano revolucionario, después de luchar en Honduras y de su breve incorporación a las tareas de construcción de la nueva sociedad en Nicaragua, está consciente de que la tarea de un revolucionario es hacer la revolución. Para continuar su camino revolucionario, el Padre Guadalupe tuvo el profundo deseo, que interpreta como proveniente del espíritu de Jesús, de unirse a la guerrilla hondureña. Interpretó que el único camino que conduce a la liberación de los oprimidos por el capitalismo en Honduras es la guerra revolucionaria del pueblo, y se comprometió en ello.

Por convicción se incorporó a la guerrilla como capellán, no solo para servir los sacramentos, sino para ayudar a los guerrilleros a reflexionar desde el evangelio sobre lo que estaba pasando. Argumentó que si los ejércitos de la burguesía capitalista tenían capellanes, con mucho más derecho los ejércitos de liberación del pueblo necesitan tener sus capellanes[26].

En el epílogo de To Be a Revolutionary, dos familiares del Padre Guadalupe que investigaron los hechos relacionados con su asesinato, afirman que alrededor del 17 de julio de 1983 cruzó el río Coco y llegó a territorio de su amada Honduras. Viajaba con un grupo de 96 hondureños del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos-Honduras (PRTC-H), que iban escasamente armados, al punto que difícilmente podían considerarse un ejército. Además, tenían una limitada experiencia de combate.

El Padre Guadalupe iba como capellán y consejero espiritual del grupo. El 26 de julio establecieron su campamento base en Congolón, cordillera Entre Ríos, en las montañas de Olancho. La familia cree que el 3 de septiembre, el Padre Guadalupe y el doctor Reyes Mata, líder del grupo, fueron capturados. Se cree, además, que entre el 14 y el 15 de septiembre el alto mando militar de Honduras, en complicidad con sus asesores norteamericanos, decidió eliminar al Padre Guadalupe y al Dr. Reyes Mata, pues su captura no podría mantenerse oculta por mucho tiempo.

Hay rumores de que el Padre Guadalupe murió de hambre, en la prisión o que murió en las torturas. Todo esto sucedió en la base militar de la CIA llamada El Aguacate, en Olancho. Sus compañeros también fueron asesinados, y el 16 de septiembre el ejército de Honduras emitió un comunicado público negando que ellos tuvieran algún prisionero, y que además no sabían nada a ese respecto. De fuentes militares se ha informado que un prisionero, al ser interrogado, informó que el Padre Guadalupe posiblemente murió de hambre en la selva. Esta ha sido la versión oficial en Honduras y en los Estados Unidos. Por tanto, oficialmente, el Padre Guadalupe es uno de los desaparecidos[27].

El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos publicó los siguientes datos sobre el asesinato del Padre Guadalupe:

Registro No. 91. James Francisco Carney (Padre Guadalupe). Nacionalidad: Norteamericana. Profesión: Sacerdote. Circunstancias en que ocurrieron los hechos: Desapareció luego de ser capturado junto al Dr. Reyes Mata, a principios de diciembre de 1983, después de ingresar con una columna guerrillera procedentes de Nicaragua. Presuntos responsables: Fuerzas Armadas. Fuente: Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras[28].

5 Su vida intelectual

En su autobiografía, el Padre Guadalupe hace referencia a lecturas clave e influencias decisivas. Entre los muchos libros por él leídos, hay tres que desde su juventud le son indispensables para su fortaleza espiritual: Abandonment to Divine Providence, escrito en el siglo XVIII por De Caussade; In the Heart of the Masses, por Charles de Foucauld, y My Experiments with the Truth, de Mahatma Gandhi. Además, le aportan mucho las ideas de Theilhard de Chardin.

La lectura fue una fuente suya para la reflexión y la acción; refiere que la base de su vida espiritual es ser siempre, como San Ignacio, un “contemplativo en la acción”[29]. Quien esto escribe, en 1975 le facilitó el libro Teología de la liberación, del peruano Gustavo Gutiérrez y en nuestras pláticas, en la década de 1970, pude darme cuenta de su muy amplia y variada formación, así como de su preferencia por los estudios sobre la transformación social, el pensamiento revolucionario, la teología latinoamericana de la liberación y la espiritualidad. Uno de los grandes desafíos intelectuales y morales que se evidencian en él es mantener la coherencia intelectual y práctica entre cristianismo y revolución. A ello dio atención profunda, con argumentos muy consistentes y una praxis a toda prueba.

6 Los factores subjetivos que le indujeron a la acción revolucionaria

La necesidad de transformar la sociedad es evidente. Es también evidente que el mundo dispone de conocimientos y capacidades suficientes y en aumento para solucionar los más grandes problemas de la humanidad. Podemos convertir el planeta y la vida social en espacios de satisfacción plena de necesidades materiales e inmateriales: de justicia, paz, recuperación ambiental, libertad y felicidad. Podemos producir alimentos suficientes para que ningún ser humano padezca hambre ni desnutrición. También para que todos gocemos de condiciones adecuadas de salud, educación, seguridad y convivencia, para que la vida en el planeta tenga mayor calidad. Hay reales posibilidades de acabar con la vida inhumana.

Los obstáculos a una vida de calidad para todos no tienen que ver con desconocimiento o insuficiencias científico-técnicas. Son consecuencia de un sistema que opera con racionalidad propia, en el cual priman los intereses económico-políticos de los poderosos, en dimensión planetaria. Las élites y clases sociales hegemónicas, nacionales e internacionales, las grandes potencias imperiales, el capital transnacional, son grandes obstáculos para el mejoramiento de la vida de toda la humanidad porque hacen prevalecer sus intereses particulares sobre el beneficio universal de la humanidad y se apropian del capital y bienes necesarios para el bienestar universal. La brecha entre los más pobres y los más ricos se ensancha, al tiempo que aumenta el número de pobres y disminuye el de ultra ricos[30].

El Padre Guadalupe lo sabía. Los revolucionarios lo saben. Por ello, a través de la historia, orientados por el conocimiento, emprenden la lucha contra los poderes económico-políticos, los Estados que les protegen y sus diversos mecanismos de apoyo y legitimación.

Sin embargo, además del conocimiento sobre la realidad y sus posibilidades, ¿qué lleva a los revolucionarios, en su dimensión personal, a comprometerse y luchar en favor de la transformación social? ¿Qué es lo que atrae –cual fuerza de gravedad– a un ser humano al compromiso con el mundo y su transformación? ¿Qué les induce a actuar? ¿Qué factores dentro de su yo más interno, dentro de su subjetividad, le impulsan a hacer suya la causa de la humanidad? ¿Cuáles son las razones profundas que pueden conducirlo, de manera libre y consciente, a optar por una causa que implica graves riesgos y sacrificios, entre ellos, la pérdida de la seguridad, la libertad y aun la vida?

El compromiso revolucionario del Padre Guadalupe tiene en su fundamento profundas razones subjetivas. Su vida en favor de la transformación de la sociedad se asienta en su fe, amor revolucionario, moral inquebrantable e ideales socialistas.

SU FE es el fundamento esencial de su espiritualidad y de su praxis revolucionaria. Cree, fuera de toda duda, en la existencia de una inteligencia que ordena este hermoso mundo, para que cumpla la finalidad que él tiene en mente. Está seguro de la existencia de Dios, no solo porque reconoce que este gran arquitecto del universo debe existir, sino porque él ha experimentado la presencia de su Padre, quien lo ama, y del espíritu de Jesús, que dirige su vida. El Padre Guadalupe siente que el Espíritu Santo le ilumina cada vez con más claridad, como de igual manera ilumina a cada ser humano. Siente que Dios le habla para que le entienda mejor y que entienda mejor al mundo, para trabajar en el Plan de Dios para la humanidad[31].

El Padre Guadalupe adversó el tipo de religión según el cual queremos que Dios solucione cada uno de nuestros problemas cotidianos y tome partido en todos los asuntos de la vida social, para favorecer a unos y desfavorecer a otros. Esta religiosidad, primitiva y provista de elementos mágicos, tiende a ser ridícula, pues pretende que Dios escoja a quienes va a beneficiar y quienes van a ser perjudicados, como si no fueran todos hijos suyos.

Según esta manera de creer, es por voluntad de Dios que algunas personas viven en la opulencia y otros –las grandes mayorías– en la miseria; que unos sean explotadores y otros explotados. Este tipo de religión conduce al conformismo, a aceptar como natural e inamovible la situación injusta y perjudicial para las mayorías, creyendo que todo viene de Dios o es voluntad suya.

Tal religión, en lugar de ayudar a los pueblos a desarrollarse a sí mismos, se los impide y con ello les perjudica. Les priva de su libertad y de su responsabilidad de tomar su destino personal y colectivo en sus propias manos, solucionar sus propios problemas y construir una sociedad fraterna. En este sentido esta es una religión alienante, que corta o destruye capacidades y responsabilidades de los seres humanos.

A la religión así entendida fue, recuerda el Padre Guadalupe, a la que Marx llamó “opio de los pueblos”. Señala que tal religiosidad procede de una comprensión literal y estrecha del Antiguo Testamento, escrito hace más de tres mil años, cuando se carecía de explicaciones científicas sobre los fenómenos naturales y sociales, y se creía, por ejemplo, que la lluvia era enviada o suspendida por decisiones expresas de Dios, o que era asunto suyo atender los pedidos del Rey David de destruir a los egipcios.

En este sentido, el Padre Guadalupe da un ejemplo contemporáneo de alienación religiosa: cuando Guatemala sufrió un terrible terremoto, en la década de 1970, que mató a miles de familias pobres y niños, el cardenal Casariego, de ese país, dijo al pueblo en su sermón que eso era el castigo de Dios por sus pecados.

En lugar de este tipo de intervenciones materiales de Dios para ejecutar acciones propiamente humanas, el Padre Guadalupe afirma su fe en que la intervención divina se da en las almas de los seres humanos, espiritualmente. El espíritu de Dios que todos –católicos, budistas o ateos– tenemos en nuestras almas, está continuamente tratando de iluminar nuestras mentes y mover nuestras decisiones libres hacia la verdad y el amor. Así es como Dios actúa. En consecuencia, lo que los seres humanos debemos pedir a Dios es su ayuda espiritual para comprender lo que sucede y el coraje para actuar como debemos[32].

Para explicar la acción orientadora de Dios sobre los seres humanos, el Padre Guadalupe apela al concepto místico de la Gracia Actual, expuesto por De Caussade. Según esta explicación, cada vez que vamos a elegir de manera libre, el Espíritu Santo dentro de nosotros nos ilustra por medio de la Gracia Actual, para saber cuál selección es la mejor; con otro tipo de Gracia Actual estimula nuestro libre albedrío para decidir por la mejor. “Gracia Actual” significa llevarnos a actuar en forma libre en la línea del amor al prójimo y contra el egoísmo.

La vida espiritual, nuestra santificación, implica ser dóciles a las orientaciones del Espíritu Santo en nuestra alma. Afirma el Padre Guadalupe el haber aprendido a reconocer el esclarecimiento de la Gracia Actual en cada elección que debe hacer, olvidándose más y más de él mismo, de sus deseos e instintos, para seguir la voluntad de Dios, de dar amor. Para ello necesita estar en recogimiento y ser contemplativo, a fin de oír la inspiración y sentir el movimiento del Espíritu Santo[33].

Fue un contemplativo en la acción, que se abandonó a sí mismo en las manos de Dios, para ser guiado por el espíritu de Jesús, que vive y actúa en él. Quien escribe estas líneas recuerda que en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, que en más de una ocasión realicé bajo la dirección del Padre Guadalupe, una de las meditaciones a las cuales él daba mayor importancia se titulaba “Habla señor, tu siervo escucha”.

Su dimensión de la fe y la religión le llevan a plantearse la aspiración a una nueva iglesia. Aportar a la construcción de una nueva iglesia fue una misión que el Padre Guadalupe se autoimpuso. Es necesaria una revolución dentro de la Iglesia para llevarla de nuevo a ser como la iglesia de los primeros cristianos.

La construcción de la nueva iglesia no se basa en la conversión de los obispos sino del pueblo, de las grandes mayorías cristianas, que son la real iglesia, el pueblo de Dios. Agregó el Padre Guadalupe que el Espíritu Santo ya está formando la iglesia de los pobres, a través de las comunidades cristianas de base en las aldeas. La nueva iglesia está involucrada en las organizaciones populares, librando las luchas liberadoras, con los delegados de la palabra como su vanguardia.

La nueva iglesia está surgiendo del pueblo, en toda América Latina; está en gestación. Los obispos lo están reconociendo. La Conferencia de Medellín, en 1968, reconoció con claridad que el papel de la Iglesia en América Latina incluye la concientización de las masas explotadas y marginadas y la promoción de organizaciones populares. Además, plantea la necesidad de la Iglesia de contribuir a la reforma completa del sistema educativo para que provea educación liberadora, que ayude a todos a desarrollar conciencia crítica sobre la injusta realidad económica, política y social en que viven.

En la nueva iglesia la teología, más que estudiarse, se hace. La están haciendo los campesinos en las aldeas en que se pelea por la tierra. En sus luchas están forjando la teología de la liberación. El método de esta teología, explica el Padre Guadalupe, parte de la realidad, de la práctica; primero es “la praxis”, el vivir la vida cristiana trabajando por la liberación de los oprimidos. Solo entonces es posible hacer teología. Esta se hace en la reflexión sobre la praxis a la luz del evangelio[34].

Su amor revolucionario

En agosto de 1950 tomó los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia. Para él, el voto de pobreza es el más importante, pues es la promesa de ser pobre como Jesús, que significa vivir entre los pobres, hacerse uno de ellos, amarlos y luchar con ellos por la justicia.

Entendió su voto de pobreza no como “pobreza espiritual” que no renuncia a la opulencia material. Ser pobre, para él, es ser materialmente pobre, no tener bienes que aten, alienen y mediaticen la vida de servicio a los pobres. Expresó su amor a los pobres siendo pobre y estando con ellos[35].

Desde su época de noviciado, el Padre Guadalupe comprendió que para ser discípulo de Jesús es necesario vender todo lo que se posee, darlo a los pobres y seguir a Jesús, un pobre entre los pobres. Comprendió que para amar al pobre hay que hacer todo lo que se pueda para eliminar la pobreza que padecen las grandes masas en el mundo[36]. Trabajar por la liberación de los oprimidos es la única forma eficaz de amar a los pobres[37].

Su moral revolucionaria

Tener moral es, de acuerdo al Padre Guadalupe, una condición que pocos logran. Sus observaciones le llevaron a concluir que la mayoría de las personas simplemente siguen las costumbres del grupo al que pertenecen, sin reflexión crítica. Tienen temor a ser diferentes a los demás y exponerse al rechazo. Viven una moral heterónoma, impuesta desde fuera. El ambiente en que viven es el gran condicionante de sus actitudes y prácticas. No existe en ellos una genuina conciencia moral autónoma, que les lleve a hacer lo correcto y a enfrentar lo perjudicial, a cualquier costo.

Solo unos pocos logran suficiente coraje moral para ir contra la corriente, para ser diferentes y vivir de acuerdo a principios morales, aunque las mayorías les excluyan y les desprecien por ello[38]. Esta idea es similar a la de Friedrich Nietzsche, quien reconoce la moral del rebaño o moral de los esclavos, y la moral de los señores. José Carlos Mariátegui, en un sentido similar, se refiere a la moral de las masas y la de los productores. Los revolucionarios están en posesión de una moral firme, autónoma, rebelde, asentada en principios de beneficio universal. Viven de acuerdo a sus principios, enfrentando con ello al comportamiento y las acciones convencionales.

Su moral se asienta en principios humanistas como la justicia, la solidaridad, la verdad, la coherencia entre el pensar, el sentir y el hacer, la lucha y el sacrificio.

Sus ideales socialistas son un componente de su moral. Estos ideales pueden sintetizarse así:

  1. Construir una sociedad sin clases, en donde no exista la explotación ni la opresión de unas clases sobre otras y en la que todos puedan convivir en armonía, trabajar y producir para el beneficio de toda la sociedad, sin pobreza, sin guerras y sin amenazas de ningún tipo contra la humanidad.
  2. Lograr que los grandes problemas y desafíos que la humanidad enfrenta se resuelvan siempre con el concurso consciente de todos los pueblos, todas las naciones y todas las personas, en una democracia de nuevo tipo.
  3. Forjar, con el aporte de los hombres y mujeres críticos, la superación de la ideología burguesa que rebaja a la humanidad a la condición de seres egoístas e insensibles, meros buscadores de riqueza, poder y mayor status, aún al costo de oprimir a los demás. Que en su lugar descubran y vivan su más plena condición humana, que ha permanecido oculta, volviéndose personas sensibles, generosas, solidarias, libres y responsables, que construyen juntos la felicidad de todos.
  4. Vivir como los primeros cristianos, quienes eran guiados por la profunda convicción de ser una luz para el mundo, para transformarlo, aunque en el camino tuvieran que ofrendar sus vidas. Estos primeros cristianos, guiados por convicciones, fueron muy diferentes de los cristianos de la época en que su religión se volvió oficial y dominante, que se cristianizaron no por convicciones heroicas, sino por conveniencia primero y luego por costumbre, negando su esencia, al convertirse en seres alienados[39].

La vida del Padre Guadalupe, sus actuaciones e ideas son contrarias a los hábitos y costumbres antihumanistas que imperan en la sociedad burguesa. Estos hábitos y costumbres, desde una perspectiva ética, se identifican como valores de signo negativo o antivalores. En su moral revolucionaria, el valor burgués más antihumano y anticristiano es el egoísmo, que orienta la vida de millones de seres humanos y está en grave oposición con la manera de ser de los cristianos. Este consiste en actuar, por encima de todo, en favor de su propio bienestar y el de sus seres queridos, buscando nomás el beneficio propio, sin pensar ni medir el daño que con ello se causa al resto de la humanidad.

Afirmó que la sociedad, incluyendo las escuelas católicas, enseña a las personas desde temprana edad a ser egoístas, en lugar de enseñarles a darse a los demás a través del servicio, a compartir lo suyo con todos, a considerar a los demás como sus iguales, a sentirse hermano con cada uno y servirlos a todos. Observó además que en la sociedad moderna el egoísmo se incrementa en forma permanente. Los jóvenes son cada vez más egoístas, centrados en sí mismos, debido a que la propaganda de la sociedad de consumo es cada día más intensa y les impacta en niveles más profundos.

El capitalismo, entendido como un sistema completo y cerrado, se orienta a formar personas cada vez más individualistas, egoístas, insensibles, centradas en ellos mismos, incapaces de identificar, observar y valorar a los necesitados que viven en otros estratos de su misma sociedad, y mucho menos servirles. La meta del tener ha desplazado al ser, al servir.

Una condición impuesta por los poderes dominantes, que oprime a las mayorías y que no se percibe a simple vista, es la violencia estructural. Las grandes mayorías son víctimas de muchas formas de violencia, al ser parte de una sociedad en que se vive conforme a la ley del más fuerte. Esta es la llamada violencia estructural, que les somete a trabajar para el capital y no para toda la sociedad, a obedecer los mandatos y leyes que benefician a los poderosos y no a los débiles, a pagar las consecuencias más duras de los desmanes del gran capital y a vivir en la pobreza y la miseria para que una minoría cada vez más pequeña pueda tener condiciones de obscena opulencia. La violencia estructural que nos destruye es inmoral, anticristiana y antihumana. Es necesario rebelarse contra ella, haciéndola visible, deslegitimándola y desarticulándola.

7 LA REALIDAD ACTUAL

Cuarenta años después del martirio del Padre Guadalupe, se han producido cambios significativos en el plano internacional y en Honduras, pero al mismo tiempo hay condiciones esenciales como la explotación económica, la pobreza y la destrucción ambiental, que no solo permanecen, sino que hoy son mucho más agudas.

El derrumbe del socialismo realmente existente, con la ruptura del mundo bipolar, dio lugar al imperio, durante varios años, de un mundo unipolar. Pero la unipolaridad es insostenible ante el crecimiento de nuevas potencias, y hoy en el mundo empieza a predominar la multipolaridad. Esta nueva e indetenible condición trae consecuencias muy diversas, de alcance planetario.

La revolución científico-tecnológica también tiene influencias decisivas en la economía, la política y la vida social en todo el planeta. Desde muchos años atrás ha venido siendo uno de los factores clave en la transformación de la sociedad. Las grandes potencias saben que quien controle más espacios científico-tecnológicos ejercerá mayor poder y dominio sobre el resto.

A lo interno de Honduras se han vivido procesos destructivos. Después de haber sembrado el terror de Estado en la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990, más la ruptura de la transición democrática con el golpe de Estado de 2009, y la entronización violenta del crimen organizado, el narcotráfico y la corrupción en las estructuras del Estado, las grandes mayorías viven en condiciones materiales y morales mucho más degradadas.

Hoy el espíritu de la época articula unos componentes diferentes y otros comunes a los de las décadas de 1960, 1970 y 1980. En la conciencia crítica de los sectores populares se identifican componentes como los siguientes:

  • Oposición al absolutismo del mercado o neoliberalismo.
  • Desarticulación del poder económico y político de la oligarquía tradicional y moderna.
  • Ejercicio de la soberanía nacional frente al gran capital y a la potencia hegemónica.
  • Aspiración a un estado social, que universalice derechos y materialice condiciones de justicia distributiva, como: el pleno empleo en condiciones de trabajo digno; el acceso a la tierra para los campesinos; la seguridad social universal; la educación de alta calidad para todos; la salud pública eficaz; la mejor convivencia y seguridad ciudadana; la recuperación ambiental sostenible y el respeto activo a las diferencias.
  • Fortalecimiento y ampliación de la vida democrática en las relaciones entre Estado y ciudadanía. Esta aspiración se materializa en: un Estado de Derecho centrado en la efectividad de los derechos humanos; una eficaz democracia representativa de los intereses y aspiraciones populares; una apertura real a la participación ciudadana y el respeto a la separación y cooperación complementaria entre los poderes del Estado.
  • La identificación de estos componentes del espíritu de la época implica que en la actualidad están en un segundo plano la estrategia política centrada en la lucha de clases para la toma del poder y la construcción del socialismo. Ello no necesariamente implica que son perspectivas ya superadas. Se trata de que en este momento no son viables, pero que en otra condición histórica pueden reasumir importancia estratégica.

Hay una importante lección de la Historia, derivada de las duras experiencias políticas de los años en que luchó el Padre Guadalupe, y de los múltiples fracasos populares, que causaron gran dolor e inmensos derramamientos de sangre del pueblo. Consiste en que las revoluciones en el Tercer Mundo son inviables si no es en el contexto de cambios drásticos en la arena transnacional y en las grandes potencias. Los cambios pueden prosperar cuando se suceden en el todo y no solo en algunas de sus partes. Mientras las estructuras centrales no se transformen, ellas reprimirán y harán fracasar las luchas transformadoras de las periferias. Esto es más real en la medida que aumenta la interrelación de las potencias, la integración global de los mercados y el poder derivado del control de las ciencias y la tecnología.

8 APORTES DEL PADRE GUADALUPE A LAS PERSPECTIVAS ACTUALES DE TRANSFORMACIÓN DE LA SOCIEDAD

En el contexto actual, muchos aportes del Padre Guadalupe tienen gran vigencia, y no solo en Honduras, pues sus ideas son universales. Sus aportes son válidos para cristianos y no cristianos. Los primeros encuentran aquí un fundamento y una guía para su acción. Los no cristianos también encuentran orientaciones en su pensamiento, y, al menos, explicaciones sobre el compromiso transformador de hombres y mujeres de fe. En apretada síntesis, a criterio de quien esto escribe, entre sus valiosos legados destacan los siguientes:

  • Su convicción de fortalecer la espiritualidad para la liberación, en una época en la que por temor, egoísmo y por persuasión ideológica, millones de personas han sido llevadas al escepticismo y al pesimismo empobrecedores respecto al futuro de la humanidad. En el mundo del siglo XXI se necesita potenciar los factores subjetivos que inducen a la acción transformadora, como una fe consecuente con los cambios y una Iglesia comprometida con la transformación.
  • Su fe en Dios es fe en su propósito de construir una sociedad justa, para el goce de todos los seres humanos, sin excepción. Es la plena certeza de que Dios orienta a los seres humanos a construir un mundo diferente al actual. Así, en la base de la acción hay un acto de fe. Este sentido de la fe es diferente a la fe tradicional o a la fe de la religiosidad popular, que siembran en la conciencia el temor, el conformismo y la postración.
  • Su amor revolucionario a los pobres. Este amor lleva consigo el reconocimiento de los pobres como el sujeto colectivo relevante en el proceso de transformación social. Es el amor que nos identifica con ellos, con sus causas y sus luchas, estando a su lado. El amor está en la base de los aportes educativos, políticos y culturales, que son en realidad intercambios entre distintos sectores hermanados por objetivos en común.
  • Su disposición de mantener viva la esperanza, aún en las más adversas condiciones, cuando ya nadie espera. Fortalecer la esperanza en la fraternidad humana. Confiar en que esta llegará, sobre la base de la superación de intereses de clase o grupo, que dividen, antagonizan y convierten a las mayorías en víctimas y a las élites en victimarios. Su esperanza se centra en un futuro más humano, que será construcción social, colectiva, creación heroica, y no regalo del cielo ni de nadie.
  • Su moral para la transformación. Consiste en un conjunto de principios, orientaciones, ideas y actitudes generosas, para orientar la práctica personal y social transformadora.
  • Su rebeldía e inconformidad hacia todo aquello que disminuya la condición humana. Ser un rebelde ante la injusticia y la opresión es parte de la actitud propia de hombres y mujeres que luchan por transformar el mundo. Por ello hay que practicar y enseñar a ser inconformes y rebeldes ante la opresión del capital y del poder político.
  • Su pensamiento crítico. Por él se avanza más allá de las “verdades” aparentes y engañosas sostenidas por el poder económico y político. Tener pensamiento crítico es poner en entredicho las afirmaciones de las élites; pensar y analizar por cuenta propia dejando de lado lo que otros piensen; ser racional y objetivo en el pensar; estudiar, documentarse sobre los asuntos que están en propuesta o en discusión; distinguir entre la apariencia de lo que se propone y su esencia real; identificar las consecuencias políticas y económicas de cada propuesta; decidir con serenidad y criterio racional, y no por emociones y prejuicios; estar siempre analizando de manera crítica la actitud propia y los diferentes asuntos y propuestas que circulan en el medio.
  • Su afán desmitificador, desalienante y concientizador, para llevar a las mayorías a formas de vida que no estén basadas en el egoísmo y el consumo, sino en la conciencia plena sobre la realidad y en la solidaridad universal. La perspectiva desalienante es también la forma sensata de enfrentar la propaganda permanente, mentirosa, interesada y prejuiciada de las élites y sus medios de comunicación en contra de los revolucionarios, el comunismo, el socialismo y el marxismo. Esta propaganda busca ocultar la verdad y predisponer con mentiras a la sociedad, contra estos luchadores, para así justificar la violencia contra gobiernos progresistas y los actos de sanguinaria represión que contra ellos se han cometido y siguen cometiéndose. Es necesario superar la predisposición en contra de estos actores de la transformación social, rescatando sus aportes, su heroísmo y su dignidad.
  • Su apertura a la utopía, al ideal de sociedad, para galvanizar las luchas transformadoras.
  • Su necesidad de tener un proyecto histórico de transformación nacional, pluralista y con apertura a los distintos sectores que lo compartan e impulsen.
  • Su estudio sistemático de la realidad, a la luz de las ciencias sociales y la filosofía, para que orienten las vías, estrategias y posibilidades de la transformación social.
  • Por último, se reafirma un factor esencial que el Padre Guadalupe destacó y nunca se debe olvidar: reconocer y apoyar los movimientos populares y sus luchas, pues el pueblo, los condenados de la tierra, los pobres, son el sujeto fundamental de las grandes transformaciones.

BIBLIOGRAFÍA

Carney, Padre J. Guadalupe. 1985. To be a revolutionary. San Francisco: Harper & Row, Publishers.

Carney, Padre Guadalupe. 1990. Memorias de un sacerdote en Honduras. Tegucigalpa: Ediciones CODEH. En 1983 fue publicado sin sello editorial, con el título Así es mi iglesia; su autor se identificó como J. C. Hanley.

Comisionado Nacional de los Derechos Humanos. 2002, segunda edición (1994). Los hechos hablan por sí mismos: informe preliminar sobre los desaparecidos en Honduras 1980-1993. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.

Concilio Vaticano II. 2006. Documentos completos. Bogotá: San Pablo.

Dussel, Enrique. 1992. Historia de la iglesia en América Latina: Medio milenio de coloniaje y liberación (1492-1992). Madrid: Mundo negro-Esquila Misional. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/otros/20120215100901/iglesia.pdf

Tojeira, José María. 1990. Panorama histórico de la Iglesia en Honduras. Tegucigalpa: Centro de Documentación de Honduras (CEDOH).


[1]Las referencias documentales al Padre Guadalupe, hechas en este trabajo, proceden de su libro “To be a revolutionary”, 1985, 473 páginas. NOTA: Hay una traducción de este libro al idioma español, titulado Solo Díganme Lupe, publicado por Editorial Guaymuras; sin embargo –sin menoscabo de dicha traducción, para mayor garantía de fidelidad al texto, he preferido trabajar sobre el original, escrito en inglés por el Padre Guadalupe. También bajo su autoría, en 1983, antes de su muerte, se publicó una síntesis de su libro, con el título Así es la Iglesia, firmándolo como J. C. Hanley, iniciales de su nombre y primer apellido, más su segundo apellido completo. Dada la represión en Honduras durante esos años, esta síntesis circuló sin sello editorial, por redes semiclandestinas, en todo el país. El mismo resumen, de 206 páginas, en formato de bolsillo y con el nombre completo de su autor, Padre Guadalupe Carney, fue publicado en 1990 por Ediciones CODEH y se pudo adquirir en librerías nacionales.

[2]Los condenados de la tierra es el título de un libro de Frantz Fanon, psiquiatra, filósofo y pensador revolucionario, originario de Martinica, publicado en 1961, que interpreta aspectos profundos de la conciencia de los pueblos sometidos a la explotación, colonización y racismo.

[3]Las potencias capitalistas, una vez vencido el fascismo, asumieron que su gran enemigo era el comunismo, e iniciaron la lucha contra este y como parte de ella, la persecución de “las ideas comunistas”. Los partidos comunistas interpretaron, con triunfalismo poco fundado, que el mundo se encaminaba hacia el socialismo. La carrera armamentista y la Guerra Fría determinaron la política internacional de la época.

[4]La creación heroica fue la perspectiva revolucionaria impulsada de manera original en América Latina por el peruano José Carlos Mariátegui, en la década de 1920.

[5]José Martí, revolucionario cubano y latinoamericanista del siglo XIX, usó la expresión “Nuestra América”, para referirse a los pueblos que habitan desde el río Grande hasta la Patagonia. Hacemos nuestra su expresión.

[6]Un panorama histórico de la Iglesia latinoamericana ha sido trazado en E. Dussel, 1992. Un aporte a la historia de la iglesia en Honduras se encuentra en José María Tojeira, 1990.

[7]Concilio Vaticano II. 2006. Constitución Pastoral Gaudium Et Spes, p. 137.

[8]Ibíd., p. 157.

[9]Ibíd., p. 140.

[10]Ibíd., p. 143.

[11]Ibíd., p. 150.

[12]Ibíd., p. 193.

[13]Ibíd., p. 194.

[14]Ibíd., p. 199.

[15]José Carlos Mariátegui (1894-1930) es uno de los más originales intelectuales orgánicos de la revolución en América Latina. Entre sus ideas destacan el papel de la fe en la praxis revolucionaria y el rescate e incorporación de los campesinos como sujeto revolucionario. Esto en un contexto en que el marxismo ortodoxo tendía a destacar el ateísmo como componente ideológico de los revolucionarios y la clase obrera como “el” sujeto colectivo revolucionario.

[16]Carney. 1985, p. XIX.

[17]Ibíd., pp. XX-XXI.

[18]Ibíd., p. XX.

[19]Ibíd., p. 19.

[20]Ibíd., p. 12.

[21]Ibíd., p. 42.

[22]Ibíd., p. 118.

[23]Ibíd., p. 121.

[24]Ibíd., p. 417.

[25]Ibíd., p. 429.

[26]Ibíd., p. 441.

[27]Ibíd., pp. 442-447.

[28] Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, 2002, p. 199.

[29]Carney, 1985, pp. 92-93.

[30]El crecimiento actual de esta brecha y sus consecuencias es objeto de recientes estudios, entre otros los de Joseph Stiglitz: El malestar en la globalización (2002), El precio de la desigualdad (2016) y La gran brecha (2017).

[31]Carney, p. 80.

[32]Ibíd., pp. 9-11.

[33]Ibíd., pp. 92-93.

[34]Ibíd., pp. 237-239.

[35]Ibíd., p. 83.

[36]Ibíd., pp. 110 y 311.

[37]Ibíd., p. 239.

[38]Íbíd., p. 30.

[39]Íbíd., p. 47.


* Hondureño, profesor universitario, doctor en Filosofía. Sus principales áreas de investigación son: pensamiento crítico, estudios políticos, ética del desarrollo, ética en el derecho y epistemología de las ciencias sociales. Es Investigador asociado del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH). Dirección de contacto: ramonromero54@yahoo.es

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